LAS RESPUESTAS DE MARGARET THACHER Y REAGAN

—Hemos perdido esa guerra. ¿Cuándo empezó esa «guerra»?

—Esa guerra empieza con el desarrollo «natural» del capitalismo, con las consecuencias que describe Dickens, que denuncia Marx en el primer tomo de El capital, y llega un momento en que se producen las primeras internacionales. Hubo momentos en los que parecía que esa guerra la íbamos a ganar, porque se conseguían conquistas importantes, batallas importantes, y dignas derrotas. La Comuna de París es una muy digna derrota, como puede ser el paso de las Termópilas o Numancia, pero al final pierdes. La dignidad de Leónidas, o de los numantinos, todos nos fijamos en su tremenda dignidad, pero al fin y a la postre, perdieron.

—¿Cuáles fueron aquellos avances?

—El reconocimiento de los sindicatos, conseguir que se trabajaran menos horas, la Constitución mexicana de 1917, el Estado de Bienestar, la Revolución Soviética de 1917, la Constitución de Weimar de 1919, la Constitución soviética del 21, y después la del 36.

—Estamos a cuatro años del centenario de la Revolución de Octubre.

—Aquella revolución pareció el triunfo definitivo y en ese momento se rompió la cadena capitalista. Ocurrió con una serie de circunstancias que hoy no son equiparables. Pero la guerra continuó. Porque en aquellos momentos y luego en los años de la Guerra Fría, en el mundo se seguían defendiendo esas ideas, los partidos comunistas luchaban, había partidos socialistas que se movilizaban, aparece el Tercer Mundo, los Países No Alineados, la Conferencia de Bandung, lo de Donella Meadows sobre Los límites del crecimiento en el Club de Roma, en la década de los setenta Herbert Marcuse… Hay una efervescencia al filo de la crisis del petróleo de los años setenta, pero inexorablemente el capital reacciona con las respuestas de Margaret Thatcher, las respuestas con Reagan, el proceso de la globalización, la aceptación del discurso europeísta por parte de la izquierda… es decir, se ha terminado. Porque en el año 2013 tenemos que asumir que grandes masas de la población le digan a uno que «es un privilegiado porque tiene trabajo», transformando en un privilegio lo que es un derecho. Eso significa que nos hemos pasado de rosca sin saberlo. Que hemos perdido. Y las organizaciones obreras han dejado de serlo en el sentido de lucha y de combate. Pero no solo ellas, también los hijos de la Ilustración hemos perdido. La reflexión se ha transformado en una cultura irreflexiva. No existe historia. Los informativos son como si te dieran una película y la vieras como una sucesión de flashes, sin secuencia temporal.

—«No existe historia», dices. ¿Qué es la historia?, querido profesor.

—La historia es la memoria. La memoria. Y el intelecto. Es el espinazo que explica el acontecer de la humanidad. Pero nos han roto el espinazo. ¿Y qué decir de las libertades entonces? Porque sí, vivimos en una zona en la que podemos votar lo que queramos, dentro de un orden. Pero ¿dónde queda el sistema de libertades? Están acabando con él, poquito a poco. Soy de los que opinan que estamos en un golpe de Estado incruento y a cámara lenta, pero inexorable. Inexorable. Hemos perdido los valores de la laicidad. No solo en referencia con la Iglesia católica, sino con otros dogmas sobre el consumo, sobre la diversión, sobre la cultura espectáculo. Son otras alienaciones. La cultura como elemento humanizador, como molde para la reflexión sobre nuestra naturaleza. El valor de uso se ha trastocado en nuestro valor de cambio.

—¿Quién está dando ese «golpe de estado incruento y a cámara lenta, pero inexorable»?

—Desde hace unos años lo vienen haciendo el gobierno del PSOE y el gobierno del PP. No es que se hayan sentado en una habitación con la decisión de cargarse ese estado de cosas. Han sido ellos los que se han enchufado a un sistema que llevado por su propia genética conduce a eso. Es lo grave, porque si aquí hubiera una personalidad malvada que empezase a pensar esto, diríamos «vamos a combatirla», pero no, esa personalidad está ya omnipresente en cada cerebro. Lo que pasa es que estos gobiernos la ejecutan porque hay ciudadanos que la aceptan. Es el «no hay más remedio», o el «si yo tengo dinero e invierto, a lo mejor esos beneficios utilizados por un bróker están matando a niños, pero ¡ah!, yo no sé nada». Es la dejación de la conciencia. «No quiero saber nada». Son los Poncio Pilatos de nuestra época. Se lavan las manos. Esa lógica es la que da el «golpe de Estado».

—¿Cuáles son los hitos de ese golpe de Estado?

