«Hay que vivir como decía Baudelaire: “Embriagaos de amor, de virtud, de poesía o de vino, cuidad siempre de estar ebrios”». En una conversación publicada en un libro titulado Otra Andalucía, Rafael Alberti y Julio Anguita se manifestaban a favor de estar siempre ebrios de algo, de poesía, de vino, de amor, o de política.
Cuando le presentaron como cabeza de lista en las primeras elecciones municipales de 1979, era muy poco lo que podía decirse de aquel maestro de EGB de treinta y siete años, que llevaba seis como militante del Partido Comunista de España. Era muy poco, porque se había dedicado básicamente a sus alumnos, a sus clases, a sus estudios para alcanzar la licenciatura en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Barcelona, y a sus reuniones con colectivos de intelectuales que le ayudasen a comprender mejor el desarrollo de los acontecimientos que se estaban produciendo en España.
El primer cartel electoral del año 1979 presentaba en Córdoba a Julio Anguita como «El profesor de EGB». Le acompañaba un sencillo eslogan: «Entra en el Ayuntamiento». Al Ayuntamiento, sí, lo que la gente no esperaba es que el primer candidato del PCE llegara hasta el sillón de la alcaldía. Tampoco Anguita.
—Francamente no. Sí esperábamos un resultado más que digno. El que tenía la confianza en ganar era el Partido Socialista. De hecho ellos alardearon con una cierta petulancia de su triunfo, diciendo que «ya nos dejarían algo» con el pacto, algunas comisiones municipales. Pero en la noche electoral se dieron cuenta de su error.
Aquella noche le llamaron para felicitarle el gobernador civil y los portavoces del PSA y de la UCD. Desde el PSOE venía el silencio.
—En un arrebato de la gente (las sedes del PCE y del PSOE estaban entonces a cien metros escasos la una de la otra), un grupo de unas cincuenta personas, entre ellas yo mismo, nos acercamos hasta la sede del PSOE gritando: «Unidad, unidad, unidad». Dentro de la sede socialista se sintieron impactados por algo que no esperaban.
—¿Cómo se explica que el PCE ganara en Córdoba?
—Fueron varios los factores. El PCE tenía por entonces una implantación en el tejido social de primera calidad, tanto en asociaciones de vecinos como en peñas flamencas. Estaba presente en todos los ámbitos de la sociedad cordobesa. También en las fábricas. Córdoba era por entonces un centro fabril, con casi 6000 obreros. Estaba Campsa, Cenemesa, Cepansa, en fin, en una escala discreta, pero era un centro fabril. Y el PCE contaba en esos centros con una fuerza muy grande porque se consiguió un PCE muy equilibrado en su dirección entre profesionales, intelectuales y trabajadores manuales.
»Otra razón es que la derecha no votó. La derecha no quiso votar a la UCD. Les parecieron traidores al legado de «don Francisco». Y entonces se abstuvieron. Aquí había una derecha, y la hay, una derecha que hoy representa el PP. Aquella extrema derecha de entonces no quiso votar, y con ello favoreció al PCE.
»En tercer lugar, el PSOE tenía un candidato natural, que era un abogado que ya ha muerto, que después fue senador del PSOE. Se llamaba Joaquín Martínez Biorman. Era el hombre más conocido de la izquierda y no lo presentaron porque al PSOE le parecía un díscolo. Cometieron con él un doble error: no lo presentaron en el 79, y después, cuando yo me presenté por segunda vez, fueron y lo presentaron en el 83, cuando ya no podía con lo que se había creado en Córdoba con el gobierno municipal que yo había encabezado.
—Podríamos decir que tú eres hijo del pacto entre el PSOE y el PCE.
—Naturalmente. Cuando en la noche electoral obtuvimos como primer partido un concejal más, yo sé que el pacto que se había firmado a nivel de toda España entre Santiago Carrillo y Alfonso Guerra me hacía a mí automáticamente alcalde de Córdoba. El pacto comprometía a uno y otro a apoyar la candidatura más votada. Ellos tuvieron un beneficio enorme, porque fueron muchos más los ayuntamientos en los que resultaron ser la lista más votada. A ese pacto se sumó el PSA en Córdoba. De esta manera, de los 27 concejales que entonces tuvo Córdoba (hoy tiene 29 por el aumento de población), yo obtuve 20 votos. Mientras los siete de la UCD se abstuvieron… Soy hijo del pacto, sí (PCE 8, UCD 7, PSOE 7 y PSA 5).
—¿Cómo funcionó aquel pacto atado por arriba entre Guerra y Carrillo?
—Con muchos problemas. En un primer momento, ante la magnitud de los problemas y siguiendo la política del partido de intentar integrar a los demás, y apoyándome en mi manera de ser, la idea era la siguiente (algo muy común en mí): hay tanto que hacer y tantos problemas que resolver. Es decir, tenemos una zona común que resolver, independientemente de la ideología, aunque sin olvidarla.
»Entonces no teníamos ni ayuntamiento propio, podría decirse, ni policía municipal, ni coches para la policía municipal, ni vertedero municipal, nada, nada. Era una zona amplia de necesidades que debíamos solucionar entre todos. Nos pusimos manos a la obra para llevar a cabo toda esa tarea, y para otros muchos gestos, como salir a explicar los presupuestos, y resolver mil y un problemas.
»Así formamos un gobierno en el que participaban todos los partidos políticos. Ese gobierno, que tardamos en poner en marcha, funcionó desde septiembre de 1979 hasta enero de 1981. En enero del 81 se rompe por parte de la UCD y del PSOE, primero porque la UCD alega mi enfrentamiento con el obispo, pero en el fondo era una excusa, porque querían marcar perfil ideológico, querían diferenciarse. Aun así estaban presos, sin poder evitarlo. De tal manera que la votación explica su difícil situación, no la nuestra.
