PERDER LA FE

La voz de Julio se ha escuchado en la universidad, en ateneos, en teatros, bibliotecas, se ha escuchado en parlamentos. Una voz que en el Congreso de los Diputados llegó a representar a 2 629 851 ciudadanos que votaron lo que él defendía. Una voz que también se ha escuchado en la calle, cuando alguien le saluda o le interpela.

—¿Eres comunista, entonces? ¿A pesar de los crímenes de la URSS?

—Sí, ¿qué pasa? ¿Eres tú católico?

—Sí.

—¿A pesar de los crímenes que ha cometido la Iglesia y la Inquisición?

—Hombre, eso tampoco es, no es lo mismo.

—Sí, sí es lo mismo.

Suave en las formas, pero duro en los contenidos. Anguita no se deja ganar con facilidad en la batalla ideológica:

—No soy san Francisco de Asís, ni san Juan de Dios. Esta afirmación que voy a hacer puede no ser entendida en el fondo, pero yo soy un temperamento religioso. Es verdad que soy ateo, pero digo religión en el sentido de religare, de búsqueda de unas causas últimas, una razón a la existencia. Un proyecto donde la existencia humana sea el centro. La religión no me lo dio. La política por lo menos me lo alentó.

Fue creyente hasta los diecisiete años.

—Y he de reconocer que lo pasé muy mal porque yo había sido un creyente convencido, entusiasta, además de practicante. Lo que sí es cierto es que nunca fui un cristiano organizado. Estuve en la Iglesia como estoy ahora en el partido. Estoy dentro de su redil, pero muy suelto, muy libre.

—¿A qué te comprometió tu fe de entonces?

—Claro que me comprometía. Si el cura de cierto barrio de Córdoba había organizado una guardería y un domingo había que ir a trabajar porque el cura había hecho una guardería con peonadas, pues yo iba a trabajar allí. Y si había que dar todo el dinero que tenía para una familia necesitada, aunque apenas fuera calderilla, pues lo entregaba. O si había que sacrificarse y no comer tal cosa, pues se hacía. Antes recordaba a Rafael Balsera. Fue él quien me ordenó el caos que yo tenía por entonces en mi cabeza. En esa época había dejado la creencia y empecé a ordenar mi cerebro gracias a sus consejos filosóficos, literarios y musicales.

—¿Recuerdas por qué dejaste de creer a tus diecisiete años?

—Hubo un momento en el que ya no me entraba en la cabeza el tema de los milagros, o el dogma de la transubstanciación o de la resurrección, y cuando empiezas a leer y te das cuenta de que las ideas del catolicismo ya vienen de otras religiones… Asistí una vez a un roce en el SEU de Córdoba, donde estaba un grupo de estudiantes. Uno de ellos, de la secta ismaelita, con don Martín de los Cobos, un sacerdote que ya murió… Uno de ellos decía que el Agha Khan estaba dispensado de la prohibición de tomar alcohol porque como era el Agha Khan al pasarle el alcohol por la garganta se transformaba en agua. Los estudiantes cordobeses empezaron a burlarse de él. Entonces el ismaelita sentenció: «¿Y vosotros que creéis que vuestro dios está en una hostia?». Ante tal deriva dialéctica el sacerdote cortó por lo sano. Y se acabó la discusión. Algo se quiebra. Hay un vuelo de la razón, y desde entonces pasas por la criba de la razón los actos de fe mantenidos como dogmas. Claro, cuando te enteras de que Dionisios resucita, y de la historia del dios que resucita en cada primavera, de que es algo que obedece a los viejos mitos, y ves cómo la institución vaticana es el Senado romano, cómo la Iglesia católica se hace sobre la estructura del poder romano, y te das cuenta después, estudiando al sacerdote Renán, que era ateo y precursor de la enciclopedia, cómo va desmontando a golpe de razón y de datos los dogmas que para muchos católicos aún siguen ahí…

—Desde tu ateísmo, ¿te permites hoy alguna licencia religiosa, cuando te preguntas qué hacemos aquí, de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Qué sentido tiene todo esto?

—Esas preguntas las he dirigido a leer ávidamente cuestiones de astrofísica, porque no me resigno a no saber qué hacemos aquí. Ahora mismo creo que formamos parte del universo. Que moriremos y yo qué sé, que desapareceremos. Digo como los cosmólogos más cercanos, que si hubo algo detrás del Big Bang, una voluntad, esa voluntad no tiene nada que ver con nuestra vida.

—Volvamos al joven de diecisiete años que estaba en el límite entre el creer y no creer. ¿Qué admiraba aquel muchacho de Jesús de Nazaret?

—Admiraba lo que tenía de humano. Recuerdo haber leído su relación con Magdalena, ese «vete, mujer, porque has pecado mucho, pero has amado mucho». La explicación oficial no la podía tragar. Yo me preguntaba cómo tenía que ser María Magdalena y cómo tenía que ser Jesús. Sabemos que la iconografía hace de las figuras religiosas y de los santos seres de otra dimensión. Seres que no sueñan, que no duermen, que no roncan. No. Tienes que situarlos. Y cuando conoces los mecanismos de santificación, entonces se te viene todo abajo. A mí me llamaba mucho la atención esa frase de Jesús a María Magdalena: «Te perdono porque has amado mucho», una manera de enfrentarse al poder de los fariseos. Eso era para mí muy importante. Los exégetas de los años cuarenta y cincuenta veían más a Jesucristo como un superhombre, el pantocrátor, mientras yo lo veía como alguien más cercano, capaz de enfrentarse a los fariseos.

—Me pregunto si los tuyos, los ideológicamente más cercanos, han entendido estos pensamientos.

—Yo he sido acusado muchas veces por los míos de ser un «piquito de oro», de «vivir en el Olimpo», de «estar en la torre de marfil». Es curioso que se lo digan a alguien que siendo coordinador general de IU repartía a la gente propaganda en mano en la Puerta del Sol de Madrid, o que ha acudido a cientos de manifestaciones y ha bajado a la base a debatir los problemas de tú a tú.