—Adelante, control de armamento —dijo Nathan—. Hable.
La voz de Phillips, desde el puesto de control de armamento, sonó más bien sombría, tanto como sus propias perspectivas.
—¡Tiene usted un único torpedo de E-plasma, señor, el tubo número uno! ¡Y me temo que eso es todo! ¡Además seguimos sin puntería!
Ford alzó la vista de su puesto, alarmado.
—¡El Delta se está situando en posición de ataque! ¡Se prepara para disparar!
Bridger permaneció sentado, sopesando las opciones que tenía. Por poco que le gustasen, no le quedaba más remedio que llevarlas a término.
Bajó la mano y apretó un botón de su tablero de mando con firmeza.
—Muy bien, amigo mío —murmuró—, ya estás en camino. Realiza tu hazaña. Y que Dios te acompañe…
Miró fijamente a un lado, a una de las pantallas del tablero de las sondas WSKR, y alargó el cuello para ver más allá de Ortiz. La pantalla de Júnior mostraba lo que él estaba buscando: la tronera controlada de estribor, una diminuta hendidura en el oscuro forro del casco, lo suficientemente pequeña, en contraste con el resto de los trescientos metros del casco, como para pasar inadvertida si uno no miraba con mucha atención. Una delgada silueta plateada salió de ella a toda velocidad, con la palidez de su cuerpo interrumpida hacia la parte delantera por las correas de un arnés. «Darwin…, ¡caza…!», pensó Nathan.
Unos segundos después O’Neill le avisó:
—¡Todas las naves pequeñas se han retirado ya de la zona, señor!
Eso al menos era un alivio. Ortiz levantó la vista y dijo:
—¡El submarino rebelde nos tiene en su punto de mira, señor!
«Fantástico. Pero más vale que sea a nosotros y no a los colonos, supongo», se dijo Nathan.
—Señor, las puertas de nuestro torpedo están abiertas y listas para disparar —le comunicó Ford. Pero Nathan no hizo nada, no dijo nada; se limitó a seguir esperando—. Comandante —le apremió el oficial—, ¡nuestra única posibilidad es ser los primeros en disparar!
De buena gana hubiera sonreído de oreja a oreja al ver a su segundo comandante intentando enseñarle a su padre a hacer hijos; sólo que él estaba esperando algo y no se atrevía ni a respirar, y apenas a pensar, hasta que aquello ocurriera. Levantó una mano para mantener a Ford callado un poco más de tiempo y se inclinó adelante en el sillón de mando y tragó saliva, esperando…
—¡El Delta-IV está inundando todos sus tubos de torpedos, señor!
Nathan miró a Ortiz.
—¿Todos los tubos? ¿Está seguro?
—Sí, señor. Seis tubos. Los pistones de proa están cerrados aún, no… ¡Ecualización de presión, los pistones de proa se están abriendo cíclicamente!
Desde luego, Loner, la sonda WSKR más adelantada, se encontraba ya lo suficientemente cerca del Delta como para mostrarlo en sus pantallas: los oscuros fosos de las compuertas abriéndose y, en lo más profundo de sus gargantas, perfectamente visibles para la superaguda visión de la sonda, las sombrías y brillantes narices de los torpedos, preparados para salir disparados. Nathan los contempló, fascinado por aquella visión, como un pájaro podría quedar fascinado por una serpiente. «No permitas que esa mujer te obligue a precipitarte. Espera un momento, espera…»
—Ella nunca supo cuándo debía abandonar —murmuró, mirando fijamente en las pantallas el perfil del Delta-IV, allí suspendido, negro sobre oscuro, y pensó: «Piensas hacerlo a lo grande, ¿eh? No quieres que tengamos ni la más mínima posibilidad de volver a casa ninguno de nosotros, pero en especial ninguno de los inocentes que te vieron llevarte la peor parte en nuestra última escaramuza. Bien, pues tengo noticias para ti.»
Pero, al mismo tiempo, Stark le daba lástima, tan absolutamente incapaz de enfrentarse a lo que habían hecho de ella todos esos años de vivir al borde de la violencia. Su único refugio había sido meterse de lleno en ella. Él mismo no se vanagloriaba de que su propia solución hubiera sido mejor en ningún aspecto; pero, al menos, quitándose del medio no había matado a nadie.
Excepto a Carol… Sacudió la cabeza para desechar esa idea. De nada servía recrearse en ella.
Pero es que tal vez a Darwin también…
—¡Venga, venga ya, dime algo…!
