Esquilache: Nosotros mandamos haciadelante y sus señorías no quieren moverse. Pero la historia se mueve.
ANTONIO BUERO VALLEJO, Un soñador para un pueblo
Hay una nueva generación de jóvenes que hoy tienen a Julio Anguita como un referente en internet, en Facebook, en los foros sociales. En esos comentarios se puede leer que lo ven como «un político honesto que ya advirtió hace mucho de lo que se nos venía encima». Ellos ven y escuchan en vídeo de dos o tres minutos la hondura de un señor que llama a las cosas por su nombre, que lo dice clarito, bien articulado, en franca rebeldía contra el sistema, contra el mercado, contra la corrupción y la estafa que suponen las distintas crisis.
«Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil», escribió Aristóteles en su Ética a Nicómano, en el siglo IV antes de Cristo, «pero estar furioso con la persona adecuada, en la intensidad correcta, en el momento preciso… eso no es fácil».
Son muchos los que recuerdan al diputado Anguita de su etapa como portavoz de IU en el Congreso. Un Anguita con tono ponderado, pero firme; muy correcto en las formas, pero duro en los contenidos; sereno, pero muy contundente. Con la sensación de que más que para las Cortes Generales, donde estaban sus señorías, hablaba para el conjunto de la ciudadanía que le escuchaba en los debates en directo que emitía la televisión.
Anguita estuvo once años como presidente del grupo parlamentario de IU, entre 1989 y 2000. Y siete años como presidente portavoz de IU, de 1993 a 2000.
Es un placer intelectual leer con detenimiento el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, para recordar el trabajo que llevó a cabo con su grupo de Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya. Haciendo un repaso de los plenos celebrados entre el 25 de junio de 1997 y el 15 de diciembre de 1999 podemos encontrarnos con una línea trazada con coherencia.
Esta acotación de dos años y medio es una buena muestra de insistencia, crítica, didáctica, desarrollando desde la tribuna del Congreso el programa, las propuestas, concretándolo en clases magistrales con ese doble sentido que manifestaba Séneca cuando aseguraba que «los hombres aprenden mientras enseñan».
Aquel 25 de junio de 1977 el gobierno de José María Aznar comparecía ante el pleno de la Cámara para informar sobre la reunión del Consejo Europeo celebrada en Ámsterdam la semana anterior. «¿Qué era Maastricht, el Maastricht que se revisa en esta cumbre de Ámsterdam? Para empezar, ese Maastricht de 1992 no era la unión económica… porque, si no, hubiese habido una hacienda europea que hubiese servido para equilibrar las diferencias sociales y territoriales. Y, naturalmente, junto a la hacienda europea tenía que haber habido un presupuesto europeo digno de tal nombre».
La cumbre de Madrid de jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza Atlántica llevaría al gobierno de Aznar a comparecer en la Cámara el 17 de julio de 1997. «La OTAN es, señorías —resultaría cómico si no fuese tan dramático—, paz y seguridad, entendida la paz como ausencia de guerra, no entendida como desarrollo económico, como cohesión económica y social. La paz no es la paz de los cementerios ni la paz de los silenciados o de los callados atemorizados por el miedo o por el terror nuclear. La paz es un concepto positivo; es un concepto de construir otro orden internacional mucho más justo y no basado en el armamento militar. ¿Y la seguridad? La seguridad es un concepto que encubre muchas veces operaciones de rearme».
Ya en 1998, el 17 de junio, comparece el gobierno para informar sobre la reunión del Consejo Europeo en Cardiff, en Gales. Para Anguita se está produciendo un proceso degenerativo: Acta Única, Maastricht, Ámsterdam… hasta la cumbre de Cardiff. «¿Cuáles son las fórmulas con las que se desarrolla esa influencia benéfica del mercado único sobre la creación de empleo? La primera, la competitividad, que resulta ser la lucha por los mercados. ¿Así se va construyendo empleo, fiándolo puramente a la competitividad? ¿España frente a Alemania, España frente a Italia, España frente a Francia?».
Una nueva reunión del Consejo Europeo, celebrada los días 24 y 25 de marzo de 1999 en Berlín, llevaría al gobierno a la tribuna del Congreso. En febrero había comenzado en Rambouillet (Francia) la Conferencia Internacional sobre la Pacificación de Kosovo. En marzo continuaba en París esta conferencia, quedando suspendida tras rechazar Milosevic el despliegue de tropas aliadas en Kosovo. El día 24 de marzo, la OTAN lanza ataques aéreos durante 78 días sobre Yugoslavia.
Al mes siguiente, en mayo, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), con sede en La Haya, acusaría a Milosevic de crímenes de guerra en Kosovo.