»Nosotros llegamos a estar en minoría, gobernando trece concejales frente a catorce, pero les ganábamos por lo siguiente. En Córdoba no había más remedio que municipalizar el servicio de autobuses, que se caían de viejos, el responsable era un sinvergüenza, pues se llevaba el dinero. Los servicios eran un desastre, algunos trabajadores tampoco ayudaban, de hecho había quien se llevaba el autobús para ligar con su novia (sí, sí, por mentira que parezca), algo inenarrable. Y conste que dentro del comité había sindicalistas que protestaban por estos excesos del personal. Decidimos que la única salida era municipalizar el servicio de autobuses. Se llama «rescatar la concesión». Es decir, la iniciativa privada de aquel señor, don Gonzalo Álvarez Arrojo, había sido un desastre. A la hora de seguir con el servicio se ofrece un empresario, pero de una manera muy curiosa: quería llevar solo las líneas que le serían rentables, y las otras quería dejarlas en manos del Ayuntamiento. Así que había que rescatar la concesión, ya que el Ayuntamiento era el titular del servicio, teniendo que garantizar el transporte público.
»Ante la decisión de municipalizarlo, la UCD y el PSOE sabían que no había más remedio que hacerlo, pero por el prurito de que ellos no pueden votar algo que parece de izquierdas, se oponen. Claro, yo llevé el asunto a pleno del Ayuntamiento. Ellos sabían que no había otra alternativa, que no hay más remedio que aprobar la municipalización del servicio. Sin embargo recurrieron a una treta indigna que demuestra cómo es, o cómo se actúa en política a veces. El día del pleno se puso «malo» un concejal de la UCD, Práxedes Cañete, de tal manera que en la votación estamos trece contra trece. Luego no se puede aprobar. A eso nos dice el secretario: «A no ser que, ante el empate, los señores capitulares consideren que el asunto es de urgencia y lo declaren urgente…». Trece contra trece, el asunto quedaba sobre la mesa para otro día, salvo que dijéramos que es un asunto urgente. Entonces se debe debatir y en una segunda votación los concejales le están dando el voto de calidad al señor alcalde. Así votamos la urgencia, votando todos que era un asunto urgente, y así me dieron a mí el voto de calidad.
—Y fue el alcalde quien desempató…
—Claro. Con el tiempo les dije a los de la UCD y el PSOE que se comportaron con ligereza, «porque si hubiesen estado convencidos de que aquello no había que municipalizarlo, hubieran dejado el asunto sobre la mesa a expensas de que su concejal “enfermo” estuviera presente en otro pleno. Pero votaron que era urgente, con lo cual me estaban dando a mí un doble voto». A partir de ahí esta fue la tónica. Gobernamos trece frente a catorce.
»Con el tiempo cesé al primer teniente de alcalde y a otro teniente de alcalde una noche, los dos del PSOE. Los cesé por su actitud, debido a que nunca asumieron la derrota electoral. Lo suyo era muy extraño. Hacían unas cosas en las empresas municipales, y hacían otra muy distinta en el Ayuntamiento. Todo eran trabas y declaraciones… cuando eran delegados míos, es decir, tenían delegaciones del alcalde. Una noche después de la Comisión Permanente, donde se reunía el gobierno municipal, pregunté a los señores concejales del PSOE hasta cuándo iban a estar votando una cosa en un sitio, y la contraria en el otro, y con una voz solemne y engolada me dice el primer teniente alcalde que «el PSOE se reserva el derecho de votar en cada momento lo que le parezca bien». Entonces levanté la sesión: «Les digo a sus señorías que esta misma noche separaré el grano de la paja».
»Tras suspender la reunión de la Permanente, llamé al secretario del PCE para que convocara una reunión urgente del partido. Nos reunimos por la noche y propuse cortar con el PSOE. Según fui exponiendo y hablando se me fueron sumando los concejales del PCE. La reunión duró toda la noche, hasta que a las siete de la mañana nos decidimos a cortar la coalición de gobierno. A las ocho de la mañana estaba dictando el decreto de cese. Algo que fue muy bien recibido por la población. Así terminamos en minoría mayoritaria, hasta que ya se convocan nuevas elecciones, que aquello fue un salirse.
Unos años más tarde, en el libro Otra Andalucía, el escritor Manuel Vázquez Montalbán contraponía la tragedia viva que se representa en las numerosas plazas de toros de la Península Ibérica con el joven alcalde que había gobernado en Córdoba en nombre de otro mundo: «Algunos califas vienen de lejos y van más lejos —escribió Vázquez Montalbán—. Anguita viene de aquella España en la que los toros mataban a Manolete y el hambre a los españoles, y quiere ser ese maestro de escuela que demuestra en el encerado la posibilidad de la esperanza andaluza».
—Hay que intervenir, hay que estar, hay que gestionar, sí señor, pero yo gestiono en nombre de otro mundo, de otra cosmovisión. ¿Es tan difícil de entender? Si eso se ha conseguido hacer durante un tiempo es que se puede gestionar desde otra visión. En Córdoba lo hicimos muchas veces. Cero contaminados de institucionalismo. ¿Difícil? Sí. Pero por otra parte también es fácil. El Ayuntamiento de Córdoba fue un antecedente para todo lo que vendría después, un aprendizaje, un banco de pruebas, otra posibilidad. Allí se gobernó en nombre de unas ideas. Allí se actuó entre todos para solucionar los problemas inmediatos, lo que no puede ni debe esperar.