—La segunda legislatura municipal en Córdoba no se pareció a la primera en casi nada. Para empezar obtuvimos diecisiete de un total de veintisiete concejales que formaban la corporación municipal. Ese fue un premio a la gestión, y también a otra cosa, a los gestos que indicaban un talante distinto. Por haberle dicho, por ejemplo, a la jerarquía de la Iglesia: «Miren ustedes, por aquí no». O haber puesto en su sitio al gobernador militar, o habernos enfrentado con la Casa Real y alguna otra cosa más. Con la mayoría absoluta, se ratificaba una obra bien hecha.
—¿Qué choques hubo con esas instituciones?
—A la Iglesia sencillamente se le puso en su sitio. Recuerdo esa famosa carta que dirigí al obispo de Córdoba. Fuimos tolerantes con sus actos, con las procesiones, pusieron los palcos, a los que yo no iba nunca, pero todo situado en su sitio. Con el paso del tiempo, bastante tiempo, aquello fue cambiando, se fue cediendo. A mi vuelta a Córdoba en el año 2000 encontré cosas que no entendía pero callé; yo ya era solamente un ciudadano más. Respecto al asunto del gobernador militar de Córdoba, un general de brigada… Una asociación nos había pedido unas carpas para llevar a cabo una exposición, y nosotros les montamos la infraestructura debida, como hacíamos en las exposiciones de otros artistas. De hecho la Primera Exposición del Cómic se hizo en Córdoba, también trajimos por primera vez al pintor Ocaña, que era un maldito en Andalucía, que ardió en su pueblo (Cantillana) cuando iba disfrazado, en Carnaval, de Sol, de Bengala.
(Y canta Anguita la canción, el romance que Carlos Cano le dedicó a Ocaña: «¡Ay!, se fue, / se fue vestida de día. / ¡Ay!, se fue, / se fue vestida de sol. / ¡Ay!, se fue, / las malas lenguas decían / que el fuego la prendería, / el fuego del corazón»).
»Bien, pues aquellos señores, que eran alternativos, pusieron unos carteles muy críticos con el Ejército, y el gobernador pidió al Ayuntamiento que se procediera contra ellos. Yo les dije que estaba en su mano denunciarlos, o que nos denunciara a nosotros. Entonces me escribió en tono conminatorio. Y en tono conminatorio le contesté. Ambos escritos son públicos. Yo le dije que se había equivocado de época, «la autoridad civil es la autoridad civil, y la autoridad militar es por lo menos aparte, pero en ningún momento superior», cosa que hasta entonces era una temeridad, más por el miedo propio que por la realidad objetiva.
»Gestos que son más que gestos… Como cuando se advirtió a la comitiva regia que pensaba visitar Córdoba que la policía municipal no ayudaría, en absoluto, a que transcurriese con la ayuda de la misma. También hay momentos tensos, fuera de la lógica esperada, como cuando como alcalde voté con UCD y PSOE frente a PCE y PSA. Aquello fue muy arriesgado, aunque salió bien. No aconsejo que se haga sino en cuestiones de urgencia y anómalas. Cuando a las cuarenta y ocho horas comprobaron que llevaba razón, la cosa no pasó a mayores, pero eso de que votara en contra de mi propio partido la gente lo supo valorar como un gesto de independencia en cuestiones muy extraordinarias. Además, los funcionarios fueron los mejores difusores de nuestra actividad, por lo que ellos llamaban «la tremenda honradez de este equipo», no solo a la honradez con el dinero sino por comportarnos en nombre de unos principios.
A veces los principios no se pueden poner en marcha… pero tú vas y lo intentas una y otra vez. Una y otra vez. Todo eso creó un estado de opinión que hizo que en la segunda gran noche electoral de las municipales del 8 de mayo de 1983 —apenas siete meses después del gran batacazo electoral del PCE de 1982—, Julio Anguita y su equipo arrasasen en Córdoba.
La alcaldía fue su primer encuentro con la práctica, porque hasta entonces había vivido en el corpus teórico.
—Aquí vamos a poner en práctica la idea, dije. Y afirmo rotundamente que con mayores dificultades quizá, pero en otras estancias de gobierno se pueden hacer cosas, muchas cosas. Muchas, muchas. Seguro.
—¿Cómo fue tu relación, en la segunda legislatura, con los concejales del PSOE?
—Apenas tuvimos relación, porque de siete concejales pasaron a cuatro. Pero sí tuvimos un gesto de unidad para con ellos, pues de aquellos cuatro concejales que tenían hicimos delegada a una concejala del PSOE, Ana Sánchez de Miguel, que fue una de nuestra «ministras» en el Ayuntamiento de Córdoba, encargada de los Servicios Sociales.
—Puedes mirar hoy hacia atrás, hacia aquella época. ¿Qué enseñanzas te dio la alcaldía?