En aquel contexto europeo (el pleno se celebró el martes 30 de marzo de 1999), el parlamentario Julio Anguita levanta simbólicamente un acta de defunción de la ética política «de quienes pasaron, durante el gobierno de la UCD, del no a la OTAN al sí, pero, para después votar sí; no solamente se quedaron allí, sino que, después, apretaron el botón que hizo posible que los bombardeos estén realizándose sobre Serbia (…). El señor presidente del Gobierno plantea la cuestión de la comunidad internacional. ¿Pero quién ha dicho que la OTAN represente a la comunidad internacional, señor Aznar? La comunidad internacional, señor Aznar y señoras y señores diputados de otra parte del hemiciclo, la representan única y exclusivamente las Naciones Unidas (…). Molestaba al nuevo orden internacional surgido después de la caída del Muro de Berlín la posibilidad de la existencia de un poder político europeo, que tenía que beber de los grandes conceptos que Europa llevó al mundo: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la cohesión, el Estado del Bienestar, el avance de la humanidad. Esa es la bandera de Europa y ha ido cayendo, cediendo, entregándose ante las embestidas políticas, económicas y militares de la gran potencia estadounidense y ante el silencio, la complicidad y la cobardía de algunos europeos. Se trata, por tanto, de que estamos asistiendo al entierro, al acta de defunción de lo que ustedes llaman proyecto europeo; ya no caben más subterfugios».
Casi un mes más tarde, aprovechando un pleno del Congreso de los Diputados, el martes 20 de abril de 1999, Anguita aprovechó su intervención para recordar que subía a la tribuna después de veintiocho días de guerra contra Yugoslavia, veintiocho días de errores trágicos, veintiocho días de éxodo de la población kosovar como consecuencia en primera instancia de la limpieza étnica de Milosevic, pero intensificada por la propia acción de los bombardeos de la OTAN, con la participación española, con personal y el empleo de las bases de utilización conjunta, teniendo como «campeones de la paz mundial» a tres políticos: Bill Clinton, Tony Blair y José María Aznar (cambiando al presidente Clinton por George W. Bush, los tres presidentes estarían el 16 de marzo de 2003 en la reunión de las Azores para decidir la invasión y la guerra de Irak).
«Estamos en contra de la guerra —clamó Anguita en aquel pleno de abril de 1999—. Nuestra fuerza política considera que la política de seguridad no es en absoluto militar. Se basa en el derecho internacional, en la justicia social, se basa en la ayuda a los pueblos oprimidos y con necesidades, porque, señorías, ustedes están haciendo algo que ya denunció Napoleón Bonaparte, y es que con las bayonetas se puede hacer de todo, menos sentarse en lo alto».
Otra cumbre de la Alianza Atlántica celebrada en Washington significaría una nueva sesión plenaria en el Congreso de Madrid, el 4 de mayo de 1999. «Señoría, llevamos cuarenta y un días de guerra con Yugoslavia. Cuarenta y un días en que nuestro país participa en una acción bélica que conculca el derecho internacional. Cuarenta y un días en los que nuestro país participa en una acción bélica sin haber recibido ninguna autorización de las Cortes Generales… Cuarenta y un días de bombardeos en escalada creciente y sobre objetivos en absoluto militares. Se bombardean depósitos de agua, se crean nubes tóxicas, se bombardean puentes, se bombardea la televisión serbia… El excanciller de la República Federal de Alemania, Helmut Schmitt, Nelson Mandela, Lionel Jospin, Oskar Lafontaine y cada día que pasa más gente está denunciando esa agresión y señalando cuál era la única fuente de derecho: las Naciones Unidas».
Apelando a la conciencia de sus señorías, en aquella intervención, Anguita recordaría el acuerdo que la Cámara había adoptado el 24 de octubre de 1995: «Decía que para que el Ejército español pudiese salir de nuestras fronteras había que cumplir dos condiciones, que fuera en misiones de paz y bajo las directrices del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Señorías, ¿ratifican o rectifican, o silban y miran para otro lado? ¿Están ustedes de acuerdo con aquella declaración, que fue unánime, o se incumple y ustedes callan? (…). Estamos ante la historia de una renuncia que supone una degradación de valores, de actitudes y de proyectos».
Desde el gobierno se utilizó el argumento del aislamiento de España. «Es un argumento falaz —diría en la tribuna Julio Anguita—. No se puede cambiar la historia. España estuvo aislada por una dictadura fascista, la del general Franco. El aislamiento fue la dictadura, no la política exterior. Pero es que además, para salir del aislamiento, ¿cómo se hace? ¿Apoyando felonías, apoyando barbaridades, apoyando guerras de agresión? Hay alternativas desde la defensa de la paz, desde la ayuda y desde la solidaridad, y desde luego no pasan por la guerra contra Yugoslavia ni por dar nosotros el sí a la nueva OTAN (…). Es necesario que el pueblo español hable. Déjenlo hablar, no lo interpreten».