Y en una de las pantallas una cosa plateada brilló en la oscuridad, algo que se movía velozmente, cruzado por las bandas del arnés.
Nathan se inclinó hacia delante, observando, sintiendo literalmente el corazón en la garganta; apenas podía respirar y los latidos del corazón más parecían los tambores salvajes de alguna mala película antigua. Darwin nadaba velozmente por debajo del casco del Delta, dirigiéndose al punto central del barco, y cerca de su cabeza una diminuta chispa de luz intermitente le acompañaba. Fue en aquel momento cuando Nathan se hizo cargo realmente por primera vez del tamaño del barco, porque Darwin sólo medía un metro y medio de largo y le estaba costando mucho llegar a la zona del objetivo, mucho más tiempo de lo que Nathan había pensado. «¡Venga, venga, Darwin!»
El resto de la tripulación que se encontraba en el puente también miraban, paralizados. De pronto hubo un súbito acelerón y Darwin se lanzó disparado, ya casi había llegado. Salió del campo visual de Loner, justo al otro lado de la curva del fondo del Delta…
Y la imagen cambió a otra proporcionada por Júnior; la WSKR número tres había estado descendiendo silenciosamente durante todo aquel tiempo, demasiado lento seguramente para no ser detectada, como si no fuera más que otro trozo de los restos del minisubmarino que el Delta había hecho pedazos. En la pantalla todos pudieron contemplar el furtivo ascenso de Darwin directamente hacia el casco del Delta. Júnior tomó en primer plano la cabeza del delfín cuando éste se giró y pegó contra el casco del submarino rebelde la correa que sostenía. Algo oscuro pareció quedar adherido allí y la cinta quedó colgando, balanceándose con la corriente. Darwin hizo una pirueta hacia abajo, se dio la vuelta y se puso a nadar hacia el seaQuest como un relámpago; y, mientras tanto, un débil destello verde brotó del objeto oscuro que había dejado en el casco del Delta, y otro destello, y otro…
—Acerquémonos un poco más —ordenó Marilyn Stark—. Quiero estar segura de que lo partimos en dos…
De pronto giró la cabeza bruscamente al empezar a resonar por todo el barco un silbido agudo e intenso.
Se dio la vuelta en redondo en el asiento.
—¿Qué demonios es eso? —gritó.
Sus oficiales la miraron impotentes, y con la misma impotencia ella les devolvió la mirada. No a ellos, sino al indicador que señalaba que había algo en el casco, una masa pequeña que emitía señales de radio además del sonido. El silbido resonó de nuevo, y otra vez más…
—No —murmuró Stark, negándose a creer lo que el indicador le decía—. ¿Cómo ha podido hacer eso? ¡Nos ha… marcado!
El silbido metálico resonó también por todo el seaQuest y Nathan se alegró más de oír aquel sonido que ningún otro de los que hubiera oído en su vida.
—¡Tenemos la señal del objetivo, capitán! —avisó Hitchcock a gritos y en tono triunfal—. ¡Fuerte y clara! Distancia, doscientos setenta…
El oficial de armamento, Phillips, se dio la vuelta en su tablero de control con la expresión de un hombre al que se ha indultado cuando ya estaba en el patíbulo.
—¡El torpedo está fijado en dirección al blanco, capitán!
Bridger apretó con fuerza las mandíbulas y de repente se sintió horriblemente seguro de que todo y todos se le venían encima en espiral, esperando una palabra suya, una orden. Y la dio.
—¡Fuego!
Stark abrió con un movimiento rápido el tablero de seguridad de su sillón de mando y su largo y estilizado dedo oprimió suavemente el botón de disparo. Las seis luces de confirmación se encendieron; pero, en vez de producirse el firme resplandor de un lanzamiento, permanecieron intermitentes, unos ojos pequeños y rojos que la miraban parpadeando todos a la vez, desafiándola a ver qué hacía al respecto. Volvió a oprimir el botón, apretándolo con el pulgar, y una vez más, y otra; pero siguió sin obtener nada más que el parpadeo, el parpadeo, el parpadeo… «Me ha fallado. La maquinaria me está fallando igual que me fallaron los hombres. No hay derecho. ¡No es posible que esto esté ocurriendo!», pensó con desesperación y, con la boca torcida en una desagradable mueca, dio la vuelta a su sillón y descargó toda su hosca mirada en Maxwell.
—¿Por qué no disparamos, maldita sea?
