La agenda del nuevo secretario general estaba repleta. Al llegar a Madrid, se encontró con un comunismo que se había dividido en tres partes. Una, mayoritaria, era el PCE. Otra, minoritaria, estaba en el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), que dirigía Ignacio Gallego. Y también se había fundado el Partido del Trabajo que dirigía Santiago Carrillo. Desde los medios de comunicación y desde la propia militancia la unidad de los comunistas era un tema recurrente. ¿Cuándo se van a unir? ¿Bajo qué marco teórico? ¿Cómo puede existir Izquierda Unida y, a la vez, darse esta desunión de los tres partidos? Eran preguntas que formulaban los periodistas por entonces.
—Me encargué de ese asunto, que tenía claro; pero, como Sócrates, necesitaba que lo vieran los demás. ¿Cómo estaba el escenario? El PCPE de Ignacio Gallego, prosoviético hasta los huesos, se había decantado por esa línea gracias a los trabajos fraccionales realizados en España por el entonces embajador de la Unión Soviética, Yuri Dubinin, hombre culto y elegante, que se llevó a la fracción de Ignacio Gallego para cristalizar en el PCPE. Tras un despliegue de paciencia enorme de Gerardo Iglesias, Santiago Carrillo había sido expulsado del partido, tras haberse saltado los Estatutos cuando dijo lo de «yo me paso los acuerdos del Comité Central por la entrepierna». Se le expulsó y creó el Partido del Trabajo.
—Era una situación muy delicada.
—La unidad de los tres partidos era un problema para cogerlo con pinzas, porque por una parte estaban, como he dicho, los del PCPE, tras los que se encontraba la Unión Soviética, y el PCE siempre había sido crítico con esta, al menos parcialmente, con sus diferencias por lo de Checoslovaquia. Es más, cuando los soviéticos crean el PCPE es porque no les gusta el nivel de contestación que el PCE tiene sobre su política. A primera vista no parecía prudente que la unidad con los comunistas se hiciera con ellos. Pero había que analizarlo en profundidad. Respecto al partido de Santiago Carrillo, más cercano al PCE, había un problema importante: Carrillo no aceptaba Izquierda Unida. Y si yo tenía alguna cosa clara, como secretario general del PCE, era que Izquierda Unida era prioritaria por encima de todo.
»A la luz de ese convencimiento planteé la preferencia por el PCPE, porque ese sí estaba en IU con nosotros. El problema era que para el aparato de CCOO, y para los círculos cortesanos del PCE, lo mejor era la vuelta de Carrillo, tanto que Enrique Curiel no aceptó responsabilidad alguna cuando yo se la ofrecí. Después me enteré de que él hubiese querido que le hubiera encomendado la tarea de la unidad con Carrillo. Voy a ser muy sincero: yo no admitía a Carrillo, ya que él no aceptaba a Izquierda Unida. Era como meter otra vez el áspid en el seno de Cleopatra. Primero, por lo que había hecho, segundo porque no estaba de acuerdo con IU, tercero porque él propuso a través de la prensa y de ciertos emisarios que la unidad debía conllevar una secretaría general trinitaria. Y es que cuando Carrillo propuso a Gerardo Iglesias como secretario general del PCE, y este, una vez elegido, fue a su despacho se encontró a Santiago ocupando el despacho. Carrillo le dijo a Gerardo: «Mira, tú serás el secretario general, pero yo soy el líder de este partido». Tuvimos que hacer visible ante los compañeros todo eso con una paciencia de monje, desmontando los argumentos que Carrillo nos daba.
—Fue en un mitin de finales de 1988 cuando Julio Anguita utilizó la siguiente fórmula: «Camaradas del PCPE, vamos a negociar la posible integración en este vuestro partido, y lo vamos a hacer de fuerza soberana a fuerza soberana». A los de Santiago Carrillo les dijo sin embargo: «Señores, este es vuestro partido». ¿Por qué esta distinción?
—Porque Carrillo quería negociar como alta parte partiendo de unas posiciones inasumibles. El tiempo me ha dado la razón, porque la inmensa mayoría de ellos están hoy en el PSOE. Fue Carrillo quien protagonizó aquella operación de meterlos a todos en el PSOE. Todo esto está vinculado.
»Cuando en noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín y dos años después, desaparece la Unión Soviética —y más allá de decir que la Unión Soviética se muere de ella misma, por sus propios fallos, y también porque la ayudaron a morir—, corre por los medios de comunicación una idea: esto significa el fin de una era y el comienzo de otra era de paz y felicidad, argumento que dirigentes de IU asumen y plantean, entre ellos Alonso Puerta. Se acabó la OTAN. Se acabó la carrera de armamentos. Llegó la distensión. Todo eso venía a decir. Con mucha amabilidad le llamé ingenuo.
»Parece mentira que estos dirigentes desconocieran la esencia del sistema capitalista que conlleva el imperialismo. Acaso creían, en el fondo, con cierta simpleza mental, que los otros eran los buenos. Ese «mundo feliz» comienza entonces y corre como un hilo conductor cuando Nicolás Sartorius en plenas elecciones norteamericanas (las primeras de Bill Clinton) viene a decir más o menos que «en Estados Unidos han triunfado nuestros compañeros», refiriéndose a los seguidores del presidente Clinton. Es decir, Sartorius identifica como a «nuestros compañeros» al Partido Demócrata norteamericano, olvidando la historia negra de ese partido, que ha hecho la faena sucia que el Partido Republicano no se ha atrevido a hacer, llenando la historia de guerras e invasiones. Esa utopía de 1989 —que fue el término acuñado con ironía por el compañero Manuel Monereo— es la que le da impulso, una vez más, a la «casa común».
