«Contra Franco luchábamos mejor». Cuántos luchadores organizados en la clandestinidad han pronunciado esta frase en estas últimas décadas, no porque añoraran la dictadura, sí lamentando que los nuevos tiempos no hayan conformado otro tipo de relaciones y alianzas para hacer la política de otra manera, concebida desde la ética, la organización y la acción para la auténtica transformación social.
Podemos volver la mirada al final de la dictadura y contemplar cómo se estaba articulando la lucha política. ¿Se estaba luchando ya, en las intenciones políticas de fondo, por detentar el poder, o se quería hacer todo con unos nuevos valores democráticos?
Uno de los inconvenientes de las dictaduras es que te desenfocan a la hora de analizar lo que hay detrás de ellas, la lucha en la exclusiva esfera de lo político distrae de otras cuestiones. Consiguen atraerte como si fuese el capote a una lucha, sin ver lo que hay detrás de ese capote. El toro bravo es un toro tonto que embiste al capote. Si fuese un toro inteligente, embestiría al torero.
La lucha contra la dictadura es la lucha contra un sistema oprobioso, fascista, debelador de la legalidad, todo lo que queramos, pero que estaba al servicio del capital. Entonces se puso el énfasis en derribar a la dictadura. Y si había que organizar a la derecha —como le tocó a Julio Anguita, que tuvo que repartir los Cuadernos Libra en Córdoba en la Junta Democrática para que la derecha entrase en ella—, se hacía. Porque el objetivo era derribar aquel régimen.
Claro que los que defendían aquel régimen tampoco eran tontos. Ellos sabían que tenían que desaparecer como régimen, pero continuar como defensa de intereses de clase.
—Ahí es donde nosotros no estuvimos muy finos. Ahora mismo cuando decimos «el problema es el PP», yo digo que no, el problema es la política que defiende el PP, que también la defiende el PSOE. Este es un matiz vital para no mantener la ficción de que aliándonos con el PSOE combatimos al PP. Es un engaño cómodo que oculta nuestras propias concupiscencias. Contra Franco luchábamos mejor porque indiscutiblemente la lucha contra una dictadura se plantea en términos muy simplistas.
»Una noche de enero de 1985 estaba en Nicaragua, donde me había enviado el partido como miembro del Comité Ejecutivo a la toma de posesión del presidente Daniel Ortega. Los ocho comandantes se dedicaron a recibir a los invitados. A mí me tocó acudir a la cita con el comandante Tomás Borge, junto con el dirigente Giancarlo Pajetta, del Partido Comunista Italiano, un dirigente muy mayor que hablaba más que siete. Al final yo comenté al comandante Borge la difícil situación en la que se encontraban, con la «Contra» aún haciendo de las suyas. «Qué va, viejo —me contestó—, aquí estamos con la Contra, es verdad que podemos perder la vida, pero tenemos muy claro quiénes son los malos. El problema lo tenéis vosotros en Europa, donde podéis perder la razón».
»¿Qué estaba diciendo aquel hombre? Que la lucha en Nicaragua era más simple. Estaban invadiendo su país, los norteamericanos estaban financiando a la Contra, pero tenían las cosas claras. Tras la muerte de Franco, con la llegada de la democracia había que tener formación, había que pensar y estudiar, estar en las instituciones, había que mantener la línea roja que antes era muy fácil, pero la línea roja ahora en medio de los números es mucho más difícil. Antes tenías aliados, pocos pero seguros. Ahora los aliados te cambian en cualquier momento porque están movidos por otros intereses añadidos.
»Es más difícil. Lo digo muy claro. A todos los que aceptan hacer una transformación en el campo de las instituciones o de la sociedad les tengo un respeto impresionante. Porque es una lucha que quema. El hombre que se entrega a gobernar y quiere mantener sus principios y su ilusión como pueda, me merece un respeto imponente.
—¿Qué había en aquellas corrientes de pensamiento del PCE de la clandestinidad?
