IDEALIZACIÓN DE LA HISTORIA

—La historia me empieza a gustar como un pasado que incluso en su parte más negra era mejor. Hablo del bachillerato. Es una idealización. En el fondo, ya entonces me gusta la historia para conocer más, para entrar en un mundo de ensueño. La Jura de Santa Gadea, la Tres Carabelas, San Quintín… Cuando termino el bachillerato superior empiezo a estudiar Magisterio y el profesor don Miguel Ángel Ortiz Belmonte ya nos habla de la historia con cosas razonadas. Y yo que entonces necesitaba explicaciones del mundo, me di cuenta de que en la historia podía encontrar explicaciones para el presente. Por eso cuando decido estudiar historia ya lo hago perfectamente concienciado.

—¿Qué tiene la historia que su saber procuras?

—Busco en la historia las explicaciones de lo que está pasando «ahora». Aquello que en la historia oficial de entonces no era posible. Tuve que escoger los libros. Leer a autores como Joaquín Costa, o la Historia de España de Antonio Ramos Oliveira, o el debate de Claudio Sánchez Albornoz con Américo Castro; es decir, vas entrando por ahí. Por entonces ya conocía bien la «historia como cuento». Cuando hacía los dos cursos de comunes en Sevilla el profesor de Historia General de España nos obligaba a recordar 3500 fechas. Un disparate. Pero a mí me interesaba la otra historia, por eso me fui a Barcelona en busca de una historia total, la historia de la economía, del arte, de la alimentación, de las diversiones, la filosofía, de los viajes, la historia de los descubrimientos. Así entras en los análisis históricos, con Pierre Vilar y Lucien Febvre con su revista Anales. En resumen te diré que yo he sido alumno de Vicens Vives, una figura capital en la historiografía del siglo XX. Es una pasión, pero una pasión que he ido descubriendo poco a poco, sobre una base de afición por lo que tenía de ensueño, de cómic, de cuento. Creció la pasión y yo con ella.

—Para entonces ya conocías las auténticas raíces históricas de la ciudad de Córdoba.

—Tuve dos profesores, uno muy conservador, don José María Ortiz Juárez, y el otro su hermano Dionisio. Pero recuerdo especialmente a Ricardo Molina, uno de los grandes poetas del grupo Cántico. Nos hablaba de Lorca, de la estatuaria griega, la democracia en Atenas, de la riqueza cultural del califato cordobés, de los sedimentos culturales romanos, de Julio Romero, etc. Fue encontrar el sentido a las piedras, las calles, el paisaje, la música y las costumbres de Córdoba. De la Córdoba de Claudio Marcelo, su fundador como colonia patricia en 153 a. C., lo cual hacía que los habitantes de Córdoba alcanzaran la ciudadanía romana plena. De la Córdoba con poso judío, de la Córdoba que todavía te habla cuando la paseas por la noche.

—¿Por qué hay más libros sobre la Córdoba musulmana, cuáles son las razones?

—Como en la época musulmana el Califato fue el momento de esplendor, obviamente tiende a refugiarse cierto patriotismo en el esplendor. No se puede negar la influencia árabe en España, mucho menos en Córdoba, pero muy cerca está la romana. Córdoba fue capital de la Hispania Ulterior (del Ebro hacia el sur). Después fue capital de la Bética. Fue escenario de la batalla de Munda entre el propio Julio Cesar y lo hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto. Patria de Séneca y de Marco Anneo Lucano, el autor de La Farsalia. Córdoba es después de Itálica la ciudad romana más antigua de España. Aunque está por dilucidar si la primera fundación romana está en Graccurris, cerca de Haro, en La Rioja. Córdoba tuvo circo, teatro y anfiteatro y en sus alrededores poseyó un palacio el emperador Maximiano.

—Veo que aquella Roma interminable y contradictoria está entre tus debilidades.