»Ocurre un hecho en aquel momento de euforia, que «los comunistas se han hundido», pero, como dije en su momento, la caída de los comunistas soviéticos va a ser más revolucionaria que su mantenimiento. Hundidos los comunistas, ¿quién ocupa ahora el lugar de primera línea frente al sistema? ¿La socialdemocracia? Pues resultó que la socialdemocracia no aguantó ni medio golpe. Claro, caídos los comunistas «que son unos cutres —como nos motejaba Felipe González— ahora nosotros los socialdemócratas somos la alternativa». Aceptaron todo el discurso que Fukuyama predicó: la centralidad de Estados Unidos y la nueva OTAN. En este debate estuvimos solos, pues los señores diputados tragaron y tragaron con esas guerras que la OTAN ha declarado, y el Reino de España también. Es decir, que la utopía de 1989 fue la claudicación ante el orden unipolar que empezaron a representar la saga de los Bush. Con ese orden unipolar llegaron la primera guerra del Golfo, la guerra de Yugoslavia, la invasión de Irak… Es decir, que tras el Muro de Berlín se presentó todo el corolario de guerras y agresiones, que desmentía el mundo idílico y feliz de Aldous Huxley.
»Pareciera que la historia estaba apretando el acelerador. Pero todos esos elementos, ahora desencadenados, ya estaban de origen muy definidos. El derecho internacional que había venido funcionando después de la Segunda Guerra Mundial, incluso en plena Guerra Fría, en el equilibrio de los bloques, se había recogido en acuerdos como el de Reikiavik, y otros acuerdos, los tomados por Gorbachov, la desaparición de los misiles estratégicos, etc. Aquel derecho internacional —hoy es muy evidente— aunque precario, deja de existir con la caída de la Unión Soviética.
»La Unión Soviética cayó por sus errores, pero su desaparición se ha notado. Desde entonces el mundo ha sufrido más barbarie. La prueba de esa barbarie en nuestro país es la siguiente: en el año 1986 hay un referéndum que tiene tres condiciones (sonríe con sorna al recordarlo) que al parecer todo el mundo ha obviado, pero que al aprobarse debían cumplirse al pie de la letra, tres condiciones que ni el PSOE ni el PP han cumplido.
—Recordemos cuáles fueron.
—La participación de España en la Alianza Atlántica no incluiría la incorporación a la estructura militar integrada; se mantendría la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español, y la presencia militar estadounidense en España se iría reduciendo progresivamente. Todo esto demuestra a dónde se llega: a que en el año 1999 la OTAN considera que tiene que aumentar su jurisdicción. Hasta entonces se limitaba a ayudar a los países que formaban parte de la organización, en el caso de entrar en conflicto. Esa OTAN desaparece y se crea otra OTAN en un encuentro que se celebra en Washington, por el cual la OTAN amplía sus misiones a cualquier parte del mundo sin tener que pedirle permiso a las Naciones Unidas. Esta es una OTAN más agresiva aún; aprobándose eso en el Congreso de los Diputados con la anuencia de la inmensa mayoría de la Cámara.
Eso se le dijo al PSOE y al PP en un debate que pasó desapercibido porque los medios de comunicación no le dieron relevancia al hecho de que el pueblo haya sido traicionado por los dos grandes partidos políticos en el tema de la OTAN. Y hoy tenemos una OTAN que ha intervenido en Libia después de hacer lo propio en Kosovo, en Yugoslavia, en nombre de su recreación del año 1999. Así estaban listos para iniciar el siglo XXI. No parecía que el mundo fuera tan mágico y feliz. Lo que sí estaba claro es que había que seguir luchando. Y luchando.
—Cómo no recordar lo que dijo Fukuyama aquellos años. Su libro El fin de la historia es un canto al capitalismo, a Estados Unidos, al hundimiento de la ideología comunista, etc. Pero hay una serie de afirmaciones que se han olvidado. Fukuyama dice que «lo que Karl Marx quería, esa sociedad de pleno empleo, de abundancia, lo puede conseguir el capitalismo». Pues bien, eso ha desaparecido ya de las referencias que se hacen a Fukuyama. En aquellos años la gente quería creer lo que Fukuyama expandía: que el capitalismo cumplirá las utopías del marxismo.
—Pero de eso ya no se habla.
—Fukuyama expresa un sentimiento claro, rotundo, dirigiendo en el fondo un aviso a navegantes. Habéis perdido la guerra, nos dice. Porque claro, la Unión Soviética, a pesar de sus aberraciones y de sus heroicidades, representaba la posibilidad de un adversario, por lo menos en el terreno militar y en el terreno social. Era una referencia de contrapeso. En el momento que desaparece se pone en marcha lo que hoy conocemos. Esto fue el desmontaje de la utopía de 1989 a través de lo que ha venido después. Pero sí, eso parece: hemos perdido la guerra.