—Para empezar, Maastricht supuso la segunda constitución española. No lo digo yo solamente. Durante aquellos años el Círculo de Empresarios de Madrid publicó abundantísimos artículos sobre la incorporación a la Unión Europea según el patrón de Maastricht: «Maastricht convertido en reforma constitucional nos va a permitir políticas sensatas de corrección del gasto social» o bien: «Hay que constitucionalizar la corrección del déficit aunque la Constitución diga otra cosa, porque ya se sabe que no es precisamente un documento con racionalidad económica». Toda la política que se ha ido desarrollando desde entonces está chocando con el título preliminar, el título séptimo, el derecho a la vivienda, etc. Lo último es que han acabado con la fuerza vinculante de los convenios de los trabajadores. Se ha cambiado la Constitución legalmente en su artículo 135, sí, pero esa Constitución es contradictoria con otros elementos de la misma. Y ya amenazan en orden público, que nos digan si eso no es amenazar a la propia Constitución. Y se atenta contra los derechos humanos, que son incompatibles con el sistema. ¿Qué hacen? Hablan de los derechos humanos como de las supuestas libertades que existen en Occidente. Supuestas. Pero nunca hablan de lo otro. Al llegar al artículo 22, los derechos humanos ya no existen. Alvin Toffler escribió en El shock del futuro sobre el «opresor difuso», el opresor que no vemos. Antes veías al capitalista, al patrón, al señorito. Ahora ya no existe. Quien maneja el dinero son los brókers, que son unos chicos de treinta y tantos, cuarenta años, que ganan bastante bien, y se sientan en las máquinas y les importa un pimiento si las operaciones están dirigidas a matar de hambre a poblaciones enteras. «Yo no quiero saber nada», una vez más. Esa dejación de conciencia del colectivo humano es tremenda. Ese es el sistema. Porque el sistema se asienta en la búsqueda de beneficio, pero lleva una pérdida inquietante de humanidad.

—Hemos perdido la guerra… ¿Acaso también a ti te han vencido?

—Pues sí. Y no. Exteriormente y físicamente yo he sido derrotado. He sido derrotado en la medida que las acciones políticas que otras personas y yo hemos promovido han sido derrotadas en toda línea. Izquierda Unida hoy se recupera muy lentamente. Y en el seno del Partido Comunista existe la convicción de que se debe cambiar, pero no se quiere por mor de la inercia y la comodidad. Existe la idea de organización para pervivir, que es algo distinto. En Izquierda Unida siguen teniendo fuerza los planteamientos de Nueva Izquierda, por mucho que los actuales dirigentes luchen por evitarlo. Pesan demasiado las influencias de los sindicatos mayoritarios. En ese sentido he sido vencido. ¿Por qué he dicho, por otra parte, que no he sido vencido? Porque no me da la gana y mientras esté de pie voy a combatir. No me doy por vencido. Y siendo sincero, creo que llevo razón. A las pruebas y a los datos me remito.

—¿Qué hay en el fondo de esa frase? Definitivamente, ¿qué quieres decir con ese «hemos perdido la guerra»?

—Quiero decir que no levantemos falsas expectativas. Y voy a poner un ejemplo. Hemos asistido en Andalucía al pacto del PSOE e IU para formar gobierno, donde IU ha sido abducida, capturada, raptada porque ella ha querido y no ve ya otra salida. ¿Se puede hablar de una derrota mayor? Derrota también del PSOE, por supuesto, porque un partido con la tradición que tiene el PSOE que acepte ya lo que hay… Hemos perdido, sí. Y para estimular la reacción y continuar la batalla hay que reconocer dónde estamos. ¿Qué han hecho los sindicatos con la huelga general? ¿En qué plan de lucha se insertaba la huelga? No lo tienen porque ya no están vivos. Una organización viva planifica la acción con sus fechas y según sea la acción tiene preparados los planes B, o C, o D. Los sindicatos no tenían más planes. Es un gesto para la galería. Son organizaciones muertas, totalmente muertas porque ya no producen hechos ni procesos que conduzcan a una posterior acumulación de fuerzas. Por eso el fracaso de la huelga no está en si hubo más o menos gente, sino en que la huelga fue solo la flor de un día. ¿Cuál es aquí la planificación? No hay. Eso ya es perder la guerra. No solo porque tu enemigo te ha impuesto el despido libre o las horas extraordinarias, sino porque te ha vencido interiormente. En el momento en que tu enemigo tiene una lógica y tú no tienes otra, tú ya pierdes.

