Cuando no te quieren entender, no te respetan. Cuando no te quieren entender, te invisibilizan, te menoscaban, o sencillamente te desprecian. O te manipulan. Todo es en vano. No hay nada que hacer. Ocurre en la alta política o en los asuntos domésticos. Cuando no te quieren entender es la cita con la desesperación. La conjura de los que deconstruyen. Un dolor. Pero la vida es eso, que diría Benedetti, a «correr los escombros y destapar el cielo».
Le ocurrió a Izquierda Unida con la pinza y le volvió a suceder otro tanto de lo mismo con el sorpasso (que significa adelantamiento en italiano), un concepto según el cual IU debía aspirar a sobrepasar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda en el Estado español.
El término sorpasso se refiere históricamente a la posibilidad de que el extinto PCI (Partido Comunista Italiano) superase en las urnas a la vieja Democracia Cristiana (DC) y accediese al gobierno de la República.
En el año 1994 habíamos tenido un gran éxito en las elecciones europeas, obteniendo nueve europarlamentarios, con lo cual uno de los nuestros, Alonso Puerta, se convirtió en el presidente del Grupo Comunistas y Emparentados, que llegó a ser el cuarto de la eurocámara, muy importante, con casi cuarenta diputados.
En aquellas elecciones europeas del año 1994, la lista más votada fue la del Partido Popular (PP), siendo la primera vez que el PSOE era derrotado en unas elecciones europeas, perdiendo ocho puntos respecto a las elecciones generales del año anterior. Era también la primera vez que el PSOE perdía una elección a nivel estatal desde 1982. Otro aspecto reseñable era el ascenso de Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya, que dobló su apoyo electoral, obteniendo 2 497 671 votos, con el 13,44 por ciento de los sufragios.
En un Consejo Político Federal yo lancé la siguiente idea: «El sorpasso como lo que nosotros representamos será en su momento el referente de la izquierda mayoritaria». Obviamente el referente de la izquierda sería el referente parlamentario. Pero también más cosas. Es el referente a la hora de las alianzas. Es el referente a la hora de la hegemonía de pensamiento. Pero solo se conseguiría de seguir así, en esa tarea de trabajo, en ese creciente apoyo electoral. No es algo que se elige en estas elecciones o en las próximas. Eso no se dijo jamás. Sino que para que ese sorpasso se dé… y estoy hablando de la situación de Italia —por eso utilizo la expresión— será necesario mucho tiempo, mucha audacia, mucha política de apoyar las reivindicaciones de los trabajadores, mucho apoyarse en las capas populares que tenían problemas con el gobierno del PSOE.
Todo eso unido a una propuesta audaz, avanzada, de izquierdas, que pasaba entonces por otro discurso, por otra construcción europea, que pasaba por la creación de una banca pública, de una nueva ley energética, una ley hipotecaria, etc. Es decir, proyectos y paciencia.
¿Cuál era el método?
Era decirle a nuestra gente que desde la base, en los distintos barrios y pueblos, se dirigieran a las agrupaciones socialistas para proponerles acciones conjuntas en base a programas concretos. Se dirigieran a ellos para proponerles ir conjuntamente a determinadas políticas, que sin enfrentarse a políticas de su gobierno sí servían para luchar contra determinadas propuestas en las que estaba la derecha.
Esto era el sorpasso. Toda una acción en regla en el tiempo, pero ligándose a la gente y llamando y arrastrando a otros ciudadanos de las agrupaciones del PSOE. Claro, como estamos en los tiempos del año 1994, en aquella campaña la gente, pese a mi desesperación, empezó a hablar «bueno, en estas elecciones…». Que no, ¡que no se trataba de eso! Obviamente avanzamos, pero no dimos el sorpasso porque nadie lo planteó así. Y basta leer el acta del Consejo Político Federal para comprobar que no está planteado de esa manera.
