EL MANIFIESTO-PROGRAMA

«Tenemos que enfrentarnos por tanto a que un partido exangüe que tiene una tradición y una historia afronte el hecho de que se pregunte: «¿Qué sentido tiene nuestra existencia?».

El XVII Congreso del PCE, celebrado en junio de 2005, le pidió y le encargó a Julio Anguita por unanimidad que encabezara la redacción de un documento, el Manifiesto-Programa, entendiéndolo como un documento teórico político-organizativo de directrices «que sitúe nuestra cosmovisión a la altura del tiempo en que está».

Fue entonces cuando él apuntó: «Tenemos que afrontar el reto de plantearnos cómo redactarían hoy Marx y Engels el Manifiesto comunista para el siglo XXI».

A veces tenemos que preguntarnos qué sentido tiene nuestra existencia, aunque uno crea que tiene sentido simplemente porque interesa que lo veamos todos. Y por tanto, de esa pregunta surge el sentido colectivo, porque si no, seremos una suma de personas sin más. Un partido vivo es aquel que toma una decisión después de un debate, de escoger una línea política tras un debate a fondo, donde se cuestione sus propias actuaciones, su propia militancia.

¿Cómo se concibe esto? Una vez que yo lo expongo y se aprueba, solicito la participación de James Petras, que está de acuerdo en venir, y recibo el «ya lo veremos» de Chomsky. Me dirigí a los partidos comunistas de Europa en la fiesta del partido. No me contestaron. Los portugueses me dijeron: «Bueno, este es un problema que ustedes tienen que ver». «No, no, el problema del comunismo nos afecta a todos, queridos camaradas, preguntándose qué sentido tienen los partidos comunistas ahora. Tengamos el valor intelectual de discutirlo y acometerlo».

Lo primero que hicimos fue convocar a personas de indudable capacidad intelectual, militancia y experiencia en la lucha obrera y sindical: Fernández Buey, Juan Ramón Capella, Pedro Montes, Manolo Monereo, Joaquín Arriola, Agustín Moreno, Salce Elvira, Javier Navascués, Pedro Santisteban, Martín Seco, Salvador Jové, Sebastián Martín Recio, Jesús Romero, Ginés Fernández, etc. Y todos ellos conjuntamente con la dirección del PCE encabezada por Paco Frutos.

¿Qué concebimos para iniciar el proceso? Redactar una encuesta muy completa a la que debían someterse todos los militantes. Pero lo importante de la encuesta no es la encuesta en sí, sino el método. No es el militante que se sienta con las preguntas y a ver qué pongo aquí, la escribo y la mando a Madrid. No. El método es que cada militante contestase en su intimidad, para acudir después a su agrupación y se organice un primer acto para poner aquello en orden, durante el tiempo que hiciese falta, uno, dos o tres días. Desde el primer momento los cuadros y dirigentes debían participar para impulsar, plantear, sintetizar y profundizar en el proceso. Las conclusiones de una agrupación básica serían dadas a conocer a las otras de su ámbito local, comarcal, provincial o autonómico.

El resultado sería un documento abierto que iniciaría el camino final hacia una conferencia o un congreso. Se buscaba que al término del proceso el PCE fuese una estructura totalmente diferente a la actual, con una función que ni orgánica ni políticamente fuese una rémora o un rival de IU, sino su «alma mater».

Desde el primer momento las direcciones de comunidades importantes lastraron el proceso. Baste decir que en Córdoba, la mítica Córdoba, no se realizó ni una sola sesión de trabajo organizada por la dirección.

Jesús Romero, que fue el encargado de poner en marcha el proceso en Andalucía, presentó un informe demoledor en el que se acusaba, con razón, a las direcciones de Andalucía de haber lastrado el proyecto.

Recuerdo con evidente amargura mi experiencia madrileña en esta cuestión. A instancia mía se convocó a todas las agrupaciones de la Comunidad de Madrid. La intención avisada era la de informar directamente a los cuadros básicos sobre el proyecto, la estructura del mismo, sus características y objetivos. De las cerca de ochenta y cuatro agrupaciones se presentaron la mitad.

El acto comenzó mal. Tomaron la palabra varios dirigentes de la comunidad que tras discursos totalmente convencionales consumieron dos horas. Apenas me quedó tiempo para explicar, escuchar, disipar dudas y estimular.

Cuando ya presento el informe final, en el XVIII Congreso del año 2009, rindo cuentas y digo que no ha sido posible, que se ha fracasado. Entrego los estadillos y las actas de las pocas reuniones y sesiones de trabajo que se han podido realizar. Pero entrego un informe, con lo enviado por Andalucía que dice «El partido no ha querido», y entrego las actas de todos los encuentros habidos. Esas actas son estremecedoras: recogen la participación de un 10 por ciento de la militancia.

A nadie en el congreso se le ocurrió hacerme responsable del desastre. Creo más bien que la mayoría respiró tranquila, «había pasado el peligro», podían continuar con la modorra y la autocomplacencia.

Ese 10 por ciento que participó ¿qué vino a decir?

Que el partido necesita imbricarse en la realidad. Que tiene que cambiar. Que los nuevos tiempos demandan otro tipo de organización… Apuntan cosas que no interesan.