EN MANOS DE LA CUIDADANÍA

Volvamos a escribir aquellas palabras.

«El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstruos. Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda nuestra de inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza».

Son palabras de Antonio Gramsci, que murió joven en 1937, dejando escrita en los años treinta del siglo XX, una idea motriz para el mundo actual. Fue él quien vio la política como «una propuesta de fantasía concreta que ilusiona, impulsa a participar y a co-crear a un pueblo sus ideas y valores». Son parte de los verbos, de los gritos serenos de Anguita. Instrúyanse. Agítense. Organícense.

En ese combate resuena con fuerza un poema de Erich Fried:

Quiero tener amigos

tan seguros

como mis enemigos.

Y enemigos tan torpes

como muchos camaradas.

Y obreros que entiendan tanto de lucha

como sus patronos.

Hermanos,

eso sería

la victoria.

—¿Qué hay que decirles a los trabajadores, aunque no les guste, con la que está cayendo, o con la que nos están tirando encima?

—Que no hay solución que venga de la mano de un partido político, de un sindicato o de un salvador golpista. Esto solo está en manos de la ciudadanía. Ellas y ellos deben empezar a preguntarse qué es ser ciudadano. Es decir, colocarles ante la brutal evidencia. Y que no se asusten, que se sientan seguros y entiendan de lucha —como dice Erich Fried—. Y más. Decirles que la política del futuro será austera, que eso no son recortes, digo austera. Se acabaron las vacas despilfarradoras, las vacas consumistas, se acabaron.

—¿Cuál es el espíritu de esa austeridad?

—Significa calidad de vida. Hay un economista de derechas, autor de una obra que yo leo y releo, que se llama El dinero. Roy Harrod en un momento dice que hay dos tipos de riqueza, «la riqueza oligárquica que se predica de una minoría, que es tener un yate, varias casas y avión propio, y la riqueza democrática, que consiste en satisfacer las necesidades que dicen los derechos humanos en un nivel digno». Eso es la calidad de vida. Tú comes todos los días, te vistes, tienes un trabajo, un techo y las posibilidades de realizarte como un ciudadano a través de la cultura, el deporte, o bien a través de otras actividades. Ya está. Eso es mucho. Ahora los yates, los coches, las muchas casas. Todo eso se acaba.

—¿Qué suscita en ti esta globalización del mercado, esa especie de gobierno mundial manejando los hilos de la humanidad?

—El becerro de oro tiene millones de reflejos en millones de pequeños becerros de oro. Cuando hablamos del sistema capitalista por una derivación pensamos en un grupo de personas, en esos banqueros con esa tripa y su leontina. No, no. Al sistema capitalista lo tienes a tu lado, a veces dentro de ti, porque la economía globalizada ha tenido esa virtud. La globalización no es más que una doctrina económica que intenta ser una explicación del mundo. Hasta entonces la economía ha explicado una parte de la realidad. Ahora se yergue como explicación total. Todo —nos dice la globalización— funciona con mercado, competitividad y crecimiento sostenido. Esas relaciones son las únicas que determinan el progreso. Ya estaba escrito por Karl Marx.

»Hay un párrafo en que Marx hace una loa al sistema capitalista: «Ha creado maravillas superiores a las pirámides de Egipto, ha roto los velos de la ilusión que había sobre el tema de la ciencia», lo que pasa que a continuación dice «esta parte positiva tiene su parte negativa, que lleva a la destrucción social», porque lleva a la marginación, al paro, a todas las consecuencias para que al ser humano le falten los elementos mínimos para vivir como un ser humano. El triunfo de la globalización no es ni más ni menos que el comienzo de su declive. Esto tiene ya doscientos años. Lo dijo Karl Marx.

—Han metido el miedo a no tener trabajo, a perder la vivienda… Hay ciudadanos que piensan que nacieron en una dictadura (la franquista) y morirán en otra dictadura (la del mercado).

—Aquí o se lucha o se sucumbe. A elegir. Así de duro. No estamos en época de indefensión o de pasar de largo. Yo no asumo el sistema. Optemos. O morir como el braserito, poco a poco en una muerte dulce, tranquila, pero muerte al fin y al cabo… O combatir. Es una cuestión hasta de estética. Yo soy luchador, porque cómo si no iba a seguir peleando a mis setenta y un años. Pero soy un luchador provocador. Soy muy claro: «Que te levantes y te espabiles. Yo no soy tu padre, yo te voy a defender si tú estás conmigo en el tajo de la pelea; y si no, muérete de aburrimiento».

»Esto es duro, pero creo que desde la izquierda los dirigentes tienen que dar este mensaje. He estado siempre en contra cuando desde la izquierda se ha dicho: «Votadnos, que defendemos a los obreros». Yo no defiendo a ningún obrero. Yo quiero que esté conmigo peleando. Es la gente la que tiene que ser sujeto y objeto de su liberación. Yo quiero ser un luchador provocador porque estimulo, porque agito, porque provoco. Y soy optimista. Porque si no fuera optimista llenaba este libro de lágrimas… porque la situación está para hacerlo.