El libro de las amapolas, Convocatoria por Andalucía, era ya la obra que había hecho suya el PCE de Andalucía, cuyas siglas aparecían bajo la hoz y el martillo. Ocho páginas, bien aprovechadas, densas. En la primera hoja se indica que el documento pretende ser una propuesta de debate a los sectores progresistas de la sociedad andaluza para la elaboración de un «programa de gobierno con la aportación de todos».
Más adelante, evalúa el camino político iniciado en 1982 por el PSOE, que «no ha solucionado la situación». Resulta muy actual leer hoy en día que «el gobierno —del PSOE entonces— trata de responder a las exigencias planteadas por los poderes financieros y las multinacionales, homologándose a los modelos imperantes en Alemania e Inglaterra, bajo la tutela USA, sin dar cancha a los grupos sociales que hicieron posible su acceso al poder y que hoy sufren una situación de extrema debilidad».
Por fin, en su última página, remarca que «esta convocatoria la hacemos a todos los andaluces que apuestan por el progreso de Andalucía… a sindicatos, colegios profesionales y asociaciones sectoriales, a los hogares de pensionistas, al movimiento vecinal y a las cooperativas, a las asociaciones de pequeña y mediana empresa, a los colectivos ecologistas y culturales. En definitiva, a todos los que saben que el progreso y la historia la hacen los pueblos».
—El partido en un momento pensó que se perdía, y yo creo que no se perdía. Simplemente iba a un lugar donde podía ser más libre. El PCE no tenía por qué estar en primera línea, ni visualizarse permanentemente la hoz y el martillo, sino pasar a un segundo plano y, desde ahí, ir generando hombres y mujeres con una conciencia democrática y de transformación, y de preparación, trabajando en las instituciones, en Convocatoria, en Izquierda Unida, en los colectivos. Esa es la idea básica. Muy arriesgada por todo lo que estoy contando. «Ciudadanos, no estoy aquí para solucionarles los problemas, pues son de tal índole que no puedo resolverlos sino es con ustedes». Esa es la implicación que necesitamos. «Ustedes han votado a alguien que se tiene que poner al frente de un combate en el que ustedes también se mojan». Lo podemos contar de mil maneras, pero siempre es lo mismo, con momentos de no confirmación de ciertas cosas, con momentos de creación, que en política también hay creación.
»Domingo, el alcalde de Lora del Río, de los cristianos de base, del Partido Comunista, me explicó la teoría de la mediación, asegurando que por diversos caminos se puede confluir en esta idea. Según la teoría de la mediación, «Dios es sustancia purísima, el Ser por excelencia, la ontología perfecta y rotunda, motivo por el cual no puede entrar en contacto con la realidad del mundo, pues lo fulminaría. Y el mundo no puede acceder al conocimiento de Dios, es inaprensible; pero para poder ensamblar el Ser por excelencia y el mundo imperfecto, hace falta una cámara de descompresión que ponga en contacto esas dos esencias. Esa cámara de descompresión en el cristianismo es Jesucristo, Dios y hombre».
»Para la gente la política es algo lejano. Hace referencia a cosas que para la gente no tienen a veces nada que ver con la vida cotidiana. Cuando debiera ser al revés. Pero cómo pones tú en contacto la política inaccesible y la gente. Pues yo digo que esa cámara de descompresión, de unión, es un Cristo político: Convocatoria o Izquierda Unida y su elaboración colectiva. La elaboración colectiva, la participación de la gente es fundamental. Me han llamado loco por explicar esto. Un loco que según ellos ganaba votos. Por lo tanto, hay que aguantar al loco. Es una forma de trabajar distinta. El dirigente baja, y en vez de que lo aclamen en mítines tremendos, se arremanga y debate, preguntando cómo veis la crisis, cuáles son vuestras preguntas, cómo entendéis la economía, qué alternativas veis. Eso genera valor añadido. Valores.