—Es tan increíble como cierto todo lo que acabo de contar sobre mi elección como secretario general del PCE. Jamás lo olvidaré… Ha de ser tremendo escuchar un relato como ese, ¿no?
—Y a la vez, es tremendamente humano.
—Sí. Es luchar contra la adversidad permanentemente, y a la vez mantener una lucha con los tuyos, o con los que crees tuyos.
—Lo que me ha puesto la piel de gallina es la insistente soledad, tu sentimiento de víctima, y cómo te llevan cual Ecce Homo a la cruz. Algo a lo que no puedes negarte. Eso me parece… trágico, a la vez que ciertamente increíble. Me recuerda, salvando las distancias del relato, al texto de Kafka sobre Joseph K en su libro El proceso.
—De Córdoba me llevaron a Sevilla para salvar el proyecto. De Sevilla a Madrid, para salvar el proyecto. Y siempre, siempre, contra mi voluntad. No me permitieron terminar mi alcaldía con dignidad, con sus aciertos y sus errores. Ni terminar aquellos años de Convocatoria por Andalucía. Y por último, también dejé a medio hacer las cosas, en este caso porque mi vida peligraba, en el último momento, por la operación de corazón, tuve que hacerlo todo deprisa y corriendo.
—¿Qué te muestra todo esto, cuál es la lectura que haces de esa parte de tu vida?
—Demuestra que en todo esto sí ha habido un hilo conductor. Tengo la satisfacción de que mucha gente me ha dicho, incluidos muchos compañeros y compañeras, el propio Paco Frutos, que la mía ha sido la etapa más democrática que ha habido en el PCE. Me lo van a decir a mí. Todo, todo se discutía. Todo.
—¿Cómo se tenía que haber producido tu nombramiento en el PCE para que fuera adecuado?
—Debieron hablar conmigo, como hizo Gerardo, que era el secretario general, intentar convencerme. De ser así, llevarlo al plenario y todo lo demás. Debió hacerse así cuando yo a Gerardo lo dejé con la palabra en la boca porque me urgían gravemente los de la delegación andaluza —«perdona Gerardo, que me tengo que ir»—, y los míos me sometieron a aquel chantaje, a una especie de tercer grado que yo resistí al principio. Las cosas llegaron al disparate que te he contado, por increíble que parezca. Es la primera vez que lo cuento.
—Te prometieron un apoyo que nunca te llegó. Solo palabras.
—«No te preocupes —me dijeron—, te enviaremos apoyo». Me enviaron una m… Me dejasteis solo. Pero es verdad que las criaturas acostumbradas a la soledad sacamos fuerza de donde parece que no la hay. Tenemos mucha fuerza. Yo nunca he sido débil, aunque pueda parecerlo. En la soledad me crezco. Si no hubiera sido así hubiese sucumbido a la primera de cambio. Por si fuera poco, me encontré con un equipo en manos de los que serían mis adversarios internos, los de Nueva Izquierda.
—Aquellos años viviste por y para el PCE e Izquierda Unida, totalmente consagrado.
—Así fue. Diré que tenía una compañera sentimental, Juana Molina, con la que he vivido muchos años, con la que luego tuve una hija, Carmen, y yo me fui a Madrid el 1 de marzo de 1988, y ella no vivió conmigo hasta noviembre de 1989. No me he equivocado de año. Veinte meses separados. Hubo muchos momentos en los que añoraba Córdoba con tanta angustia que hacía el disparate de coger el coche, conduciendo yo, de irme por la mañana temprano a Córdoba para estar allí un rato, comer y volverme por la tarde a Madrid: cuatrocientos tres kilómetros sin autovía, que me acuerdo que una vez tardé once horas en volver de Córdoba a Madrid, en plena Semana Santa. Y claro, todo eso después me ha ido pasando factura. Es una historia tremenda que tiene su lado humano, que es la mejor manera de entender la política, porque la política la hacemos los seres humanos.
—Ahora entiendo esa leyenda sobre Anguita, la leyenda del «mito» que no sufre.
—Han ido alimentando esa leyenda de espaldas a la realidad. Se ha ido tejiendo con retazos de mi vida, pero es ajena a mí. Habla del mito que aparentemente no siente la soledad, del mito que no sufre ni padece. El que tiene unos buenos resultados electorales, que es firme frente a todos, que convence hablando… Pero nadie sabe cómo el mito en los momentos de soledad, cuando llora.
—¿Qué fue Madrid para ti, en el fondo y en la forma?
—Madrid está ligado a IU y al partido. Y a sus avatares. Es más que un sentimiento de soledad. Por supuesto. Cuando vino mi compañera de entonces y luego nació mi hija, tuve por fin vida familiar. Y unos amigos que ya conocía de antes. Un amigo que hoy es concejal del Ayuntamiento de Madrid, Ángel Lara. Íbamos a su casa, o a Navaluenga, en Ávila, donde tenían una casa. Allí nadaba en verano en el río Alberche.
—El profesor que tú eras tendría que prolongar el ya largo punto y aparte, haciendo esperar a su alumnado. Olvidando la docencia en las aulas.
—Estuve muy condicionado, pero nunca determinado. Sacrifiqué la enseñanza, sí. Pero el viaje va a merecer la pena, nunca mejor dicho. Y siempre enarbolando mi libertad.