—«Mientras esté de pie voy a combatir». Esta mañana le decías a una catedrática de universidad que estás queriendo organizarte porque no tienes vocación de guerrillero. Tú quieres formar parte de un ejército de combate bien organizado, con su infantería, su artillería, su aviación. ¿Cuáles son tus armas? Porque yo te he visto con libros, dando conferencias. ¿Son esas tus armas, lo son tus artículos escritos?

—Yo no quiero ser un francotirador, ni siquiera un guerrillero. Que me disculpe quien nos lea, pero yo utilizo a veces mucha terminología militar, heredada de mi padre sin duda alguna, pero también por formación marxista. El propio Lenin la utilizaba. O el propio Gramsci. Es una manera de hablar. Digo que quiero estar organizado, aunque sea el cabo furriel. No quiero ser el general en jefe, pero sí sentirme inmerso en un cuerpo vivo que tiene un objetivo, que crece, que discute, que tiene y contempla todos los procesos de la vida en su desarrollo, porque es la única manera de vencer. ¿Qué hago yo escribiendo solo? ¿Qué hacía ese venerable anciano que se llamaba José Luis Sampedro? ¿Qué hacen Carlos Taibo, Marcos Ana, Juan Torres, Martín Seco, Agustín Moreno, Pedro Montes, Diosdado Toledano, Jorge Vestrynge, Manolo Monereo, Miguel Riera, Víctor Ríos, Sebastián Martín Recio, Fernández Stenko, Juan Carlos Monedero o mis compañeros y compañeras del Colectivo Prometeo? Son, en casi todos los casos, brillantes guerrilleros, pero hace falta un ejército. Y ese ejército es la mayoría ciudadana con vocación de erigirse en poder transformador. Ahí está el origen del Frente Cívico.

—¿Dónde está ese «ejército»?

—Está ahí, latente y esperando el mensaje, la propuesta que los galvanice e ilusione. Repito, esa es la base del Frente Cívico (del que hablaremos más adelante).

—Se han cumplido dos años del 15-M.

—Yo me siento integrante del 15-M porque me siento parte de él, me he identificado con sus planteamientos aunque no he compartido algunos de sus métodos. La regla de oro para conseguir apoyos consiste en convencer y tender puentes. A veces ciertos lenguajes y ciertas consignas separan. O ganamos a la mayoría o nos quedamos en el narcisismo testimonial. No puedo compartir que se moteje de chorizos a muchos concejales y diputados que son testimonios vivos de austeridad y honradez. La satisfacción autocomplaciente de soltar bilis y simplezas generalizadas termina por aislar, cuando de lo que se trata es de sumar. Cuidado con la generalización del «no nos representan». El 15-M ha cubierto una etapa interesante, hicieron pensar a la gente, unieron a distintas generaciones, a los partidos políticos los pusieron a escuadra y nos hicieron rejuvenecer. E igual que una cápsula espacial necesita de varios cohetes, ellos han quemado el primero, pero la nave tiene que seguir hacia la estratosfera. Creo que deben pasar a otra fase.

—¿Una fase más política?

—El 15-M es un movimiento político, les guste o no, en el sentido clásico de la palabra política. ¿Quién forma parte en Córdoba del 15-M? Profesionales parados, profesionales con trabajo pero con conciencia, alguna que otra persona mayor que está hasta los «mismísimos», jóvenes estudiantes que no tienen perspectiva con lo que hay, y una minoría que son hijos de los barrios periféricos. Curioso, ¿eh?, ¡no es movimiento obrero! Echo de menos los elementos que la izquierda se atribuye —que es mucho atribuirse—. Todos ellos son una esperanza porque son una toma de conciencia.

—Quieres que seamos conscientes de haber perdido «la guerra», ¿verdad?

—Si no somos conscientes de que hemos perdido la guerra, entonces estamos todos los días enganchados al engaño. Sindicalistas, nombre y apellidos de los sindicatos mayoritarios, que sois a nivel personal gentes de izquierda que queréis cambiar esto, si yo no os digo que habéis perdido la guerra, seguiréis enrolados o permitiendo que vuestra organización vaya como un alma errante o una barquilla, hablando de cosas en las que no se cree, y pidiéndole al sistema una parte del pastel, a un sistema que está muriéndose. Fuerzas políticas que solamente funcionan en orden a las campañas electorales y son, en consecuencia, colectivos desanimados, burocratizados e instalados en las tareas más endogámicas.

»Si creo que hemos perdido la guerra, intelectual que te encierras en tus libros y que quieres que haya democracia desde tu laboratorio o desde tu archivo, te quiero decir que tu trabajo no tiene sentido, que lo sepas, y te vas a engañar diciendo «hombre, a ver si gana este partido que está más a la izquierda», vas a seguir engañándote con esta especie de metadona. También quiero decirte que es posible el combate. Basta con que mires a tu alrededor.