EL FINAL DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

Fue el símbolo más poderoso del llamado «telón de acero», el más conocido de la Guerra Fría. El Muro se levantó en el año 1961 para ser derruido el 9 de noviembre de 1989. Hay muchos otros muros que se han levantado desde entonces, en la frontera con México o en tierra palestina, o en el Sahara, más largos y más altos, pero cuando se nombra el Muro, el imaginario aún acude a Berlín.

Tres años después se desmoronaría la Unión Soviética, disolviéndose en cuestión de unos meses, sin que nadie pudiera preverlo. Ya en el otoño de 1990, Ucrania, Armenia, Turkmenistán y Tayikistán habían reclamado su soberanía. Un año después, Letonia, Lituania y Estonia organizaron consultas electorales para reafirmar su voluntad de independencia, que fueron reconocidas el 6 de septiembre de 1991 por el Consejo de Estado. El 25 de diciembre de 1991 Gorbachov, que trabajaba con el presidente Yeltsin en el Kremlin, anunciaba su dimisión y la desintegración de la URSS. La bandera tricolor rusa sustituía desde entonces en el Kremlin a la enseña roja soviética.

Durante todos aquellos años, y muchos años después, Julio Anguita fue el secretario general del PCE. Tuvo entonces que responder insistentemente a la misma pregunta. A veces quien preguntaba y repreguntaba solo quería obtener una respuesta. Solo una. Que la frase de un dirigente político no te cambie el titular que tú tienes en la cabeza y estás dispuesto a publicar. Qué mal país, cuando tienes que apelar al exabrupto para zanjar una conversación. Mal país, cuando no te quieren escuchar.

—¿Cómo recibiste la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989?

—Aquel muro a mí no me representaba. Era algo que no se podía mantener, obligando a sus habitantes a vivir encerrados en un país, a no poder salir. Es verdad que aquellos habitantes tenían delante de ellos un escaparate permanentemente puesto al día por el capitalismo de Occidente. Pero eso no resta gravedad a los hechos.

—Sé que tuviste que responder a muchas preguntas durante aquellos años de cambios.

—Sí. Sobre el Muro, sobre la desmembración de la URSS y sobre una tercera, la más insistente: «¿Por qué no disuelve usted el Partido Comunista de España?». Agárrate. «¿Por qué no disuelve usted?». ¿Quién era yo para disolver el partido? El partido se disuelve por un acto soberano de sus órganos y sus militantes. Recuerdo una comida en la que estábamos hablando de los planteamientos de IU y del PCE, recuerdo cómo un periodista de El Mundo me hizo la misma pregunta delante de las cámaras de televisión una y otra vez, hasta siete. «Primero no tenemos que avergonzarnos de nada. Este partido ha defendido las libertades, tenemos derecho…». Ante la octava insistencia en la misma pregunta respondí. «Mire usted, le voy a dar ya la razón última por la que no disolvemos el PCE, con una cita de los clásicos. No disolvemos al PCE porque no nos sale de los cojones. Póngalo usted en su periódico». Mano de santo. Se acabó la misma pregunta una y otra vez. Qué mal país cuando no te quieren escuchar. Toda esa insistencia era porque hablaban en nombre de otros. Porque tenían la consigna metida en el tuétano. Qué mal país cuando la suprema razón de las gónadas pone punto final a algo que debiera ser fruto de la razón, la cortesía y el respeto.

—¿Cómo incidieron electoralmente esos dos hechos, la caída del Muro y la desaparición de la URSS?

—Es curioso: subimos en votos, y conseguimos un 13,4 por ciento en las elecciones europeas, en 1995. Y un diputado más el año que tengo el infarto. De diecisiete pasamos a dieciocho diputados. Todo eso en medio del ataque contra los comunistas. Hay mucha gente que valoraba nuestra posición de dignidad, de firmeza, que habláramos de programa. Es la época en la que yo me dirijo a Felipe González en el Congreso con los veinticinco puntos. Es cuando ve la gente que Felipe no quería pactar con nosotros para formar gobierno en el año 1993, optando por CiU, y empieza a hablarse ya de toda la corrupción. Lo de la Unión Soviética nos restaba, pero había otros temas que nos daban aliento, el tema de la ética, el de la honestidad, la lucha por un mundo más justo e igualitario. Llámese cultura, llámese dignidad.