—Sí. Roma ha creado junto con Grecia la civilización occidental. Roma ha creado —obviamente— el Derecho Romano, configurando el pensamiento jurídico del mundo. Incluso con cierta influencia del derecho de gentes, y la organización del Estado, que después ha sido recogida por la Iglesia católica a la hora de su estructuración y funcionamiento. Pero hay también alguna que otra falsificación acerca de la herencia cultural de aquella época. Me refiero a lo que generalmente en Córdoba se llama senequismo; es decir, una posición ante la vida grave, prudente, estoica y llena de sabiduría. Sin embargo, con el nombre de senequismo se encubre muchas veces la ignorancia, la indolencia y el desapego ciudadano. Esto está muy bien reflejado en la novela de Pío Baroja, desarrollada en Córdoba y que tiene por título La feria de los discretos.

—La influencia musulmana fue destrozada conscientemente por el cristianismo vencedor.

—Lo que pasa es que era muy difícil quitar el lenguaje, el nombre de sus calles, los monumentos, las costumbres. La influencia cristiana no fue de golpe. El reino de Granada dura hasta 1492, y el reino de Granada era Granada, Almería, Málaga, parte de Córdoba y parte de Jaén, que no es ninguna tontería, vamos, media Andalucía.

—¿Qué personajes de aquellos dos mundos de Córdoba te atraen más?

—Del mundo romano ya lo he mencionado. Sin embargo, sí siento una atracción por la Córdoba musulmana y judía. Desde los emires, sobre todo el primer Abderramán y entre los califas el culto Al Hakem II. Y Averroes, Maimónides, Ibn Hassam, Zyriab, la poetisa Wallada… Pero sí que es verdad que en otros aspectos el carácter cordobés me gusta. De todas las culturas de Andalucía me quedo con la cordobesa y la del antiguo Reino de Granada. Amo a las otras culturas, pero estas dos me dicen más; tienen tragedia.

—¿Esa contención de ánimo del senequismo también está dentro de ti?

—Sí, a pesar de que soy vehemente por temperamento. A la hora de trabajar, concebir o exponer soy bastante metódico. ¿Qué es lo más importante? ¿Cuáles son los argumentos? Yo no puedo escribir si no hago antes una estructura. Escribo a mano, reposadamente, donde voy colocando las argumentaciones, y después el lenguaje puede llegar hasta el arabesco verbal, pero siempre sobre esa base de estructuración lógica y cargada de vocación didáctica. Es lo que se le atribuye al discurso forense romano, un discurso bien articulado.

—Fuiste hijo único durante dieciséis años y medio.

—Recuerdo la emoción que sentí cuando mi madre dijo que iba a tener otro hijo. No sentí celos, para nada. Al contrario, estaba muy contento.

—¿Cómo fueron las relaciones con tus tres hermanos?

—Las relaciones fueron paterno-filiales. Yo fui como un padre para ellos. Hay que tener en cuenta que el segundo hijo de mis padres nace cuando yo tengo dieciséis años. Inmediatamente que nace el segundo, a los diez meses nace el tercero. Y al cabo de unos años nace la cuarta. Así que yo he sido el padre por muchas razones, había que ayudar. Muchas noches cuando me quedaba en casa a estudiar velaba el sueño de mis hermanos, porque mis padres solían salir a casa de una familia vecina y muy amiga, los González Herrera. No tenían otro esparcimiento que aquella visita. Cuando murió mi padre, todavía joven, yo seguí haciendo de padre hasta que mi madre se fue a Tenerife. Así que me considero su segundo padre.

—Cada uno de tus hermanos siguió luego su propio camino.

—El siguiente a mí, José Luis, estudió informática en la Universidad de Valladolid; trabaja en Santa Cruz de Tenerife. El tercero, Juan Carlos, hizo la carrera militar y ahora es teniente coronel. Y la chica, María Teresa, es auxiliar de clínica. Tanto el informático como la auxiliar de clínica viven en Tenerife, donde también reside mi madre.