Claro, a partir de ahí, al no haber conseguido el sorpasso, al no haber conseguido sobrepasarles electoralmente, vinieron las críticas, que si «ha sido un fracaso», «que si tal o cual». Y nos vino la crítica del sindicato CCOO, otra manera más de combatir lo que podíamos representar nosotros. ¿Por qué? Sencillamente porque nos negábamos a colaborar con el PSOE, porque les estábamos plantando cara.
Nosotros queríamos construir una alternativa que fuera «el referente de izquierdas». Era y, desde mi punto de vista, debe seguir siendo nuestro objetivo.
Al pasar el tiempo, tengo que recordar —y no lo saco de la memoria sino de los papeles— dos hechos. Uno del año 1998 y el otro de noviembre de 2012.
El de 1998 tiene lugar cuando se les ofrece desde la tribuna pública a José Borrell y a Joaquín Almunia un programa de once puntos durante el debate del Estado de la Nación, cuando Aznar es presidente. En un momento del descanso, Almunia me dice: «La próxima vez dirígete a mí», porque él era el secretario general, «y ya te contestaré».
Sin embargo nunca me contestó. Es decir, la falta de delicadeza de estas personas ha sido tremenda. Esto tuvo lugar en mayo de 1998. En el mes de julio del mismo año, en una rueda de prensa, al terminar un Comité Federal del PSOE, Joaquín Almunia se refiere a la propuesta nuestra diciendo que «no la pueden aceptar porque si la aceptaran dejarían solo en el centro al PP». Es decir, ellos confiesan que se sitúan en el centro político.
Pues bien, en noviembre de 2012 Felipe González les ha vuelto a decir: «Váyanse ustedes hacia el centro». Y yo me pregunto, ¿dónde están, en la derecha o en la izquierda? ¿De dónde tienen ustedes que irse hacia el centro? Es algo muy curioso. El PSOE se califica de izquierdas en las campañas electorales o a efectos de propaganda, pero en los discursos importantes hablan de ser el «centro izquierda».
Somos nosotros, los que de una manera torpe, les seguimos llamando de izquierdas, queriéndoles corregir la plana, lo cual sirve a los intereses más inmediatos y, por otra parte, a los que han buscado en el pacto con el PSOE, sin programa, una manera de afianzarse en su identidad, como una izquierda que tiene su complemento lógico en la otra.
El sorpasso no se llevó a cabo entonces como método de trabajo.
Esta es una constante en la actividad de IU y en la propia actividad del partido. Es asombroso comprobar cómo la degradación —y estoy hablando de mi periodo, que después ha continuado— es una constante. Estoy hablando de la falta de seriedad en la política. He criticado muchas veces el ceremonial de las reuniones de la máxima dirección del PCE o de IU. He llamado a ese ceremonial el sacramento del informe.
El secretario general o el coordinador va con un informe, un tocho tremendo, donde intenta recoger lo que debe ser la política inmediata hasta el siguiente Comité Central o el siguiente Comité Federal. Pero por una serie de derivaciones cada informe tiene que explicar el posicionamiento ideológico en torno a la situación internacional…
No hemos aprendido que hay partidos que toman sus decisiones en el Congreso y los siguientes informes son para seguir la acción y la aplicación, y no volver a repetir lo ya repetido. Bueno, pues yo tuve que volver a repetir las cosas, porque te lo piden. «Ahí faltan los jubilados, faltan los pensionistas, falta la juventud»… Es decir, le piden al informe que sea un escrito que lo recoja todo para que se sientan satisfechos, pero no sirve absolutamente para nada. Esto es algo que se lo he dicho a ellos una y otra vez. El sacramento del informe era un sacramento para ocultar la falta de operatividad.
Con el sorpasso ha ocurrido lo mismo que con otras tantas cosas. Recuerdo cuando el comité del Consejo Federal aprueba que todos salgamos a explicar a la gente el Pacto de Lizarra y nada de nada. De 247 que formábamos el Consejo Federal, salimos tres dirigentes a explicar Lizarra: Víctor Ríos, Manolo Monereo y yo. Nadie más. ¿Por qué? Porque en el fondo no estaban de acuerdo. Les faltaba el valor, la convicción, les temblaban las piernas… Pero el caso es que lo habían aprobado con su voto, que ahí están las actas. Esto yo no sé si pasa en otras partes, supongo que sí, que no es un problema de siglas, que es un problema de naturaleza humana.
