Hay asuntos que van y vienen. Otros permanecen. Los compañeros de Julio Anguita, las compañeras de Nueva Izquierda, son un Guadiana que está presente en nuestras conversaciones. Como lo estuvieron en los años noventa en los debates y las confrontaciones ideológicas de Izquierda Unida.
Nueva Izquierda es la plasmación organizada de corrientes de opinión, de actitudes, de comportamientos, hijos de una de las corrientes del PCE, la que desde tiempo inmemorial venía planteando la unidad de la izquierda, entendida estrictamente como la unidad con el PSOE. Es una corriente que estaba ahí y que informaba de manera subrepticia en la época de Marcelino, pero que se explicita en la época de Antonio Gutiérrez, pese a la huelga general del 14 de diciembre de 1988, que consiguió paralizar por completo el país.
—Ellos encontraron una especie de acicate, de estímulo, en la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. Como tal, organizada y con ese nombre, no existía Nueva Izquierda. Eran una actitud que obedecía a esa corriente no organizada, pero sí podemos hablar de afinidades y sintonías (sensibilidades, como queramos decirlo), que se venían manifestando desde antes de la época en la que yo soy secretario general del PCE. Ellos cobran más fuerza y visibilidad con el hundimiento de la Unión Soviética. Hasta que se organizan como corriente de opinión (aún sin el nombre de Nueva Izquierda), que se condensa y reúne en torno al debate del XIII Congreso del PCE sobre la disolución del PCE.
—¿Cómo se manifestaba eso en los tiempos anteriores?
—Por ejemplo, cuando en un Comité Central Enrique Curiel ya dijo: «Izquierda Unida tiene que subir, y esa subida tiene que ayudar a reequilibrar la izquierda». Es decir, que debemos subir en parlamentarios, para que el PSOE nos necesite. Este reequilibrio de la izquierda es una de las formulaciones con las que el mismo mensaje se ha repetido una y cien veces: la «casa común», «juntos podemos», «la unidad de la izquierda», etc. Pero con Curiel empezó tímidamente, hasta que se dio de baja en el partido y poco tiempo después ingresó en el PSOE. Estoy hablando de mi primera época de secretario general.
—No sería la primera vez que se hablaría de una «trama», y por tanto de la deslealtad que supone militar en una organización y trabajar subrepticiamente para otra. En el libro de José Luis Casas se puede leer al respecto que «la cúpula del PSOE había utilizado, velada o abiertamente, a “submarinos” en el PCE para lograr los objetivos de fagocitar a Izquierda Unida antes de que alcanzase a conformarse como movimiento político ascendente».
—Aquellas primeras actitudes que se veían en Madrid fueron cobrando fuerza con otras familias, lo que se llama la izquierda periférica, que protagoniza Ribó en Cataluña y le secundan los valencianos, los cántabros, que contemplan una operación de tipo electoral que dé peso a IU, que les parece muy pequeña para poder negociar y dialogar con el PSOE. Estaban pidiendo entonces más fuerza para negociar con ventaja, pero siempre con el PSOE, no hay más historia. Es un discurso gregario, un discurso absolutamente sindical frente al patrono. Al patrono (PSOE) se le reconoce y yo a lo que aspiro es a ganar más dinero. ¿De qué manera? Bien a través de la izquierda periférica o a través de una política menos radical. Cobran fuerza al derribarse el muro y al saltar por los aires, hecha añicos, la Unión Soviética. Eso hace que la socialdemocracia se convierta en el único referente y vaya cobrando fuerza. Esto anida ya en el PCI, que es el referente para esta gente. Achille Occhetto era Dios en la tierra para todos estos. Y Gianni Cervetti, el presidente del grupo parlamentario en Europa, era la mano derecha de Dios. Esto es en el año 89. Ese año tuvieron lugar las elecciones y subimos a diecisiete parlamentarios. Parece que la izquierda puede reequilibrarse. Ellos no quieren darse por enterados, pero lo cierto es que resulta claro cómo se nos desprecia por parte de Felipe González, que no nos quiere a la hora de formar gobierno en el año 1993, mirando a CiU, lo cual es lógico. Cuando tras hablar con Alfonso Guerra, que nos ofrece un puesto en la mesa del Congreso, Felipe dice no. Y dice no porque considera que los de IU somos «los cutres comunistas» (corría la voz de que González se había referido a la gente de IU calificándoles de cutres comunistas). Tras su acusación y su desprecio, estos de Nueva Izquierda aceptan el pecado. Ellos, en vez de ofenderse con ese calificativo, sin embargo asumen el estigma. «Es que estamos estigmatizados». Por eso quieren que el PCE se disuelva. Pero no porque desaparezca el partido, que frente a IU estaba por entonces en una segunda línea, sino que no querían esa Izquierda Unida que hablaba de construir la alternativa. La alternativa de modelo de sociedad, alternativa de Estado, lo que les sacaba de sus casillas porque significaba la oposición pura y dura.