—Yo lo he podido deducir por las consecuencias, no por los orígenes. A lo largo de mi etapa en la secretaría general y de mis reflexiones por los problemas que han ido surgiendo, he llegado al convencimiento de que en el PCE había en el momento de la legalización tres posiciones, tres corrientes, tres maneras de sentir, que no estaban estructuradas ni organizadas. Una es la que proviene del espíritu de la Guerra Civil, del largo combate de quienes han luchado contra el fascismo en la Guerra Civil, y en la Segunda Guerra Mundial contra el fascismo y el nazismo, y que comparte identidades con los partidos comunistas francés e italiano (aunque fueran distintos), con la diferencia de que estos partidos entraron con las armas en la mano, tras la Segunda Guerra Mundial, formando parte de la democracia francesa e italiana, sin que tuvieran que legalizarlos.
»El francés y el italiano ganaron su legalidad. Los nuestros son los militantes de la época de la guerra a los que yo les quiero rendir un homenaje. No entendieron muchos de ellos lo de Izquierda Unida, pero acataron las decisiones de su partido, cosa que otros militantes —hablo de Nueva Izquierda, a los que dedicaremos una amplia reflexión en otro momento— ni entendieron ni acataron. Hay que evocar la dignidad de aquellos hombres —con sus cosas—, de Enrique Líster, de Paco Romero Marín, de Santiago Álvarez, hombres impresionantes; y mujeres increíbles como Dolores Ibárruri, Teresa Pàmies, Leonor Acebes. Son de otra época, hombres y mujeres con los que me sentí a gusto porque eran honestos. Formaban un estado de opinión.
»Después estaba —y aquí llega lo más gordo— la corriente de opinión procedente en origen de Francia, los dirigentes que estaban en el país vecino y que tienen el modelo francés como el más inmediato referente. En concreto el modelo de la alianza de la izquierda que siempre ha sido «ir juntos a las elecciones y conformar si se puede un grupo parlamentario en torno a un programa común». Y ya está. Nada más y nada menos. Para ellos el referente cuando llegan aquí es la posibilidad de que se pueda repetir en España lo mismo; pero eso sí, siendo nosotros mayoritarios, porque se espera que tras nuestra lucha en solitario contra la dictadura tengamos nuestro premio, si bien el tiempo demostrará que no era así.
»Esta corriente de opinión que existe en un sector muy amplio de Comisiones Obreras —no hablo de Marcelino Camacho ni de Agustín Moreno, ni tampoco de much@s otr@s— también participa de la misma idea de que hay que gobernar. Utilizan el «hay que gobernar» como si dijeran algo. Yo también digo que hay que gobernar, y he gobernado, pero ¿con qué programa? Esto último nunca lo he oído. Solo «hay que gobernar, hay que estar en el gobierno». Me escandaliza que digan únicamente eso.
»Si fuera con un programa concreto, entonces sí señor, yo gobierno y yo me quemo. Igual que ha ocurrido ahora en la Junta de Andalucía, donde el programa se pospone y se llega a un acuerdo en la primera reunión y sin apenas intercambiar impresiones porque «hay que gobernar». Aquella era ya entonces la línea de pensamiento de los exiliados, que anidaba en una parte del partido y en una parte de CCOO. Una idea, la de que «hay que gobernar», que también tenían en una parte del PSOE. Recuerdo a un alcalde socialista de Móstoles diciéndome a finales de los años setenta: «El cambio es que nosotros hemos llegado a los ayuntamientos»; a lo que le contesté: «Hemos llegado, ¿para hacer qué?». Es el puñetero énfasis de toda mi vida, porque yo voy a un sitio para hacer algo, con un programa, o no voy. Estar por estar no sirve para nada. Como se puede ver, aquella línea de pensamiento es hoy una idea con peso en IU.
»Y queda otra línea, la tercera. Obedece a los luchadores del interior de España. Al partido de la clandestinidad en España. Era un partido solo, que tenía que buscar las mil y una maneras de llegar a alianzas, como ocurrió con la Junta Democrática. Hablo del año 1970, cuando yo tenía veintinueve años. Y claro, ahí están los cristianos de base, los anarquistas, están las asociaciones de vecinos. Y no está el PSOE, porque no existe. Porque no existe [lo dice despacio, deteniéndose en casa sílaba]. No estoy hablando de una etapa épica del PCE (aquella en la que fusilaban a sus dirigentes).