—¡Las compuertas de nuestros tubos no se abren, comandante! —respondió Maxwell, en un tono cargado de desesperación—. ¡La secuencia de lanzamiento estará lista dentro de… otros ocho segundos!
Pero el silbido continuaba sin interrupción y Stark oía ya progresivamente más alto el zumbido de un torpedo acercándose; si era real o sólo fruto de su propia imaginación, daba igual. Cuando el jefe de sensores se giró para mirarla, con la cara más blanca que el papel, ella comprendió cuál era la verdad. Pero tampoco importaba. Ya no. Nunca…
—¡El seaQuest ha disparado! Un torpedo fijado en el blanco… a noventa metros y acercándose…
Marilyn miró brevemente a Maxwell, adoptó un gesto de resignación y dijo:
—No tenemos ocho segundos. Ya no tenemos tiempo en absoluto. —Movió la cabeza lentamente de un lado a otro y enseñó los dientes en lo que hubiera podido ser una sonrisa—. Bridger…
La imagen que enviaba Júnior lo mostraba con más claridad de lo que Bridger lo había visto nunca antes, o de lo que había querido verlo. El torpedo avanzó a gran velocidad, moviéndose ligeramente al pasar las correcciones de rumbo desde la cabeza autodirigida a las superficies de control, hasta que el Delta centró toda su atención. Y, finalmente, el golpe; la cubierta del torpedo estalló en pedazos, a causa del impacto y de su propia carga explosiva interna, y liberó la carga activada de E-plasma, que reventó con una fuerza terrible y se agarró, como una estrella de mar hambrienta, al casco del Delta, lanzando zarcillos de deslumbrante energía blanquiazul que se extendieron reptando en todas las direcciones, y hasta el veinte por ciento de carga que llevaba fue demasiado para el vetusto casco de acero oculto bajo el blindaje realizado a base de remiendos. El casco empezó a agrietarse, se abrió hacia fuera como la cáscara de un huevo golpeado desde dentro, y los seis torpedos salieron despedidos de los tubos y se elevaron en espiral, incontrolados e inofensivos.
El Delta empezó a hundirse a la deriva lentamente, muy lentamente, con las grietas extendiéndose por todo el casco, sin control alguno del timón y aún avanzando suavemente por inercia hacia una de las enormes simas de bordes irregulares de la planicie submarina; y lentamente, muy lentamente cayó en su interior. Resultaba extraño ver cómo algo tan macizo, tan pesado, de pronto parecía tan ligero como una pluma y descendía a la deriva hasta adentrarse en la oscuridad, en la negrura de la sima, aún más negra que la propia nave.
Las tres WSKR se quedaron dando vueltas por encima de la sima. Primero, Loner y, luego, Mother bajaron tras el barco que se hundía. Detrás de ellas, Júnior titubeó sólo un momento, suspendida sobre el borde de la sima mientras seleccionaba alguna de las varias señales en conflicto. A continuación, como si tomara la decisión de descartar un blanco pequeño por otro mucho mayor, se apresuró a seguir a sus compañeras.
En el puente del seaQuest había un estruendo infernal; los miembros de la tripulación daban vítores, se reían aliviados y se estrechaban las manos unos a otros.
Bridger permaneció unos largos segundos sentado en el sillón de mando, mirando al frente y pensando, o intentando no hacerlo. Bajó fugazmente la vista hacia su mano, que seguía sobre el interruptor, completamente firme, como si el interruptor de control no tuviera más importancia que un interruptor de la luz.
Ford se acercó a él sigilosamente.
—¿Dónde está Darwin? —le preguntó Nathan con la boca seca todavía.
—Volvió a bordo hace cinco minutos. Westphalen está abajo quitándole el respirador. —Nathan asintió en silencio, sin moverse. Ford miró la mano posada sobre el interruptor, todavía firme como una roca, y agregó—: Supongo que nunca se pierde el hábito, señor.
Nathan hizo un gesto negativo, con tristeza.
—No —sentenció con la voz llena de pesar, una voz obsesionada por el pasado que cosechaba inevitablemente sus amargos frutos—. No, creo que no…
Nathan se encargó de que la situación se estabilizase: se desplegaron las WSKR para que no perdieran las cosas de vista, se enviaron equipos en TeamCrafts para ayudar a la gente del puesto de investigación a reparar los daños sufridos, y para ayudarlos también a recuperar a sus muertos, y se enviaron otros TeamCrafts a examinar los restos del Delta por si hubiera algún superviviente.
