El consejo del Fondo Monetario Internacional, que considera que en España los salarios deberían reducirse un 10 por ciento para favorecer así la creación de empleo, ha sido ampliado a otras medidas expuestas por su presidenta, la señora Christine Lagarde. Esas otras medidas son subir el IVA y reducir los gastos en pensiones, educación y sanidad. La Comisión Europea, a través de uno de sus comisarios, no ha tardado mucho en adherirse a las mismas (en agosto de 2013) y, en consecuencia, a que pasen a ser materia de aplicación recomendada por tal instancia.
Tales muestras de barbarie forman parte de la esencia de dichos organismos. Están ahí para eso. Sus agresiones a los derechos conquistados por los trabajadores durante siglos y el desprecio olímpico a los Derechos Humanos reflejados en la Carta de la ONU de 1948, aprobada y refrendada por la práctica totalidad de los países del mundo, ha tiempo que dejaron de ser noticia.
Lo que todavía produce en mí cierto malestar es el coro de tertulianos, analistas, economistas oficiales y políticos que siguen manteniendo estas recetas como «duras pero necesarias» para al fin y a la postre «crecer y crear empleo». Además, lo hacen con el aire de suficiencia que da el considerarse portavoces de la verdad económica y científica, de la racionalidad suma. También las cámaras de gas y los experimentos nazis tuvieron sus apologistas en nombre de la «cientificidad de las razas puras y el diseño de una humanidad superior».
Más allá de que estas políticas económicas sean retrógradas y en único beneficio de un exiguo porcentaje de la población, está el hecho que las invalida como expresión, manifestación o explicitación de racionalidad. Me refiero a que en toda propuesta que se formule en el horizonte de un fin superior deben existir contenidos de ese fin. Ya nadie defiende que en puridad lógica y ética, además de en nombre del rigor científico, la clásica discusión entre fines y medios siga abierta.
Ningún fin puede conseguirse con medios que estén en las antípodas de ese fin. De la misma manera que la democracia no puede realizarse con procesos y políticas que la niegan o que el socialismo no podrá ser nunca una realidad si el camino que proyectamos está compuesto por medidas que lo niegan. El pleno empleo, la consecución de un trabajo digno o la existencia de una sociedad con derechos elementales satisfechos no pueden ser el corolario de acciones, propuestas o proyectos económico-políticos que sean totalmente conformados por medidas en plena contradicción con esos fines.
Por eso, valoro como peores a quienes en nombre de la ciencia económica sacrifican en el altar de la misma a la mayoría de la humanidad. Son los mismos que corean y exaltan la perfección de una ecuación económica o los resultados contables de una cuenta de beneficios privada como símbolos de la situación general de la sociedad.
Ni la ciencia económica está fuera de la historia ni tampoco tiene el rigor de las ciencias exactas. Es una ciencia instrumental al servicio de la población, que es quien debe marcarle los objetivos al servicio de los cuales debe poner sus conocimientos. Todo lo demás es la manifestación de una religión cruenta que sacrifica a la mayoría social en beneficio exclusivo de la minoría. La lucha contra ello no es únicamente social y política, sino también intelectual, racional y ética.