NO ES DEMASIADO TARDE

En la primavera de 2012, unos meses antes de que Julio Anguita se ofreciera como «referente» para organizar lo que ahora viene siendo el Frente Cívico-Somos Mayoría, notando su inquietud ante las cifras del paro, con los desahucios y la deconstrucción del Estado de Bienestar en marcha… mantuvimos esta conversación.

—¿Sientes que eres capaz de parir con la «gente activa» cosas nuevas para este mundo viejo?

—A veces, cuando no acertamos, cuando algo no cuaja es porque no lo hemos planteado bien, porque hace falta una mejor formulación. Entonces hay que seguir intentándolo. Sin desfallecer. Pertenezco a Mesa de Convergencia, a Socialismo 21, a Europa Laica, al Colectivo Prometeo… hasta un total de once organizaciones, y noto que esta especie de multiplicación no sirve para nada. Hace falta otra cosa.

—Siento esa lucha interior tuya porque crees no haber sabido formular un proyecto para que otra mucha gente se vincule a una propuesta política que cambie la vida.

—Me lo exijo a mí mismo, y quizá esté equivocado porque es posible que el terreno no esté preparado. Primero por la atomización existente, una multitud de pequeños organismos, de colectivos numerosos que se están mirando el ombligo todo el día. Tienen por otro lado un miedo atroz a politizarse, que esta es otra… Pero nos falta un cometa, qué sé yo, como la estrella de Oriente. No sé en qué consiste esa fuerza, si es una personalidad, si es un proyecto, si es una situación (¿estábamos hablando, sin nombrarlo, sin haber nacido siquiera, del Frente Cívico?). Y está ahí, ¿eh?, latente, bullendo, y no termina de surgir. Conste que la situación está para que surja de una vez. No solo estamos en una situación prerrevolucionaria, sin sujeto revolucionario. Estamos sin voces. La Revolución francesa tenía muchas voces: Robespierre, Saint-Just, Marat, Danton, y la soviética Lenin, Trotski, Zinoviev, Bujarin… Pero todas aquellas voces que eran unipersonales y específicas tocaban la música de una misma alternativa, de un proyecto. Aquí estamos muchas voces aspirando a tocar la misma canción, y seguramente suena, pero no se oye suficientemente alto. O no nos sentimos parte de esa misma partitura. Y no decimos lo mismo.

—¿Qué futuro le ves al PCE?

—El que sus militantes y dirigentes quieran, siempre y cuando asuman algo que yo aprendí en él: el partido es un instrumento, una herramienta, al servicio de una sociedad nueva sin clases sociales. Pero las herramientas quedan obsoletas, poco válidas y necesitan ser mejoradas. Hace tiempo, con esa manía mía de hablar en imágenes y en metáforas dije que «algún día el alma inmortal del PCE deberá transmigrar a otro tipo de organización»; una organización que se reclame del comunismo marxista y tenga siempre presente lo que Marx y Engels dicen en 1845 en La ideología alemana al hablar de los comunistas.

—¿No crees que te acusarán de liquidar al PCE cuando por ejemplo el PSOE, que es más antiguo, no muda sus siglas ni tampoco sus esquemas organizativos?

—Al PSOE no le hace falta porque ya renunció a cambiar las cosas; es un partido que se tiene como fin a sí mismo. Eso no lo quiero para el PCE. Los partidos y las organizaciones revolucionarias no se hicieron para los muertos sino para los vivos.

—¿Cómo te ve a ti la dirección del PCE?

—Hay quienes verbalizan que estoy en mi torre de marfil desconectado de la realidad. Apelo a la experiencia para demostrar que nunca he sido así. Antonio Romero decía que yo era incómodo para los que gobernaban y también «para nosotros».

—Gabriel García Márquez dijo en una ocasión que «todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la Tierra».

—También yo lo creo.