Respecto a la llamada crisis económica, de la que hablaremos más adelante, muchos pueden tener la sensación de que se está gestionando atendiendo a las palabras de aquel viejo patrón del FMI: «¡Qué importa que a las personas les vaya mal, si a la economía le va bien!». De hecho, los propietarios de las grandes fortunas continúan acumulando dinero, pero ahora resulta que la economía no va bien, y sobre todo a las personas les va mal, muy mal. Eso es precisamente lo que nos ha traído hasta estas cifras de desempleo, hasta los desahucios, etc.
Volviendo a Maastricht, al año 1992, e incluso antes —en 1989, desde su portavocía en el Congreso de los Diputados—, Julio Anguita y su equipo de estudiosos ya decía que esto no funcionaría, que no lo haría si no se superaba el «déficit democrático».
«Hemos comenzado la casa por el tejado, queriendo hacer un Parlamento Europeo que no tiene ni la función legislativa, ni la tarea de control sobre ningún gobierno existente. Se trata de superar el déficit social y de ser capaces de poner en marcha una política exterior común e independiente».
Durante todos aquellos años noventa, desde Maastricht hasta el año 2000, Anguita repitió ante sus señorías en el Congreso de los Diputados, y en otros muchos foros, que a Europa le sucedería lo que al muerto de Frankenstein, que se volvería contra sus creadores, pues «no hay construcción europea sin una auténtica unión económica, sin una política europea, y sin una política exterior común». Y añadía: «Un presupuesto europeo, una hacienda europea, una política fiscal común».
Fue en el Foro de la Izquierda Europea donde se refirió a la resignación de la izquierda a la hora de desarrollar sus políticas. Se pueden consultar las hemerotecas. En 1999 Julio Anguita dijo algo que hoy resulta realmente profético: «En la práctica todo esto significará menos democracia y más poder para el Mercado».
¿Es la crisis de la Unión Europea más un producto de la crisis de la unión política que en esencia económica y financiera?
La economía creció cien veces en el siglo XX, pero las diferencias entre unos pueblos y otros pueblos también aumentó cien veces. Probablemente estamos hoy ante crecimientos de la economía, y sin embargo los poderes económicos se cobijan ante la imposibilidad de sacar los países adelante hablando de una crisis global.
—Estamos hablando entonces de una crisis política en una Europa que no se ha desarrollado. ¿Es esta crisis consecuencia directa de la lógica de la pérdida de poder político que los estados han depositado en los mercados?
—En 1988, a instancias de los compañeros «europeístas», viajé a Estrasburgo para conocer mejor la realidad europea. Querían los compañeros que el presidente de nuestro grupo parlamentario, denominado «Comunistas y Asimilados», Gianni Cervetti, me ilustrara sobre la nueva idea que redimiría a Europa. En una cena ad hoc aquel hombre me habló de «la Europa de la igualdad, la de la convergencia social, la Europa de la paz que iba a interponerse entre Estados Unidos y otras potencias». Una cosa preciosa, rotunda, perfecta. Cuando terminó su exposición le hice la pregunta más elemental: «Todo esto, ¿con quién va a ser posible hacerlo? ¿Con los obreros, con los intelectuales, con los militares… con qué capas sociales?». Y aquel hombre genial me contestó: «Ah, eso no lo hemos pensado». Gianni Cervetti estaba vendiendo humo. Y durante décadas la política oficial ha vendido humo. No ha vendido un proyecto concreto. Con aquella contestación me di cuenta de dónde estábamos. De esta manera, el partido, haciendo un esfuerzo económico tremendo, convocó el mes de enero de 1989 una conferencia que duró seis días de encierro. Allí llevamos a economistas del partido y a otros que estaban en los aledaños de nuestra ideología. Fue allí donde elaboramos una alternativa europea, el discurso europeo que IU ha mantenido años después, hablando del espacio social y económicamente integrado, hablando de la construcción europea… ¡Porque hablábamos de construir Europa! Teníamos las viejas palabras de Victor Hugo, «la unificación de ese gran país llamado Europa», la Europa federal, una Europa unida cuya capital él situaba, como buen francés, en París. «El mundo tiene que caminar a su unidad política, y este es un primer estadio de esa unidad». Ahí planteamos una teorización fresca y nueva. IU tampoco tenía nada elaborado, pero al cabo de unos meses asumió el documento elaborado por el PCE. Aquel documento constituye hoy una joya de previsión, de análisis de futuro y de propuestas concretas.
