HISTORIADOR DEL SIGLO XIX

—¿Por qué el siglo XIX?

—Me interesaba el siglo XIX porque en él está la clave de muchas cosas. En el xix está muy fresquita la Revolución francesa, es entonces cuando tiene lugar la aparición del proletariado, la revolución científico-técnica, tienen lugar los grandes fenómenos de las nacionalidades, el pensamiento social y político que ha llegado hasta nuestros días, el armamentismo, el nacimiento de las grandes ideologías que se manifiestan después en el siglo XX… Y si hablamos de la historia de España, el siglo XIX contempla el surgimiento de los nacionalismos, que ahora están en boga, desde la formación de la oligarquía española, que ya venía con los conservadores, el surgimiento del republicanismo… y es en el XIX donde está el germen de esa Guerra Civil que en realidad ha durado un siglo y medio.

Anguita impartió la docencia en las aulas desde 1963 hasta 1979, dieciséis años por un lado. Más otros tres años cuando volvió a Córdoba. En total casi veinte años. Y todos los años cotizando. De tal manera que —si contamos los otros veinte años que se dedicó a la actividad política como cargo público— se ha retirado con casi cuarenta años de cotización a la Seguridad Social.

Su vida invita a preguntar: ¿qué es más apasionante: estudiar la historia o protagonizarla?

—Estudiar la historia es apasionante. ¿Protagonizarla? Entiendo lo que dices. También es apasionante. Respecto a protagonizarla… a veces estás ahí y no lo sabes. Yo quiero estar en la historia y saberlo, y después estudiarlo. No me conformo con una opción. Quiero estar dentro y fuera. Dentro para hacerla humilde y conscientemente y fuera para ubicarla en el órgano global.

—Se pueden formular todas las preguntas, pero eso no significa que obtengan una respuesta inmediata. Algunas obligan a un circunloquio en un afán de búsqueda. Como saber, casi exactamente, desde cuándo siente Julio pasión por la Política con mayúscula.

—Mi padre era de los que leía en los años cincuenta el diario Pueblo, que era más que un periódico franquista. Primero leyó el Madrid, que era un diario liberal dentro de lo que permitía el régimen franquista. Después se pasó a Pueblo, que era el periódico de los sindicatos verticales. Emilio Romero era su «parte más a la izquierda». A mí me apasionaba leer el periódico y atender los comentarios de mis mayores sobre lo publicado. Eran muchas las veces que les escuchaba a escondidas, con doce, con trece años. Después empecé a leer en la prensa todo lo que se publicaba, los viajes de Franco, las inauguraciones, lo que fuera. Recuerdo en cierta ocasión haber leído un libro que se titula Las tribulaciones de don Prudencio, escrito por un tal Juan de la Cosa, que no era otro que el almirante Carrero Blanco. En aquel libro Carrero Blanco atacaba las resoluciones de la ONU que condenaban al régimen, y contaba historias de la Revolución Soviética. Es verdad que por entonces solo tenía la información de una parte, pero como no había más, yo quería saber. Aquella inclinación a saber me sigue acompañando hoy, pero ya la sentía siendo niño.

Con veinte años leyó la Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant, que resultó una experiencia apasionante.

—Menudo impacto. De ahí pasé a la no menos compleja y difícil lectura de El capital, de Karl Marx. Fue allí, en aquel texto, donde descubrí que palpitaba un nuevo mundo. Es una lucha cerebral por otra sociedad. Una lucha ideológica. Es el poder de la utopía que obra en los seres humanos.

Un Marx que ya le estaba enseñando algo que aplicaría el resto de su vida.

—Los comunistas no somos distintos al resto de las organizaciones obreras, no nos creamos mejores que nadie.