El 16 de junio de 1999 el gobierno de Aznar compareció para informar de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Colonia los días 3 y 4 de ese mismo mes. En aquel pleno, Anguita pidió al presidente del Gobierno una sesión parlamentaria dedicada a la guerra y la situación de paz «porque, rememorando un periodo histórico de Europa, estamos ante una paz armada (…). La cumbre de Colonia y el papel de la Unión Europea en la guerra de agresión de la OTAN contra Yugoslavia es un eslabón más en un proceso de consolidación de un orden internacional unipolar y cesarista… Y en 1839 Victor Hugo planteaba que haría falta un frente como contrapeso a los Estados Unidos de América, la existencia de una gran nación —decía él—, los Estados Unidos de Europa. Esto es lo que hay, la renuncia de ustedes, señores jefes de Gobierno y muchos intelectuales, a construir de verdad Europa y se están conformando simplemente con una zona de libre cambio».
Sus señorías tuvieron que escuchar de Julio Anguita tres rotundas denuncias: «Estados Unidos pone las bombas, nosotros ponemos el dinero. Sobre todo, pone las bombas para dar salida al sector de misiles porque estos se quedarían anticuados en el año 2000 y había que darles salida para que se comprasen otros y el complejo militar estadounidense pudiera seguir funcionando (…). Se trata de hacer posibles rápidos e intensos beneficios de las compañías de armamento. Y una cosa muy importante, señor Aznar, era advertir a Europa, sobre cualquier veleidad de unión política; el César dicta mediante bombardeos: “Europa, tú, zona de libre cambio, no se te ocurra en absoluto ser un contrapoder”».
La tercera denuncia fue formulada en una pregunta: «¿Por qué no se dice que otra de las muchas causas de la guerra contra Yugoslavia es su negativa a integrarse en la OTAN? ¡Esto se silencia! Seguimos pidiendo ese debate en esta cámara porque está en juego no solo la auténtica construcción europea, sino el concepto y desarrollo de la democracia, que tiene como fundamento la claridad, el debate y la participación en el mismo por parte de los ciudadanos», dijo para concluir su exposición el 16 de junio de 1999.
Una nueva comparecencia del presidente Aznar, el 20 de octubre de 1999, para informar de la cumbre celebrada en Tampere (Finlandia), motivó una larga intervención de Anguita avisando una vez más del intento de los poderes económicos por reducir el poder de los gobiernos y de la soberanía nacional simplemente a sus cuentas del debe y del haber.
«Cuando una política se hace en función del mercado, cuando el mercado es el único que dice lo que hay que hacer, el mercando único se cumple, la moneda única se cumple, pero cuando llegamos ya a la unión política, que implica una constitución, unos derechos y unos deberes, en el marco de una Europa que ha reconocido una generación de derechos humanos, no puede eso llevarse a lo que pudiéramos calificar de constitución o periodo constituyente».
Para finalizar este camino de intervenciones, en el pleno del 15 de diciembre de 1999, fecha en la que el gobierno informó sobre el Consejo Europeo celebrado en Helsinki (Finlandia), Anguita entendió que había llegado el momento de proponer que las Cortes Generales celebren en el futuro un Debate sobre el Estado de la Unión, de igual manera que se hace con el Estado de la Nación.
En aquella sesión del Congreso, plantearía preguntas para el futuro: si en la Europa de los quince hay países, dos o tres, que van más rezagados, «cuando entre el resto de países, hasta veintiocho, ¿cómo se van ubicando? ¿Qué velocidades ponemos? ¿Siguen los criterios de Maastricht o los criterios de Ámsterdam? ¿Qué hacemos con el déficit? ¿Qué hacemos con el sector público que tienen? ¿Se vende o no se vende? (…). Este portavoz —se refería a sí mismo—, que lleva aquí hablando unos cuantos años, el otro día estuvo repasando discursos y viendo lo que ha ocurrido después. Les voy a dar trabajo, señorías. Tal vez las risas se les hielen a ustedes. Lo que se está construyendo no se parece en nada a lo que mantuvieron aquí en los distintos discursos que hicieron, personal y colectivamente, hace ocho, nueve y diez años; es otra cosa totalmente distinta».
Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil, pero estar furioso en la intensidad correcta, en el momento preciso… eso no es fácil, nada fácil, ¿verdad, Aristóteles?