El viento de la historia, a veces, se lleva la paja, como en la era campesina donde antaño se trillaba, dejando el trigo de la cosecha. En otras ocasiones borra huellas, oculta, emborrona una cierta verdad.
En mi primera militancia me atuve a una definición que diera Carlos Marx de comunismo: «Movimiento real que continuamente va superando contradicciones». En su momento, comunismo era una sociedad sin clases, manarían ríos de leche y de miel, etc. Aquello sirvió para darle al movimiento obrero la categoría de un fin. En la religión católica se llama el destino quiliástico, es decir, el objetivo final, como el «paraíso en la otra vida» o la llegada de un Mesías con el trágico destino de morir crucificado para cargar con los pecados del mundo.
El nuestro también era un mensaje profético, necesario para la lucha de aquellos tiempos. Ello conforma las tres grandes internacionales, donde el proletariado es el pueblo elegido para llevar al mundo a la nueva situación. Aquello se lo llevó el viento de la historia. La Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el vivir de cada día.
Unas décadas más tarde llegaría el hundimiento de la Unión Soviética. Y aquello que había sido el paraíso para mucha gente se hundió. Yo nunca vi a la Unión Soviética ni como el paraíso ni como el infierno. Y me quedé más o menos igual. Pero lo que es la idea comunista que configura la Tercera Internacional, eso ha estallado por los aires. Y seguir hablando de movimiento comunista es seguir hablando de algo que no existe en la actualidad.
Pero sí existimos los comunistas.
Los comunistas existimos en la medida en que, primero, no aceptamos esto, porque no nos da la gana decirle que sí a lo que hay. Lo puedo razonar, pero en el fondo hay una posición visceral. No asumo. Y a partir de ahí quiero un mundo distinto. Mas no tengo que buscar elucubraciones sobre el destino final de la humanidad, ya me contentaría con que se cumpliesen para los más de siete mil millones de habitantes del planeta los derechos humanos. Podríamos repasar los treinta artículos de la Declaración de los Derechos Humanos.
Ser comunista me obliga a luchar más que otros por los derechos humanos. Ser comunista implica para mí trabajar en pos de eso. No tengo por qué dibujar para los demás un paraíso especial mío, sino un paraíso comúnmente aceptado. El cumplimiento de nuestros derechos.