En 1984 vimos que había una nueva manera de vivir la política. ¿Qué se había vivido hasta entonces? Se había vivido una etapa de clandestinidad fuera de la ley, un acopio de fuerzas contra la dictadura, y, después, una etapa predominantemente electoral. Elecciones del 77, del 79, el referéndum de la Constitución, debates en el partido como consecuencia del cambio de modelo que introduce Santiago Carrillo, que es el modelo de un partido ligado a los eventos electorales simplemente…
En eso se estaba convirtiendo la política, simplemente en eso. Elaborar listas electorales, acudir a las instituciones, reunión de los órganos, los congresos… ¿Y ya está? Mucho ruido y pocas nueces. Poca sustancia. Eso enseguida decae. El desencanto era tremendo.
La llegada de la democracia —por llamarle democracia— ha supuesto una especie de ensueño, como lo ha sido el tema de Europa o el de la moneda única. En 1984 empezó a haber una degradación. Se estaba reproduciendo el ciclo de las campañas electorales, las intervenciones políticas y demás. Es cuando la idea de la convergencia cuaja en una manera de hacer política que ya tenía un antecedente en el Ayuntamiento de Córdoba, donde resultaba sorprendente en aquella época que se fuese a una asociación de vecinos a explicar el presupuesto.
«Para vestir con prenda de credibilidad el libro de las amapolas, me hicieron candidato a las siguientes elecciones autonómicas. Siendo alcalde de Córdoba, en noviembre del año 84, soy candidato para las elecciones que tendrán lugar en junio de 1986, teniendo que simultanear esa candidatura con la alcaldía, lo que provoca que se acelere mi dimisión como alcalde. Era un intento de verdad, aún balbuceante, a tientas, pero expresaba una voluntad muy fuerte de cambiar las cosas. Todo eso alumbra esto que estamos planteando: la necesidad de implicar a la ciudadanía, inspirándonos en Bertolt Brecht. Es una manera de completar, de superar la llamada democracia representativa».