EL TERRENO DE LA POLÍTICA

Le plantean una pregunta insistente en estos últimos años de 2012 y 2013. ¿Por qué se metió en política si usted ya tenía un trabajo como profesor? Es una pregunta que está totalmente en sintonía con lo que se piensa en la calle. La última vez se la formuló un estudiante universitario en su ciudad, Córdoba. ¿Cómo se ha llegado a esa pregunta? ¿Por qué creen que se entra en política para ganar dinero?

Julio Anguita entró en política porque no le gustaba cómo estaba el mundo, porque no le gustaba la dictadura, porque pensaba que había que hacer algo.

—Yo era maestro nacional, ese era mi bagaje. Aquella voluntad de luchar contra la dictadura y cambiar el mundo es lo que me impulsa a entrar en política. Es decir, entro desde unas ideas, y no voy a la política como una profesión. La política es una ciencia bastante curiosa porque bebe de todas las demás. No puedo entender a un político, y más si es dirigente, que no tenga curiosidad por el mundo, para tener rudimentos elementales de la economía, saber en la sociedad en la que está, conocer sus creencias religiosas, cómo están estratificadas las clases sociales. Debe entender de los últimos acontecimientos científicos, debe saber las últimas posiciones en el tema del arte, porque el político está tratando de influir con sus ideas en una sociedad en la que se da todo eso. Claro, esa posición de la política, que es la clásica, tengo que decir que hoy es bastante atípica. La política hoy es instalarse en el campo de una simulación donde los políticos hablan de otros políticos a través de los medios de comunicación, en un lenguaje que solamente entiende una minoría, pero que sirve simplemente para estar en lo que se llama poder, que no es tal poder.

—Cuando en el año 1994, Hans Tietmeyer, el presidente del Bundesbank alemán, afirmó: «Los políticos deben aprender a obedecer los dictados de los mercados», ya estaba diciendo —como decimos en Andalucía— que el político no es otra cosa que el capataz, mientras que el señorito es el poder económico, el dueño de la finca. Es la administración de esa filosofía que dice que la economía y los poderes que la manejan son igual que la divinidad, que se manifiesta de una manera trinitaria: competitividad, mercado y crecimiento sostenido, que son hoy los valores que mandan. Por eso la política en cierta medida echa a la gente hacia atrás. Porque no ve cambios. Cambian los gobiernos, pero se siguen manteniendo los mismos valores. Por ejemplo, se habla de la crisis y de que son necesarios los ajustes, a lo que el político más importante de la oposición dice: «Bueno, bueno, los ajustes son necesarios, pero también el crecimiento económico». Esa antinomia son palabras, solo palabras. No hay nada detrás de esas palabras. No hay la articulación de una propuesta alternativa en economía.

»Nadie se atreve a decir —y creo que hay que decirlo— que ha llegado el momento de indicarle a la economía lo siguiente: «Tú estás a las órdenes de lo que te diga la sociedad. Economía, tú eres una ciencia, pero además eres un instrumento al servicio de la sociedad». O también se le puede decir: «Economía, tú estás al servicio de mantener las condiciones ambientales en el planeta». Este es un discurso de ruptura. Es un discurso político, porque parte de una concepción, y tiene una filosofía, una propuesta. Así entiendo la política, a la que llegué a definir como una interacción entre distintas subjetividades que se ponen de acuerdo en objetivar los problemas que tiene la sociedad.

»Se lo explicaba a los estudiantes universitarios: «En la mesa estamos cinco personas que tenemos distinta visión del mundo, distinta ideología, somos subjetividades, pero al ponernos a discutir cómo resolveríamos el problema del desempleo, estamos objetivando el problema. En el cómo se objetiva y cómo se soluciona, está el terreno de la política». Es muy sencillo, pero muy difícil de aplicar porque el descenso del nivel ha sido importante, pues hoy están en política como profesión, por eso no es tan difícil el cambio de camiseta.

El escritor Vázquez Montalbán lo dejó muy bien expresado. «La casta política ve en Anguita una extraña ave que cuestiona el lenguaje y las maneras de esa nueva “clase política” dispuesta a mentir tanto en lo que sabe como en lo que no sabe, con tal de mantenerse en las poltronas. La fuerza de Anguita es que combate racional e ideológicamente, sin tener en cuenta “lo que conviene”, lo que “debe o no debe decirse”».