—Izquierda Unida publicó entonces un folleto en el que se recogía un total de sesenta y seis propuestas programáticas, de las que pueden citarse «la puesta en marcha de una auténtica política comunitaria de empleo», la «implantación de medidas apropiadas para afrontar la desocupación femenina de las políticas económicas», «creación de un espacio jurídico de negociación colectiva a escala europea» o «el derecho a la protección social, a la asistencia, a la seguridad y a la protección de la salud de todas las categorías de población»…
—Lo que pasa es que eso se aprueba, nos lo creemos quienes nos lo creemos, mientras el resto lo aprueba pero sigue en el trantrán de lo que el PSOE y los medios de comunicación van marcando, o lo que opinen los italianos. Hay un momento en que el Parlamento Europeo vota una especie de Constitución y le ordena al Consejo Europeo que vaya rápidamente a la unión política, pero el Consejo Europeo cuando recibe la orden cambia y plantea el Tratado de Maastricht, donde la unión política desaparece y se encamina hacia la unión monetaria.
—Para tan corto viaje no hacían falta aquellas alforjas.
—Repasando un día la revista del Círculo de Empresarios de Madrid, donde hay auténticas joyas, muy relevantes para explicar lo que está pasando, me encuentro que reproducen una vieja tesis conocida por los economistas, la tesis de las zonas monetarias óptimas, que dice que «para hacer una zona monetaria tienen que darse unas condiciones: que haya un poder económico único, que haya un presupuesto digno de tal nombre, que haya una política fiscal, que haya una convergencia social y una economía compartida, con las diferencias y las particularidades de cada cual, pero tendiendo a su encuentro». Nada de eso se daba. Ni entonces ni ahora. Por lo tanto no se podía construir Europa. Nuestra posición no fue la de unos irredentos africanistas metidos en las montañas del Rif, sino que partía del estudio riguroso y los análisis. Ahí hay muchas horas de estudio, desde la vasca Miren Etxezarreta, catedrática en la Universidad de Barcelona, a otros compañeros de la universidad como Joaquín Arriola pasando por Martín Seco, Salvador Jové y multitud de economistas que estaban coincidiendo en esto. Pero hay más. Yo he bajado de la tribuna del Congreso después de dar datos y denunciar lo que suponía Maastricht, y en el pasillo dirigentes del PP, un hombre y una mujer, me han dicho: «Julio, llevas razón, pero no tenemos más remedio que aceptar lo de Maastricht», y a los pocos días el ministro José Borrell se encuentra con nuestro jefe de coordinación de áreas, Salvador Jové, para decirle: «Lleváis razón con lo de Maastricht. Pero no hay más remedio que aceptarlo». Este doble juego no se puede admitir.
—¿Qué pasó en Izquierda Unida con la votación, en la que el Congreso de los Diputados dio el sí a Maastricht?
—Que la mitad de los dieciocho diputados de IU estuvieron de acuerdo con Maastricht. Votaron sí los tres de Iniciativa per Catalunya, además de Nicolás Sartorius, Cristina Almeida, Narcís Vazquez, Ricardo Peralta, Pablo Castellano y Jerónimo Andreu. Nueve de un total de dieciocho. Izquierda Unida ofreció votar con la abstención para llegar a un acuerdo. No quisieron y así votamos abstención nosotros, los otros nueve. Ha faltado la unión política que es hija de la decisión de los pueblos. En el encuentro de Roma de 1990 se reunió una representación de todos los parlamentos nacionales, y llegaron a decir que Europa debe articularse como un proceso constituyente donde interviene el Parlamento Europeo, los parlamentos de los estados y los pueblos, sin que se fijaran los límites de los pueblos en referencia al Estado. Se hablaba de los pueblos incluso sin Estado. Aquella propuesta quedó en el olvido.
»Ocurrió que al no tener unidad política, Europa no tiene acción exterior, así que cuando llegó la primera guerra del Golfo, la guerra en Yugoslavia, o cuando la invasión de Irak, nos encontramos con que Estados Unidos metió por la puerta trasera a los países recién llegados del Telón de Acero y se rompió la unidad que no existía. Por eso lo del monstruo de Frankenstein, pues se actuaba a retazos. Fue muy duro entonces soportar las críticas de los medios de comunicación diciendo que éramos «unos bárbaros», cuando resulta que hemos tenido una posición hija del estudio y el análisis. Eso es tremendamente duro e injusto. De todo esto entresaco una consecuencia: el político está obligado a estudiar, y que no me vengan con el cuento chino de «yo soy un trabajador», que se acuerden de Pablo Iglesias. La política es estudio, reflexión, la política es dolor de cabeza, y nuevas propuestas.