LA PIZARRA DEL MAESTRO ALCALDE

La crisis económica que padecemos desde 2008 —estafa y saqueo, dicen los movimientos ciudadanos— ha puesto en marcha un movimiento social de gran dimensión, movilizando a las personas afectadas por la hipoteca (PAH), que ha recogido casi un millón y medio de firmas, lo que ha provocado una Iniciativa Legislativa Popular en el Congreso de los Diputados. Se trata de problemas que deben encontrar una solución inmediata. Que no admiten demora. El desempleo y los desahucios de familias son el piloto rojo de una alarma social que no encuentra solución.

Como alcalde de Córdoba, Julio Anguita tuvo que hacer frente en 1979 a esa misma sensación. Se enfrentaron entonces a problemas urgentes de los cordobeses. A finales de los setenta, una quinta parte de la población (de un total de 300 000 personas) no tenía agua, ni alcantarillado, ni aceras en las calles. Previamente la corporación municipal llevó a cabo un análisis en las barriadas periféricas de Alcolea, Veredón, Quintos, Lavadero, San Rafael de la Albaida, Villarrubia, La Barca, El Puntal y alguna más. Total, que unas 60 000 personas no tenían agua ni alcantarillado.

El estudio determinó además que el agua que bebía la ciudadanía tenía un índice de coli muy alto. Se trata de la bacteria del helicobácter pilori, que se encontraba en capas contaminadas del agua del río.

Eso tuvieron que abordarlo cuanto antes. De inmediato. Ya. En un año tenían el tema solucionado. Un año. Hubo que hacer de todo. Julio Anguita recuerda que llegó a un pacto tácito con los poderes fácticos de las estructuras del Estado, léase Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, y con la Empresa Municipal de Agua. El pacto fue el siguiente: se les respetan determinados puestos que tienen en los órganos de dirección, siempre y cuando aporten la financiación para solucionar los asuntos del agua.

—Yo cedí a ese pacto. Pero cedimos tras hablar con el partido. «De momento tenemos que solucionar el tema del agua». Lo entendieron perfectamente. En otra ocasión, solucionamos el problema por el módico precio de una comida de entonces (15 000 pesetas), una comida con ingenieros y cargos del MOPU, en el Caballo Rojo, eso es lo que nos costó empedrar 687 calles en Córdoba. Lo barato que nos salió el empedrado, ¿eh? Tanto que se habla de mi rigidez. Bueno, pues también he sido flexible. Y fueron tantas las cosas que se diseñaron para Córdoba, que después de aquellas dos primeras corporaciones se siguió haciendo una gestión por los compañeros concejales del PCE y después de IU encabezados por el nuevo alcalde Herminio Trigo. Porque en aquellos años se proyectaron las grandes líneas de nuestra idea de Córdoba ciudad.

—¿Qué decir de esa idea de explicar todo lo que hiciera falta con tiza y pizarra, ejerciendo tu profesión de maestro, sin pelos en la lengua?

—Había una idea muy clara: íbamos en nombre de un proyecto. Sabíamos que nos encontrábamos en una institución que, como yo dije a las asociaciones de vecinos en cierta ocasión, «ustedes deben de pedir la participación, porque si no participan no podrán conocer dónde están los secretos municipales». Incluso llegué en cierta ocasión a decirles que dejaran de mirar la mano del alcalde o los concejales: «Así no se roba. Les voy a decir cómo se puede robar». Eso no lo ha hecho nadie. «Se puede robar con un lápiz haciendo un dibujo en un terreno, pidiendo el extratipo[1] en una serie de petición de crédito extraordinario para pagar las nóminas. Yo no lo hago, ni lo haré, pero así es como se puede hacer». La gente requiere de cierto tipo de explicación, y tú no puedes decirle, por ejemplo: «No tenemos dinero». ¿Por qué? Porque cuando hablamos del desarrollo andaluz, hay que hablar también de pautas y modos de cultura distintos. Nuestro desarrollo no consiste en tener el coche más grande, sino en disponer de nuestros propios recursos, con los mínimos vitales cubiertos, generando lazos de solidaridad.

También puso en marcha Anguita una charla en los colegios. Acudía por las tardes, por lo menos seis veces al mes, a explicarles a los niños cómo funcionaba el Ayuntamiento. Al principio hubo un poco de pega por parte del delegado de Educación, «hasta que claramente le pregunté si creía que en mis charlas iba a hablar del comunismo. Para mí esos eran gestos importantes, muy importantes».

Y hubo más. Una gran conexión con los distintos colectivos, porque si no, no se puede explicar la victoria electoral del año 79, ni la reválida de 1983. Aquella candidatura lo tuvo muy claro, no querían perder ni un ápice de sus convicciones. Y desde entonces para Julio Anguita esto ha sido una constante.

—¿Se puede gobernar sin menoscabo de los principios?

—Tenemos que entrar en las instituciones, pero entramos como una cabeza de desembarco para cambiarlas, en la medida que se pueda. Y se puede. Esta es una lucha. Pero tú no puedes entrar diciendo «yo vengo a servir a la institución». No. «Yo vengo a servir a mi pueblo a través de esta institución, cambiándola», que es muy distinto. Creo que eso se ha perdido totalmente. Dimos conferencias, explicaciones, hubo transparencia, charlas a la ciudadanía, con los pintores, con los comerciantes ambulantes, con todo dios, para hacer distintos proyectos. La Feria fue cambiada de arriba abajo… Interviniendo en política con propuestas de los colectivos ciudadanos, a veces debatiendo con ellos, porque en ocasiones piden la luna… Hay una cuestión olvidada que indica el talante de entonces. Córdoba tiene una estructura parecida a Murcia, con sus barrios y pedanías: Alcolea, Cerro Muriano, Villarrubia, El Higuerón, Majaneque, La Sierra… Siete pedanías en total, algunas de ellas con 10 000 habitantes. En cada una de ellas había un alcalde que era elegido por el alcalde de Córdoba, por decreto, y como no podíamos cambiar la legislación, vale, hicimos una votación y a quien la gente eligió yo nombré. Lo cual muestra que la ley podemos leerla de otra manera. Es el uso alternativo de la legalidad. De hecho, ganamos en todas las pedanías menos en una, donde salió un señor de la UCD. Pues bien, ese señor fue tratado igual que los demás.

»No puedo olvidar mi participación en la asamblea de municipios con los veinte ayuntamientos más importantes de España. Nos reuníamos durante dos o tres días, con algunos técnicos, y decidíamos sobre problemas comunes. Después nos entrevistábamos con el gobierno. Nos reunimos con el presidente Suárez y su ministro de Economía. También con Martín Villa. Más tarde con Felipe González. Discutíamos sobre impuestos, sobre participación, con datos, y discutíamos de asuntos de Estado. Con Suárez hablábamos de la proyección de los municipios españoles en el extranjero, o de otros asuntos que exigían una visión nacional. Entre esos veinte municipios estábamos: Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Valencia, Alicante, Zaragoza, Gerona, Oviedo, Vigo, Valladolid, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, La Coruña, Pamplona, Las Palmas, Toledo, Palma de Mallorca… La mayoría era alcaldes del PSOE. Dos eran de UCD. Y yo el único del PCE.