Luego, fue a echar un vistazo por el barco para ver cómo seguían las reparaciones y asegurarse de que la gente se encontraba bien después del ataque. Casi lo primero que vio por el pasillo de babor fue a tres militares que se cruzaban con un par de miembros del equipo científico y los miraban con cautela, como si temieran que estuvieran a punto de hacer explosión. «Se acabó aquello de que todos nos hagamos rápidamente amigos después de lo que hemos pasado juntos. Todavía nos queda mucho por hacer», pensó Nathan al acercarse a él los militares.
Cuando pasaron junto a Bridger, hicieron el saludo militar y uno de ellos dijo:
—Hola, señor.
Y otro:
—Buen trabajo el de hoy, señor.
Mantuvieron el saludo y Nathan se limitó a hacer una inclinación de cabeza y siguió caminando, dejando que se lo tomaran como les pareciese. A él también iba a costarle mucho volver a acostumbrarse a las formalidades del servicio.
Tendría que abandonar un montón de viejos hábitos, porque si uno elige pertenecer a un ejército, tiene que estar de acuerdo en formar parte de él sin querer revolucionarlo todo… demasiado.
Sonrió con ironía y continuó adelante, avanzó por el pasillo y bajó por unas escaleras para ir a la cubierta superior. Cuando estaba a la mitad de las escaleras divisó a Ford, que se dirigía hacia él por el pasillo, aparentemente buscándole.
—Perdone, señor. —Nathan terminó de bajar las escaleras y se reunieron mientras él empezaba a caminar por el pasillo—. El equipo de reconocimiento acaba de regresar del Delta hundido. Traen supervivientes.
Bridger se quedó pensando durante un momento.
—Ponga vigilancia en uno de los compartimientos de popa y habilítelo como prisión provisional hasta que regresemos a Pearl. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Stark…?
Ford movió negativamente la cabeza y contestó:
—Pero, según el equipo de reconocimiento, tampoco se hallaba entra las víctimas.
En cierto modo, aquello no le pareció sorprendente a Nathan.
—¿Estaba el minisubmarino del Delta en su sitio?
Ford le echó un vistazo a su tablero electrónico portátil para comprobar si la información estaba actualizada.
—Según los informes no había ninguno, señor. ¿Cree usted que quizás ella…?
Nathan pensó en ello durante unos instantes y luego se encogió de hombros. En aquel preciso momento no importaba mucho; pero tenía que pensar, aunque fuera brevemente, en qué haría Marilyn después de todo aquello si continuaba viva. ¿La destrozaría moralmente una derrota como aquélla? ¿Estaría más determinada que nunca a recuperar lo que le pertenecía…, es decir, lo que ella consideraba que le pertenecía? No dejaba de ser una pequeña pesadilla persecutoria, y obsesionante en las noches demasiado tranquilas. El mar era grande y oscuro, y en él existían muchos lugares donde esconderse para lamerse las heridas y recuperar las fuerzas. Y ella ya lo había hecho una vez. Podría volver a hacerlo…
Caminaron juntos sin decir nada durante unos momentos, observando cómo la tripulación lo iba poniendo todo en orden y asomándose a alguna puerta al pasar.
—Señor… —empezó a decir Ford entonces, y Nathan le miró mientras continuaban caminando—, la tripulación está muy orgullosa de lo que ha hecho usted hoy. Ha sido muy emocionante…, para todos nosotros…, tener ocasión de ver al viejo Nathan Bridger en acción.
Nathan asintió con la cabeza, sintiéndose más que un poco melancólico.
—A ése es al que ustedes han visto hoy, comandante. A ése es exactamente a quien han visto…
Pero ¿por qué se sentía tan desconcertado? Le habían devuelto a ese barco creado por él, al puesto que anheló, por el que luchó día y noche… y del que luego se apartó pensando que nunca volvería a verlo. Y descubría después que no había hecho otra cosa sino engañarse. Se compadeció de sí mismo por habérsele concedido el deseo de su corazón…
—Señor —oyó la voz de Ford de nuevo. Nathan le miró con cierta sorpresa, creyendo que el sombrío tono de su voz habría bastado para alejar a la mayoría de las personas. Pero estaba claro que Ford tenía otras cosas en la cabeza en aquel momento. Le vio titubear; era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo—. Capitán, yo… —Nathan dejó que se tomase su tiempo—. Me gustaría… Quiero disculparme por no haber sido del todo sincero con usted —dijo finalmente—. Fue un error y lo lamento. Sólo estaba…
—¿Cumpliendo órdenes? —le interrumpió Bridger, con amable ironía.
