Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
solo reman los suspiros.
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
FEDERICO GARCÍA LORCA
Seguía lejos de Andalucía Julio Anguita cuando, en 1991, un episodio vino a exponer de una manera diáfana lo que le esperaba en las responsabilidades de Madrid, aunando en su persona los dos cargos de mayor representatividad, secretario general del PCE (desde febrero de 1988) y coordinador general de Izquierda Unida desde 1989, año en el que obtuvo su escaño en el Congreso de los Diputados.
La vocación de quien trabajaba por construir una alternativa chocaría contra los muros interiores. Sería fuerte decir que le rodeaban breves cárceles mentales. Es más preciso indicar que algunos de los compañeros que caminaban a su lado tenían otros intereses. Ni azahar, ni olivas.
«Mi dimisión como coordinador general de IU formalizada en su Presidencia Federal el 14 de septiembre de 1991 es uno de los hechos que mejor resumen la lucha existente en el seno del PCE e IU a causa de dos proyectos totalmente antagónicos: el que concebía a IU como movimiento político y social encaminado a la permanente construcción de la alternativa de gobierno, Estado y modelo de sociedad; y el que pretendía hacer de IU un nuevo partido de corte socialdemócrata a imagen y semejanza del PSOE. Esta última opción priorizaba una alianza preferente con el PSOE y una sintonía acrítica con los dos sindicatos mayoritarios. Mi dimisión no fue un hecho esporádico o aislado, sino uno más de una serie de acontecimientos en los que las dos almas del PCE, y en consecuencia de IU, se midieron. En este año de 2013, cuando se ven los frutos del Tratado de Maastricht, o el lugar (al seno del PSOE) donde ha ido recalando la abrumadora mayoría del sector crítico denominado Nueva Izquierda, es cuando los hechos que se relatan cobran su exacto sentido. En septiembre de 1991, vísperas del XIII Congreso del PCE, aparecieron con toda nitidez los dos proyectos, las dos visiones, las dos estrategias existentes en el PCE. Una de ellas, denominada sector crítico en principio y después cristalizada con la creación del Partido Nueva Izquierda, mantenía que tras la desaparición de la URSS, los partidos comunistas no tenían razón de ser; en consecuencia postulaba la disolución del PCE y la inmediata transformación de IU en un partido político como anteriormente se ha reseñado. La posición mayoritaria en el PCE, conmigo a la cabeza, se negaba a disolverlo en función de dos razones que por entonces ya fueron bien explicadas:
»Una. La trayectoria del partido como eje de la lucha contra la dictadura y en defensa de la libertad y la democracia no podía ser obviada ni olvidada. Y además, era pública y notoria su condena de la invasión de Checoslovaquia en 1968 y la afinidad con los partidos comunistas de Occidente.
»Dos. El PCE defendía la concepción de IU como movimiento político y social organizado, portavoz y desarrollador de una política que tenía como eje la construcción de la alternativa. Y ello conllevaba una serie de características que eran sus señas de identidad específica: federalismo y elaboración colectiva de programas, junto con otras formas de hacer política.
»Esquerra Unida del País Valencià (EUPV), en la que la presencia de dirigentes regionales comunistas era más que notable, anunció entonces por sorpresa que se iba a constituir en partido político y que demandaba de la Presidencia Federal que tomara nota y en consecuencia asumiera los hechos consumados. Aquella decisión vulneraba los estatutos de IU federal y desde luego los del PCE. Ante los hechos consumados planteé que al menos la decisión se discutiese en el Consejo Político Federal, que era el único órgano que podía dar luz verde a la propuesta. Se negaron porque en la Presidencia Federal sus posiciones tenían mayoría: PASOC, EU-PV, algunos independientes (Cristina Almeida, Diego López Garrido y algunos dirigentes del PCE). Sin embargo en el Consejo eran minoritarios, porque junto con la mayoría del PCE estaba Izquierda Republicana y otros independientes menos conocidos. En consecuencia decidieron ir contra la legalidad interna y llevaron el asunto a la Presidencia Federal. Ante los hechos consumados, advertí que la Presidencia no era competente para tal cuestión, pero ellos siguieron adelante. Tras la consulta pertinente tomé, con bastante sigilo y discreción, la decisión de dimitir si la propuesta se aprobaba en la presidencia. Así fue, ante el estupor de la mayoría de los miembros de la presidencia».
En aquella carta de dimisión, Anguita anunciaba su deseo de «seguir apostando por el proyecto de Izquierda Unida», a la vez que manifestaba que no podía «menos que ser consecuente» y no representar, al máximo nivel a «una fuerza política que, a mi parecer, toma con esta decisión un sesgo y un camino distintos al aprobado en el marco global de la II Asamblea Federal».
«Considerando que con tal decisión el proyecto de IU comienza a marchar por un camino que no comparto en absoluto y teniendo presente la lealtad, sinceridad y consecuencia que uno le debe al colectivo al que pertenece, presento mi dimisión como coordinador general de IU —explicaba en aquella carta de dimisión—. Dicha dimisión lleva aparejada la presidencia del Grupo Parlamentario, al cual se le remitirá una copia de este escrito. Desde la presidencia seguiré trabajando por IU desde mis posiciones y en el Grupo Parlamentario me dedicaré a las tareas que el citado Grupo y la dirección del mismo le asignen a este diputado por Madrid».
Desde el mismo instante de su dimisión, Anguita se dedicó desde la secretaria general del PCE a preparar el XIII Congreso. Y también a organizar la contraofensiva ante lo ocurrido. Asistía a las reuniones de la presidencia como miembro de la misma, pero sin pasar de la mera presencia.
El Congreso del PCE se resolvería a favor de las tesis de Julio Anguita, que obtendría un respaldo del 76,4 por ciento.
«Como candidato alternativo a la secretaría general se presentó Francisco Palero, un miembro del Secretariado, junto con Gerardo Iglesias y conmigo mismo. La confrontación siguiente era la II Asamblea Federal de IU. Los miembros de la presidencia me encargaron que redactase el borrador de informe de gestión que una vez aprobado por el Consejo Político Federal se llevase a la Asamblea. Accedí. Por aquel entonces (1992) tuvo lugar la aprobación del Tratado de la Unión Europea de Maastricht, que inmediatamente se constituyó en un nuevo motivo de confrontación interna. La mayoría del PCE y también de IU no eran partidarios de aquel tratado y la visualización del conflicto tuvo lugar en la II Asamblea.
»El profesor de la Universidad del País Vasco Andoni Pérez Ayala, independiente en Izquierda Unida, me advirtió que él iba a plantear una enmienda a mi informe por la que IU se declaraba contraria al tratado. Le animé a hacerlo y preparamos la escenificación pertinente. Tras la presentación que hice del informe de gestión llegó el turno de propuestas y enmiendas. Andoni hizo la suya. Me tocaba a mí aceptar o rechazar a expensas de lo que la votación decidiera. Acepté la enmienda y aquello fue Troya.
»Fue una noche tensa en la que la mayoría tuvimos que soportar acusaciones, amenazas, presiones y hasta alguna que otra reconvención de algún dirigente comunista histórico. Frente a mi candidatura como coordinador general de IU, partidaria del rechazo a Maastricht, se alzó la contraria encabezada por Nicolás Sartorius. El resultado fue de un 60 por ciento para nosotros y un 40 por ciento para ellos».
En mayo de 1992, Anguita volvería a ser coordinador general de Izquierda Unida. La crisis de las dos almas del PCE y su correspondiente correlato en IU se intensificaba.