ENCUENTRO CON PACO FERNÁNDEZ BUEY

La esperanza ha sido siempre

una de las fuerzas dominantes de las revoluciones:

siento la esperanza como mi concepción del porvenir.

JEAN-PAUL SARTRE, tres semanas antes de morir

La mañana del 15 de junio del 2012 me hallaba en el Parque de Pedralbes, soleado y acogedor. Había escogido el lugar para preparar la intervención que aquella tarde tendría en Sabadell. Ante mí se abrían dos opciones, hacer una exposición sobre la situación económica y política o bien anunciar lo que con otros compañeros me había comprometido hacía meses en Madrid, un llamamiento a la ciudadanía para que desde ella, en toda su pluralidad, pudiese surgir una posición de cambio y de regeneración.

Tal vez por desconfianza, avalada por la experiencia vivida, tal vez por el cansancio de los años, me inclinaba por la primera de las posibilidades.

Estaba en esta disyuntiva cuando fui sobrepasado por dos hombres, uno que parecía de treinta y tantos años y el otro que caminando con dificultad mostraba que ya había superado los sesenta. Me llamó la atención su aspecto desmejorado y cansino. Se sentaron a pocos metros de mí y entonces creí reconocer a Francisco Fernández Buey.

Mi primer impulso de acercarme fue contenido por la incertidumbre que me suscitaba el mayor de ellos. Llamé por teléfono a Manolo Monereo y le comuniqué mis dudas. Su respuesta me ilustró acerca del mal que hacía tiempo aquejaba a Paco, al Buey, como le llamaban con ternura los íntimos. Le pregunté si él estimaba que debía abstenerme de acercarme para que su evidente enfermedad no le produjese una azarosa situación o, por el contrario, debía entablar con él una relación, interrumpida después de mi marcha de Madrid a Córdoba en el año 2000. Manolo me aconsejó acercarme y así lo hice.

Cuando me reconoció su semblante se manifestó alegre, cercano, cordial. Hablamos. Aquel hombre seguía en la acción, analizaba la situación como si su enfermedad no existiera, planteaba la necesidad de no abandonar, de no cesar en la lucha. Y todo ello razonado, medido, reflexionado; de la misma manera que un manantial brota y expande su preciado líquido, sin estridencias, como hacen los convencidos, los reflexivamente convencidos.

Mis dudas se disiparon al instante. Sabadell sería el marco en el que se lanzaría la idea del Frente Cívico.

Fernández Buey, su cultura, preparación, talante humano y militancia consciente… No puedo añadir nada que sus compañeros de Mientras Tanto no hayan dicho y vayan a decir en un número de El Viejo Topo dedicado a él. Pero sí quisiera rendir reconocimiento a lo que Paco ha influido en mí. Yo no he sido del grupo de íntimos; aunque mis responsabilidades en IU, a la cual aportó ideas y trabajos, y una conexión en cuanto a valores y actitudes, hayan hecho de su muerte (cuarenta días más tarde de aquel encuentro) una de esas malas realidades que a uno le impactan en la vida.

Tengo la sensación de haber perdido un referente insustituible.

Raras han sido las conferencias o exposiciones que he debido hacer que en su preparación no haya consultado este o aquel libro, artículo o trabajo de Fernández Buey. Soy deudor intelectual de una multitud de autores, amigos, compañeros y correligionarios que me han ido aportando ideas, contenidos y visiones nuevas de viejos problemas, Paco me ha aportado algo que traslado a los lectores: los fundamentos sobre los que las apuestas políticas, filosóficas o vitales se convierten en proyecto vivido y transmitido.

Los fundamentos son aquellos núcleos de vivencias, sentimientos, razonamientos, reflexiones y actitudes que constituyen la materia prima sobre las que cualquier proyecto político o de vida se construye. Recuerdo haber oído a Fernández Buey disertar sobre Marx y hacerlo con las claves culturales y de lenguaje propias de nuestro tiempo, vivencias y emociones.

El profesor que es capaz de traducir al hoy lo que hay de intemporal, por universal, en el pensamiento o en la obra de alguien que vivió en otra época, no hace otra cosa que conectar con otro ser vivo que, espacio temporal aparte, se acerca a nuestra cotidianeidad. Nuestra vida está llena de apuestas, valores, conceptos y pulsiones emotivas perfectamente incardinadas en un todo que constituye nuestra actitud ante la vida y sus problemas.

Actuamos según nuestras convicciones pero estas necesitan de algo más que voluntad o convencimiento; necesitan del ordenamiento racional sustentado en las vivencias de lo cotidiano. En ese sentido el profesor Buey era como un Sócrates, un constructor de proyectos basándose en el sentido común de lo percibido de primera mano. Era un descubridor de fundamentos que continuamente donaba, regalaba, difundía. La razón, la claridad y la ética están en deuda con él.

El Buey, un donante de fundamentos.