La falta de seriedad en política. Eso unido a tomarse las reuniones como si fueran una tertulia. Cuesta a veces, Dios y ayuda, sistematizar. «Estamos en tal punto del orden del día, atengámonos a lo que hay». Pues no. En España la política es una cosa de diletantes. No estoy hablando de profesionalidad, estoy hablando de seriedad en los dirigentes. Lo que conozco es España.
Hay una función perversa: está el secretario general que es elegido, que no se equivoque mucho porque después irán a por él. Lo que él propone se le aprueba, que no hacen falta debates con datos, que es mejor dar ruedas de prensa, intoxicando a la prensa, «pensando» a través de la prensa. Y mientras la cosa va bien, ahí está el coordinador general «y nosotros vamos a intentar aplicar esto con las medidas de nuestra pequeña política».
Pero no se aplica. No se pone en marcha. Hombre, en esto hay excepciones. Pero diré que en el proceso de Maastricht, pese a que la dirección federal dice no a Maastricht, te encuentras que la dirección de Castilla-La Mancha, la de Valencia, la de Cantabria, votan que sí a Maastricht. Y cuando tú dices «esto no puede ser», te critican y te dicen que somos «una especie de centralismo soviético». Esto no lo hubiese permitido nunca ni el PSOE ni cualquier otro partido con dos dedos de frente. Es una especie de teoría anarquizante vestida —que es lo que más me fastidia— con la coartada de la pluralidad, que eso vendía mucho en la prensa.
Se salían de las normas que ellos mismos habían aprobado. Todo eso se ha ido a la quinta leche porque han sido descubiertos. Pero hicieron mucho daño.
—Hay una crítica muy dura sobre el papel que jugó el periódico El País. Pensando en los medios en general, ¿qué papel han jugado?
—El País era la voz de su amo, el PSOE, eso está clarísimo. Otros medios actuaban por seguidismo. En el tema de la pinza, por ejemplo, El Mundo daba pábulo a un cierto acuerdo entre el PP e IU porque de esta manera afianzaba el poder de Aznar. Nosotros utilizábamos a quien nos diera cancha. ¿El Mundo? Pues mientras saquen entrevistas y nos permitan explicarnos, de acuerdo. Porque IU nunca ha tenido medios. Pero realmente cuando se marca una directriz, los medios la siguen. Muchas veces porque algunos ya pertenecen a una fuerza política. Y otros por una comodidad y una falta de profesionalidad que asusta. Fueron años terribles. De una gran agresión tras otra desde los medios de comunicación. En 1997, en el 98. Fuimos asaeteados permanentemente, a pesar de que estábamos en lo más alto…, pero claro las fuerzas vivas eran conscientes de aquello. Mi dolor no es porque eso ocurriera —y digo dolor conscientemente—, pues mis enemigos son mis enemigos. El problema de esto es que hacían mella en nuestras filas. Sabían lo que había de verdad, pero tenían miedo escénico. Por eso ser dirigente precisa, además de ética, valor cívico. Un gran valor cívico.
Hay una última consideración sobre el sorpasso. Anguita recuerda un libro que Felipe González publicó en el año 1976, titulado Qué es el socialismo, en el que puede leerse: «Así pues, el socialismo rechaza los sistemas sociopolíticos en los que unos individuos se apropian de grandes cantidades de bienes mientras que otros se encuentran en la pobreza (…). Pero la plenitud democrática no va a ser alcanzada más que en una sociedad socialista, porque ello supone que el hombre no solo va a ser dueño de su destino colectivo en materia política, sino que va a disponer asimismo de su destino socioeconómico».
—¿Qué pasa, que esto ya no es válido? Pues sí señor, sigue siendo válido y lo será hasta que se cumpla. ¿Sorpasso? No importa el tiempo. Tenemos la eternidad entera.