»Estoy hablando de la etapa épico-romántica, que es otra. En la que ya no se fusilaba, pero sí te golpeaban, incluso te podían torturar. Era una lucha más gratificante. En esta etapa nuestra única referencia era la sociedad. Entonces había que relacionarse con todas las plataformas que se organizaban, percibir todos los sentimientos de la gente, todas las propuestas.
»Al aire de eso, yo, que aún no estaba en el partido, estaba trabajando en una historia de características anarquistas. Por entonces me pasaron unos materiales para discutir y me pidieron mi opinión sobre lo que sería más tarde el Manifiesto-Programa del año 1975. Me veía con comunistas, a mi cuñada de entonces yo le escondía el Mundo Obrero… vamos, tenía una relación con el partido sin estar afiliado. Estaba moviéndome en torno al VIII Congreso de 1972 (el último que se celebró en la clandestinidad).
»El PCE había creado una cultura de alianzas y de influencias en el sentido gramsciano: «Influimos porque somos mejores». Todos queremos influir, pero en democracia influyo porque demuestro que soy más ajustado en mis análisis, o porque tengo más dedicación, y no por mecanismos torticeros. En aquel Manifiesto-Programa del 75 —elaborado en la clandestinidad— está la referencia teórica más importante al antecedente de Izquierda Unida. Lo tengo subrayado:
El Partido Comunista considera que ya, desde hoy, habría que comenzar a elaborar el proyecto de una formación política capaz de aunar todas las tendencias socialistas sin sofocar a ninguna, sin anular sus características ideológicas, sin comprometer su fisonomía particular, su independencia, su campo de acción propio. Esa nueva formación política, incluyendo partidos, agrupaciones, organizaciones diversas que no sacrificarían sus estructuras, su ideología ni su programa específico podría dotarse de un programa común socialista, de órganos comunes de elaboración colectiva de las decisiones políticas relacionadas con la aplicación de ese programa. (Al leer ese párrafo subrayado en su voz se percibe una emoción tranquila, como quien ha encontrado el verso claro, el manantial del que brota un río muy importante en su vida. ¡El párrafo es una inspiración, y lo deja todo clarísimo!).
—No sé quiénes fueron los redactores de aquel texto. Estoy convencido —y es una hipótesis mía, a la luz de mi teorización— de que fueron redactores de dentro, de los que estábamos en España buscándonos la vida como podíamos. Esta cultura política, este talante, lo representa en un momento dado Gerardo Iglesias.
—Si observamos grosso modo la historia del PCE, podemos decir que ha sido una organización que se ha crecido ante circunstancias excepcionales. Podría decirse que les «ha venido bien» sentirse insultados, atacados y perseguidos. En la República, junto con el presidente del Gobierno Juan Negrín, es el partido que está por la defensa de la República hasta que se da el golpe de Estado de Casado, Mera y Besteiro. Llega la clandestinidad y es el partido por antonomasia que se crece ante la dictadura. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuando llega la legalidad y comienza a perder fuerza, hasta disiparse?
(Julio Anguita explica que el dictador en dictadura contagia su visión simplista a su principal adversario).
—Un ejemplo. Con la misma ligereza que Franco llamaba comunista a todo disidente, porque era más fácil para él, y le permitía pasar ante los gobiernos occidentales como un gran anticomunista, porque además a su régimen no le gustaba pensar mucho… Nosotros en un momento de nuestro desarrollo y a determinados escalones pensamos que todos «los otros» habían sido fascistas. Es el mismo fallo a la hora de analizar. Así, cada régimen encuentra su contrarréplica. Llega un instante en que en el PCE se intenta poner en marcha la adecuación. Es el momento en el que se crea Convocatoria por Andalucía en 1984 e Izquierda Unida en 1986. Es entonces cuando se quiere hacer otra cosa, cuando se pretende acercar a la realidad y responder a las necesidades planteadas.
—Un lenguaje que sea como abrir ventanas.
—El tan repetido «programa, programa, programa» es una ventana a la realidad, a lo real concreto, a lo perentorio. Porque no podemos escuchar los cantos de sirena del mercado. Porque no queremos saber nada que no pase por la realidad concreta. Y no es que yo no tenga ideología, sino que mi ideología la mido ante los problemas concretos de nuestra sociedad. Y ahí me enfrento, ahí discuto o trabajo, con aquellos que el mismo problema lo intentan solucionar de otra manera.