Ford le miró.
—Sí, señor.
—Bueno, supongo que alguien tiene que… Pero recuerde después de esto que, antes de utilizar las armas de que se dispone, hay que intentar emplear la cabeza.
—Sí, señor.
Nathan dejó escapar un suspiro.
—En cuanto el equipo de reconocimiento se haya acomodado, emprenderemos el camino hacia Pearl.
—¿Le gustaría al capitán hacerse cargo del timón?
—Estoy seguro de que usted puede encargarse perfectamente de eso, comandante —respondió Nathan.
—A la orden, señor.
Y Ford fue a ocuparse de ello.
Nathan continuó camino de la cubierta superior.
En el tanque, Darwin trazaba perezosamente círculos, boca arriba la mitad del tiempo. Un pez cayó en el agua cerca de él; se trataba de una caballa y Darwin la atrapó sin detenerse.
—¡Gracias!
—Soy yo quien debe darte las gracias a ti —repuso Nathan, sentado en el borde del tanque—. Hoy has arriesgado tu vida, por mí y por este barco.
Darwin abandonó su posición boca arriba y miró a Nathan según trazaba su último círculo.
—Gustar, este barco.
—¿De veras?
—Sí —confirmó Darwin, mostrando en la voz cierta sorpresa porque necesitase preguntárselo—. Cómodo. Muchas cosas… fascinantes. Cosas que hacer. ¿Nos quedamos… un tiempo?
Nathan permaneció sentado, mirando fijamente a la caballa que tenía en la mano, que le devolvió su mirada quieta, no muy expresiva. Levantó la vista de nuevo y vio que Darwin estaba a su lado, con la cabeza apoyada en el canalillo de desagüe, mirando a Nathan y esperando.
—No lo sé —le contestó por fin—. Toma.
Le ofreció el pez y Darwin lo cogió, se lo tragó entero y permaneció allí apoyado, mirando a Nathan.
Esperando…
Su camarote estaba en penumbra. El estrecho marco dorado destelló opaco con la débil luz cuando Nathan sacó de él la fotografía, intentando por un momento estudiarla objetivamente, como si se tratara de la fotografía de una extraña. La fotografía era de una mujer de cuarenta y tantos años, sonriente, que llevaba un vestido veraniego de algodón y con el cabello rubio echado hacia atrás por la brisa; el rostro era sereno y aparecía feliz.
Lentamente, Nathan se acercó a la disquetera de imágenes del ordenador, deslizó la fotografía sobre la placa de vidrio y marcó la contraseña en el teclado. Las luces se oscurecieron aún más…
El holograma efectuó primero unos giros hasta que acabó de formarse; y de pronto allí estaba ella, quieta, casi sorprendida entre una respiración y otra, en pleno fluir de vida y alegría. Nathan se acercó, casi incapaz de respirar él mismo ante aquella visión. Si se moviera, si hablara…
Alargó un brazo.
La mano pasó a través.
Nathan soltó el aire de los pulmones, fue a una silla cercana y se sentó sin dejar de mirar la imagen. Si al menos pareciese que respiraba, aunque sólo fuera…
—He estado trabajando en un dispositivo para el movimiento —se oyó decir a una voz a su espalda. Nathan miró hacia atrás por encima del hombro. Lucas estaba allí de pie—. Todavía no he logrado fijar bien el procedimiento. —Parecía muy sumiso al mirarle, y Nathan se preguntó qué sería exactamente lo que había en su propia expresión para causar aquella docilidad—. La puerta estaba abierta —se disculpó Lucas.
Nathan asintió con la cabeza, y el chico entró lentamente, contemplando la imagen, y dijo:
—Es muy bonita.
—Sí —convino Nathan en voz baja—. Lo era.
Lucas parecía vacilante, nervioso.
—Sólo venía a decirle que me pareció… efectivo el modo en que llevó usted la situación hoy.
A Nathan no le quedó más remedio que sonreír abiertamente.
—¿Efectivo? Gracias.
Se hizo un embarazoso silencio.
—Entonces —se decidió por fin Lucas—, ¿va usted a quedarse, o qué?
