El triunfo electoral del PCE en las elecciones municipales de 1979 causó en Córdoba sorpresa y sobre todo expectativas, fundadas en la curiosidad que aquel hecho despertaba. Por aquellos años, el franquismo de uniforme, rito y parafernalia ruidosa tenía cierta presencia de la mano de Fuerza Nueva o de los restos de la Guardia de Franco. Desde los primeros momentos los rumores, las habladurías y los comentarios callejeros sobre la rareza de un alcalde comunista se alternaron con escritos anónimos que iban llegando a la alcaldía.
—De aquellas amenazas, recuerdo la que venía firmada por un supuesto «Komando Kastell», que nos amenazaba a mí y a mi familia. En otras ocasiones eran fotografías de Santiago Carrillo con pintadas de bolígrafo y el comentario de «así te lo vamos a poner a ti». En honor a la verdad no les hicimos mucho caso. Vivía por entonces en un barrio alejado del centro, El Parque Cruz Conde, y debía atravesar un descampado para llegar a mi casa, incluso a horas avanzadas. Usaba muy poco el coche oficial, pues se hacía cuesta arriba tener al conductor esperando hasta la hora en que terminaban las reuniones de trabajo en el Ayuntamiento.
»El caso es que me percaté de que era vigilado desde lejos por algunos militantes. El secretario del PCE, Ernesto Caballero, me indicó que no debía ser tan confiado y en consecuencia debía permitir aquella escolta tan sui géneris. Para solucionar el problema me comprometí a portar arma de fuego, tras los permisos pertinentes, una pistola del 9 corto de la Policía Municipal. Quiero hacer hincapié de que en aquella época tampoco tenía escolta policial. En aquel ambiente tuvo lugar la manifestación por la autonomía del 4 de diciembre de 1979.
Desde la sede de Fuerza Nueva salieron grupos con palos, mástiles de banderas y alguna que otra escopeta. El enfrentamiento con nuestra gente se veía venir. Fui alertado de que tras los de Fuerza Nueva estaba la Policía Nacional «cuidando el orden». Tuve, desde un altavoz, que pedir a los nuestros serenidad y tranquilidad. Aquello se saldó con un herido de Fuerza Nueva a causa de un navajazo. Al hacer declaraciones, tras los incidentes comentados, califiqué de actuación terrorista la intentona violenta de Fuerza Nueva. Ellos me denunciaron y fui a juicio, teniendo como abogado a Joaquín Ruiz Jiménez. Fui absuelto. Como se ve, la tensión era evidente.
»Ya en 1980 se intensificaron los rumores y alertas en toda España a causa de las declaraciones del general Milans del Bosch y los comentarios que se venían realizando sobre la vuelta del «caballo de Pavía». Los antecedentes del 23-F se marcaban con claridad. Una noche, en Madrid, salí del Hotel Convención, donde me alojaba, y me paseé por la calle Goya. De repente, un grupo de seis o siete personas que enarbolaban banderas falangistas y franquistas, me rodearon conminándome a cantar el Cara al sol. No me reconocieron, fue una casualidad. El caso es que me negué y cuando se aprestaban a agredirme exhibí el arma y desaparecieron. Estos hechos que estoy relatando constituían una atmósfera en la cotidianeidad de la España de entonces. Por aquellas fechas y en una cena en el Club Siglo XXI me sentí obligado a intervenir recordando que el poder democrático civil está por encima del estamento militar y que eso había que defenderlo «aun con la espalda contra el paredón». Emilio Romero, presente en la cena, comentó el hecho en su periódico.
—¿Qué podía hacer un alcalde como tú el día del golpe?
—La tarde del 23 de febrero de 1981 me encontraba reunido con el delegado de Educación y el segundo teniente de alcalde Rafael Sarazá. Tratábamos asuntos de solares para construir colegios públicos. Al terminar la reunión, y ya solo, llamé a una persona conocida para recabar algunos datos. Entonces me informó de lo que estaba pasando en el Congreso de los Diputados. De inmediato me dirigí al Ayuntamiento y ordené a las limpiadoras que se fueran a su casa. Todo parecía normal. Al poco tiempo llegó el jefe de la Policía Municipal y se puso a mi disposición. Aquello era casi surrealista, porque aquel hombre había sido combatiente de la División Azul y era conocida su afinidad con el franquismo. Me informó de que en la Plaza de las Tendillas, a unos ciento cincuenta metros del Ayuntamiento, se estaban formando grupos con notoria satisfacción por lo que estaba ocurriendo. La situación era la siguiente: yo estaba en el despacho con un jefe de Policía de tales características y en la más absoluta de las soledades, porque todavía los concejales no se habían enterado de lo que pasaba. Debo decir, en honor a la verdad, que Rafael Torres Galán se comportó con notable lealtad al alcalde y a la institución, independientemente de lo que pudiera sentir en su interior. A la media hora comenzaron a llegar concejales del PCA, UCD y PSA. Mi secretario, que también había llegado, puso la radio y comenzaron a sonar marchas militares. Aquello ya estaba claro. Por mi parte asumí que debía quedarme en mi sitio y desde luego me prometía que no me entregaría sin lucha. Acordamos todos que se convocase un pleno para el día siguiente. Así se lo comuniqué al secretario. Y las horas pasaban.
»Al filo de la media noche, la dirección del partido requirió mi presencia en una reunión de urgencia. Salí del Ayuntamiento y asistí a la misma. Allí se tomaron las decisiones pertinentes en orden a archivos, mantenimiento en las sedes y permanencia en Córdoba. En mis camaradas noté tensión y rabia, pero en absoluto miedo. Sobre nosotros volaba la imagen y el recuerdo del presidente chileno Salvador Allende. Los de mayor edad recordaban la fecha fatídica del 18 de julio de 1936. Cuando el rey compareció en TVE comprendimos que la intentona, tal y como se había planificado, había fracasado.