«Que se llama soledad». Así tituló Joaquín Sabina una de sus canciones. Bien la conoce Julio Anguita, al poema y a la amante inoportuna que se llama soledad.
Aquellos primera días, semanas, meses de la secretaria general del PCE le daban las dos y las tres (ya no es una letra de Sabina, que también) de la mañana en su despacho del piso de arriba. A veces, a eso de las diez de la noche ya no podía más (porque llevaba toda la mañana y toda la tarde trabajando) y se marchaba a cenar él solo a un Vip que había al lado de la sede.
Después caminaba. Casi siempre los mismos pasos para airearse y seguir pensando. Salía de la Santísima Trinidad a la calle Quevedo bajando hasta Bilbao, de Bilbao bajaba por San Bernardo a la Plaza de España, de allí tiraba por la Gran Vía, y de la Gran Vía se llegaba a Recoletos, y de Recoletos arriba hasta la estatua del marqués del Duero y a la izquierda Martínez Campos. Unos cinco kilómetros ida y vuelta. Pensando. Como entonces era muy poco conocido, caminaba sin mayor problema por las calles. Y al día siguiente vuelta a lo mismo.
Y algunas veces suelo recostar/ mi cabeza en el hombro de la luna/ y le hablo de esa amante inoportuna/ que se llama soledad.
—Recuerdo que el 12 de abril invité a los compañeros a cenar en condiciones, para celebrar mi santo (es una costumbre muy andaluza). A Paco Frutos, al Secretariado, a mi secretaria… y me dispuse a sacar dinero. Entonces las tarjetas no eran como las de hoy, y cuando al séptimo cajero no saqué ni un duro, porque no funcionó, me fui a mi casa y lo único que tenía para cenar era un vaso de leche y unas galletas. Fue una etapa muy dura, no por la leche y las galletas, que eso era lo de menos. En medio de ese abandono, apenas podía bajar a Córdoba. Echaba mucho de menos a mi compañera. Necesitaba afectividad. Lo canta Sabina en esa canción: «Cuando el alma necesita/ un cuerpo que acariciar».
—Tenías por delante toda una tarea hercúlea, en lo interno y en lo externo ¿Cuánto entusiasmo mantenías?
—Hay una cosa que siempre me ha funcionado. Pensaba: «¿Qué pasa si fracaso, eh?…». Pues no pasa nada, me vuelvo a mi trabajo como docente. Es decir, yo me entrego a esto en cuerpo y alma, pero no me siento angustiado si me sale mal, porque yo estoy haciendo lo que creo que debo hacer.