Nathan se sintió vagamente sorprendido. ¿Qué más le daba una cosa u otra, después de todo? ¿Y por qué se quedaba pensándolo tanto, en lugar de decir sencillamente que no y mandar al muchacho a ocuparse de sus propios asuntos?
—No es tan sencillo —respondió.
—¿Por qué no? A usted le gusta esto, ¿no? Quiero decir, ¡éste es su barco!
Y así era, en cuerpo y alma; de un modo físico y real, mucho más físico que esa imagen que los sistemas del barco hacían posible…
—Le hice una promesa a una persona —confesó en voz baja.
—¿A ella?
Nathan asintió.
Lucas se puso a su lado y, para asombro de Nathan, se sentó y estuvo mirando la imagen durante lo que pareció un largo rato.
Luego, muy bajito, preguntó:
—¿Eran felices?
Nathan se sorprendió por la seriedad de la pregunta, y aún se sorprendió más de que Lucas fuera capaz de ponerse tan serio.
—Sí —contestó, y sintió que acababa de hacer una afirmación exageradamente modesta para describir a su amante, a su mejor amiga, a la que fue su esposa durante veintisiete años—, lo éramos.
Lucas movió la cabeza con incredulidad.
—Mis padres nunca fueron felices —reconoció—. Quiero decir que ni siquiera soportaban estar juntos en la misma habitación. Siempre hacían lo posible por molestarse el uno al otro, intentando que el otro se sintiera hecho una mierda. Me acuerdo de que yo deseaba que se divorciasen de una vez para acabar con todo aquello…
—¿Y por qué no se divorciaban?
Lucas soltó un suspiro.
—Decían que cuando se casaron prometieron permanecer juntos para siempre. —Hizo un movimiento negativo con la cabeza—. Supongo que no contaban con que las cosas cambiaran.
Nathan miró al chico y pensó: «Siempre sorprendentes los críos. El cambio… a todos nos llega. ¿Qué es lo que supone más valor, echarse atrás ante lo nuevo y lo peligroso, invocando viejas promesas, o rehacer las promesas… y tratar de obrar mejor y ser más juicioso en la siguiente ocasión?»
Encima de sus cabezas, se oyó una llamada por el altavoz general:
—¡Capitán al puente! ¡Capitán al puente!
Nathan permaneció sentado donde estaba, contemplando la imagen de Carol. A su lado, Lucas también la miraba, deseando… ¿quién sabía qué?
Pero Nathan sí sabía lo que él deseaba, por fin.
Se puso en pie lentamente, tomó aire y dijo:
—Me parece que eso va por mí.
Se encaminó hacia la puerta.
El puente estaba muy tranquilo cuando Nathan llegó; sólo una mínima parte de la tripulación se encontraba en su puesto. Justo después de cruzar el umbral, las luces se debilitaron bruscamente.
«Oh, no», pensó. Pero Hitchcock se dirigía a la escotilla en ese momento y al ver la expresión de Nathan sonrió.
—No se preocupe, señor. Es el casquete que simula la noche. Oscurecemos las luces durante seis horas de cada veinticuatro.
—Para dar una sensación de noche y día —asintió Nathan—. Muy bien. Gracias, teniente.
Hitchcock le devolvió el saludo con una inclinación de cabeza.
—Buenas noches, señor.
Nathan entró despacio, disfrutando de aquel vacío, de aquella paz. Se detuvo en medio de la estancia y miró hacia las pantallas frontales y a la oscuridad del mar. Ford se puso a su lado y permaneció de pie junto a él, silencioso durante un momento y contemplando la oscuridad exterior. Luego dijo:
—Estamos en contacto con el mando de la OUT, señor. El almirante Noyce… —Hizo una pausa y añadió—: El almirante pregunta si el capitán Bridger está disponible para hablar con él.
Nathan estuvo un momento más contemplando la oscuridad del mar, varios segundos. Finalmente, se volvió hacia Ford.
—Sí, comandante. Dígale que el capitán Bridger está a bordo.
Ford sonrió y se dirigió a su puesto. Bridger, por su parte, se acercó al sillón de mando, lo miró durante un momento y se dejó caer en él, aceptando por fin el lugar que le correspondía. Permaneció allí sentado y quieto unos segundos y, luego, alargó la mano hacia el enlace de comunicaciones y le dio un golpe con la palma.
—Tú y tu puñetero helado de regaliz —dijo.
Como una sombra entre las sombras, en lo más profundo y completamente en calma, el seaQuest siguió avanzando rumbo a Pearl, y rumbo a la mañana siguiente.