—Fueron los primeros golpes que endurecen. El PSOE, sobre todo, no se portó limpiamente. Acuso al PSOE de haber sido un pésimo aliado, de haber obrado con arterías. Y te cuento lo que es más que una anécdota… Que pasados treinta años hoy ya se puede contar. Nosotros entramos en abril de 1979 y en mayo tiene lugar la Feria de Córdoba. Todo el montaje de la Feria ya se había hecho, y ya no podíamos cambiarlo, de tal manera que me veo obligado a llevar del brazo a miss Córdoba —luego ya no hubo más misses—. Uno de aquellos días me viene un delegado del PSA, y me dice: «Mira, Julio, yo vivo de mi salario, y he tenido que atender a unos alcaldes y concejales que han venido de Badajoz y de Cáceres, a conocer Córdoba. Y he tenido que invitarles en la caseta municipal con un dinero que yo no tengo». Le dije que me dejara unos días. Yo pregunté y constaba que era tal cual él me lo había contado. Así que llamé al secretario, para decirle que el concejal había atendido a unos invitados, teniendo que pagar de su bolsillo. El secretario me contestó que la única manera de pagar aquellos gastos era que se justificara un viaje del concejal a tal sitio, y se le abonaba, explicando que hacía una tarea municipal. Y yo, incauto de mí… Ojo, el secretario, que se mostró como una persona y un funcionario de primera magnitud y ahora me precio de ser su amigo, lo dijo pensando en la buena fe de aquellos momentos en los que éramos unos novatos. Pero el teniente de alcalde, de Hacienda, que era del PSOE, y ya había sido un concejal opositor en la anterior corporación franquista, en vez de venir a mi despacho y decirme «mira, Julio, te has equivocado, esto no es así», me espera en la Comisión Municipal Permanente para lanzar la siguiente acusación: «El señor alcalde ha justificado un viaje inexistente». Una cosa tremenda que llevó a la prensa. Tras unas horas de pesadumbre, al fin reaccioné. Llamé al concejal para decirle: «Te vas a ir ya mismo, yo te doy dinero del mío, a Málaga, y te vas a ver con Jacinto Mena, teniente de alcalde de Tráfico de Málaga, pero ya, mañana mismo». Y se fue a Málaga para hablar con Jacinto Mena de Tráfico, haciéndole el otro un certificado. Certificado que enseñé en la Comisión Permanente, indicando que por cierto, Jacinto Mena era del PSOE.
»Me preguntarás por qué lo hice así. Porque antes de tomar yo la decisión de enviarle a ese viaje, me llamaron a su despacho los del PSOE, y allí fui una tarde, para decirme que «esto es gravísimo, un Watergate municipal», y que si quería que ellos me apoyaran me ponían condiciones, y que cuando yo recibiera en mi despacho a las visitas estuviera siempre presente el primer teniente de alcalde del PSOE. En fin, un delirio. Y un chantaje. Ante aquello yo callé, o eso les pareció, porque cuando yo callo parece que he cedido, pero ya estoy preparando la respuesta, como así fue. Eso, acumulado a otras cuestiones, hizo que cesara al primer teniente de alcalde. Todo esto del viaje ocurre cuando llevábamos solo un mes en el Ayuntamiento. ¡Un mes! Y ese concejal de Hacienda del PSOE había estado en la corporación franquista y sabía de las triquiñuelas. En fin, cosas que pasan. Comparado con lo que años más tarde sucedería con el PCE e IU, el desgaste de Córdoba fueron minucias.
—¿Tan grande fue el desgaste posterior?
—Lo de Córdoba fue un entrenamiento. Pero sí, pecata minuta. Con el PCE e IU tuve que resistir a una presión mediática brutal, increíble. Y una presión trasladada a lo interno del partido y a lo interno de Izquierda Unida. Porque desde el momento que llegué me pusieron encima de la mesa unos problemas mayúsculos. Primero la unidad de los comunistas (partido de Ignacio Gallego con el de Santiago Carrillo), en segundo lugar había que modernizar el discurso europeo, en tercer lugar estaba la cuestión de la «unidad de la izquierda» o el «reequilibrio de la izquierda», en cuarto lugar el desarrollo de IU, porque era una coalición electoral a la que había que darle un corpus teórico y organizativo, y no lo había; y, en quinto lugar, tenía que buscar la cohesión en torno a las ideas y los proyectos. De esto hablaremos con más detenimiento.
»En el PCE yo estaba al principio en minoría en el Secretariado. El tiempo ha demostrado que Frutos, Jové, Coronas y demás fueron leales al proyecto. El resto aguantaba porque subíamos en votos y porque las discusiones sobre política y proyectos eran participativas y sin ocultaciones o maniobras de pasillo por nuestra parte. Por si esto fuera poco, empezamos a tener enfrente a la nueva dirección de CCOO, a propósito del discurso europeo, por no hablar de otros problemas de una gran magnitud, entre ellos el de Euskadi, o el del adversario político y mediático que metía las narices de continuo en nuestra organización (después se ha visto cómo todos aquellos «compañeros» se pasaron al PSOE). Antes no podía decir que actuaron todos como topos del PSOE, pero ahora están todos en ese partido. Eso es un desgaste permanente, una resistencia total. He pasado muchísimos días muy duros, con sus largas noches.