LA PRIMERA NAVIDAD DEL ALCALDE ANGUITA

«En Córdoba gobernamos, gestionamos en nombre de otro mundo».

Todas las corporaciones de aquella hornada del año 1979 tuvieron que hacer cosas distintas a la monotonía, a la rutina que se había instalado en las corporaciones franquistas, que vivían de la propia inercia. Es más, el presidente Suárez pensó en convocar elecciones municipales dos años antes. A eso alude una carta que el rey de España envió al sah de Persia pidiéndole diez millones de dólares para el partido de Adolfo Suárez.

Esa carta está publicada en el libro El negocio de la libertad, de Cacho. Las corporaciones franquistas funcionaban en aquellos años sin moral, sin proyecto, sin nada. Entonces bastaba cualquier soplo democrático para que aquello fuera otra cosa.

«La corporación de Córdoba que yo presidí, lo primero que hace, en un gesto simbólico, es abrir al público las recepciones de la Feria, cuando antes se llevaban a cabo en un lugar cerrado. Nosotros lo hicimos en un lugar abierto. También pusimos en marcha un programa de radio con todas las emisoras conectadas. Allí dábamos todo tipo de explicaciones: el presupuesto, la traída de agua para algunos barrios que no tenían agua en sus viviendas… y se van desentrañando aquellos aspectos del Ayuntamiento que nunca antes habían sido tocados con claridad ni transparencia. Eso es gestionar en nombre de otro mundo».

El poder franquista se había pasado cuarenta años culpando de todos los males a los comunistas. Había pues una gran tarea para contrarrestar tanto desprecio y tergiversación. Son muchas las anécdotas de aquel tiempo para quitar miedos y superar prejuicios. Al poco de empezar a gobernar, el nuevo alcalde recibió en su despacho al gerente de la Empresa Municipal de Aguas Potables de Córdoba, Juan Chastang Marín, para plantearle su dimisión.

—¿Pero por qué, si me consta que es usted un ejemplo de buen profesional?

—Verá usted, señor alcalde, es que soy católico y…

—¿Y qué? Vamos a ver, señor Chastang, yo respeto sus ideas, aunque no las comparta, y puede estar seguro de que en ningún momento interferiré en ellas. A mí, como alcalde, lo único que me importa es que nuestra Empresa de Aguas funcione lo mejor posible. Por favor, no sea usted desde sus creencias el que me discrimine a mí; por lo menos, sin darme un margen de confianza.

No siempre, pero a veces las dificultades son un reto, un estímulo. En Córdoba eran muchas las cosas que estaban por hacerse. Hubo un programa de gobierno consensuado entre todas las fuerzas políticas, bandos del alcalde, reuniones, encuentros con la gente, escritos, etc. Y un artículo de prensa muy especial.

«Me lo pidió el Diario de Córdoba en la Navidad de 1979, para que lanzase “un mensaje de Navidad”. La primera Navidad de los ayuntamientos democráticos. Y sí, claro que lo escribí, teniendo en cuenta todos los problemas que la gente me contaba de manera directa al pasar por la alcaldía y hablarme con franqueza y preocupación. Entonces estábamos también padeciendo una crisis económica».

Esto decía, entre otras cosas, aquel artículo que apareció el 23 de diciembre de 1979 en el Diario de Córdoba:

¡Feliz Navidad! ¿Para quién? ¿Para los cientos de personas angustiadas que desde abril han pasado por esta alcaldía pidiendo un trabajo? ¿Para los vecinos que han sido desahuciados en previsión de males mayores y se encuentran en la calle? ¿Para los habitantes de los barrios periféricos de esta ciudad, que carecen de alumbrado, agua y servicios indispensables? ¿Para los ciudadanos que cada día ven una Córdoba imposible de transitar y más insolidaria? ¿Para los que sufren las consecuencias de los colegios asaltados cada noche?

Los cristianos deben saber que el origen de la Navidad es el nacimiento de una esperanza, de una introducción de elementos de fuerza para hacer un mundo mucho mejor, de pulsiones utópicas tan necesarias para todo cambio. Los no creyentes educados en esta cultura nuestra ven con simpatía unas fechas que en su formulación teórica hablan de hermanamiento, de solidaridad, y por qué no, de marcha hacia la igualdad. Cuando todo acontecimiento pierde la carta de ilusión que lo motivó y se queda en una mera fórmula, se convierte en un rito vacío. Asistimos al hecho de la muerte del mensaje y una sustitución por la banalidad y el tópico. En estas condiciones el «feliz Navidad» queda en el guiño de los luminosos de los grandes almacenes que invitándonos a consumir más y más forman la última línea de defensa de una sociedad aburguesada que, como el avestruz, quiere conjurar las crisis de toda índole: económica, política, cultural, moral, de civilización, etc., escondiendo la cabeza en el mar de las frases hechas de las conmemoraciones festivas a plazo fijo.

La dirección del Diario de Córdoba no esperaba aquel mensaje. Ni lo esperaba ni le gustó, de hecho lo relegaron a las páginas finales bajo el título «Nuevo entendimiento de la ciudad». Al recordarlo ahora, Julio ríe serenamente. «Sí claro, ellos esperaban otra cosa. Lo de siempre. El pensamiento único del rito y la fraseología de circunstancias. La misma cantinela».