»Nosotros queríamos además construir la oposición, construir alianzas que no sean el PSOE. Bien. Hasta que aparece el tema de Maastricht. Con Maastricht ya se tiene que situar cada uno. Continuar con una operación facilitada, elaborada, defendida por la socialdemocracia. Aceptar esa construcción europea significaba que nosotros renunciáramos a todo lo que habíamos elaborado el año 1989. Cuando Felipe González hizo cuestión de honor del abandono del marxismo en 1979, a él le importa muy poco el nombre, lo que quiere es tener las manos libres para conducir su partido, para convertirlo en el Partido Demócrata de Estados Unidos en España. Ese es el ejemplo que han querido seguir los de Nueva Izquierda. Ser con el PSOE el partido de Clinton, de Obama, es el partido que ellos quieren ser.
—Y finalmente se convierte en corriente organizada.
—Al aire del debate de Maastricht, ya se constituye Nueva Izquierda como corriente interna. Era el año 1992. Es decir, en la Asamblea Federal, cuando tiene lugar un debate sobre el tema de Maastricht, con la enmienda de Andoni Pérez Ayala, a la hora de las candidaturas, frente a la mía se alza la candidatura de Nicolás Sartorius ya representando una corriente de opinión llamada Nueva Izquierda.
—En abril de 1996, Manolo Monereo se preguntaba en un artículo: «¿Qué busca Nueva Izquierda (NI)? Si realmente, como reconocen sus propios dirigentes, existen claras diferencias estratégicas que hacen difícil su convivencia en el seno de IU, ¿por qué continúan en esta coalición? A esta pregunta contestaba recientemente Alfonso Guerra, cuando manifestaba que el objetivo del PSOE es atraerse el voto de IU. En efecto, NI está haciendo desde hace tiempo el trabajo sucio de arrastrar la mayor porción posible de IU a la casa común del PSOE».
—Monereo se refería entonces a un reciente artículo publicado por Nicolás Sartorius en El País, donde el componente de NI se posicionaba a favor «de una política de consensos y pactos con el objetivo principal de garantizar el éxito de una empresa de alcance histórico: llegar a tiempo a la cita con la moneda única, al núcleo decisorio de la unidad europea». En ese sentido, Sartorius lo dejaba claro una vez más: «Se es útil como oposición cuando no se puede ser gobierno». Dos denuncias quedaban patentes en aquel artículo. «Los de NI se mantendrán en IU para estorbar el debate que necesita el reforzamiento ideológico y político de IU… Van a intentar enquistarse en IU mientras sigan siendo útiles al “felipismo”», por una parte. Y por otra, se destaca que el periódico El País viene sacando en sus páginas las tesis de López Garrido, Nicolás Sartorius, Rafael Ribó o Solé Tura, mientras que no permiten ni una sola réplica del sector mayoritario de Izquierda Unida. Mala manera de entender la libertad de expresión. Era muy evidente por qué esa corriente minoritaria de opinión tenía tan fácil acceso a los medios, que se la rifaban, con todas las historias que ya conocemos, llegando un momento en el que al ser expulsados de IU cristalizan en un partido efímero. Al final, como se esperaba, pasaron al PSOE. Pero repito, es la visión que anidaba en el PCE, que se vio multiplicada y avalada por la caída del Muro y la desaparición de la Unión Soviética. Ellos pretendían ser socios prioritarios del PSOE, porque en el fondo pensaban que la esperanza del mundo era la socialdemocracia. El problema de estos es que el Muro de Berlín se cayó para los dos lados. Para allá y para acá. Para allá sabemos cómo se cayó.
—¿De qué forma se cayó para este «otro lado»?
—Al quedar la socialdemocracia como el único referente de la izquierda frente al capitalismo, la socialdemocracia tenía una tarea tremenda: ser un referente de anticapitalismo, no en el sentido negativo de antes, sino con otra política. Y ha fracasado.
—Lo curioso es que son los mejores años de IU, a pesar de que NI estaba trabajando por otro proyecto.
—Son los mejores años porque, a pesar de ellos, hay gente que intuye que está frente a un debate fundamental. Yo no quiero ligar esto que digo a mi persona, porque estoy hablando de «mis años», y también asumo la parte que me toca de responsabilidad y de errores. Electoralmente se pagan las consecuencias con el pacto del año 2000 entre IU y el PSOE. Y se paga porque entre otras cosas el castigo al que sometieron a IU y a mí especialmente en los últimos años de la década había hecho mella en las expectativas electorales. Esa fue la gran bajada de IU. La corriente de Nueva Izquierda, al no tener un proyecto propio, al carecer de ideario, al carecer de tensión, termina donde tenía que terminar, siendo abducida por la nave nodriza del PSOE. Es decir, el PSOE era su astro, el sol que les iba absorbiendo. Y así han terminado todos, o casi todos. Porque no era un discurso distinto. Era el discurso del PSOE, pero efectuado en otros terrenos.