UN PARTIDO ABIERTO EN CANAL

«Ha ganado la izquierda».

Anguita recuerda esa frase. Fue el comentario que le hizo el locutor Rafael López, de Radio Córdoba, refiriéndose al triunfo electoral del PSOE en 1982.

«¡No sabéis bien lo que ha ganado!».

Fue su respuesta. «Se lo dije porque yo ya conocía el paño, teniendo en cuenta que durante un tiempo había gobernado el Ayuntamiento de Córdoba con los concejales del Partido Socialista».

Aquella fue sin duda una noche dramática para el PCE. Julio Anguita, que por entonces era alcalde de Córdoba, no tuvo protagonismo alguno. De aquellos días de octubre no ha olvidado las caras de consternación de los compañeros, si bien por su parte no vivió todo aquello con una especial preocupación. «Estaba muy ocupado, muy entregado a la alcaldía».

Claro está que fue una noche impactante. Una noche, que sin aún saberlo, marcaría su vida. A partir de entonces los militantes del PCE, y Julio Anguita con ellos, se preguntaron qué había pasado. ¿Cuál era la salida del PCE? ¿Era el PSOE la única alternativa de la izquierda? ¿Qué podemos hacer para levantarnos de tan tremendo golpe? ¿El desapego de la gente era consecuencia de los enfrentamientos y las expulsiones en el seno del partido?

Un año antes, en julio de 1981, en el X Congreso del PCE, Santiago Carrillo había dejado muy claro lo que les esperaba a quienes defendieran las corrientes internas de opinión y una mayor pluralidad: «En nuestro país —había advertido Carrillo— hay diversos partidos y grupos entre los que escoger». En aquel congreso el dirigente vasco Roberto Lerchundi acabó por erigirse en líder contestatario al secretario general. En su intervención, Lerchundi aseguró que el informe de Santiago Carrillo suponía un retroceso de la democratización y reabría viejas heridas.

Lejos de impulsar una discusión abierta, Carrillo se cerró en banda sin admitir las críticas. Era un tiempo de brocha gorda, sin debate, sin las pinceladas sutiles de la reflexión abierta. Todo era «o conmigo o contra mí». Un destacado militante, Rafael Miró, fue tajante al respecto: «El predominio doctrinario de Carrillo es absoluto. Todas las cúspides están subordinadas a él».

Hay una frase que, como otras muchas de Santiago Carrillo, se volvió contra él. «Tranquilos, aquí no pasa nada», llegó a decir en julio de 1981, cuando el partido estaba al borde del colapso.

Era cierto. Todas las cúspides del partido estaban subordinadas al secretario general del PCE, y las que no lo estaban no iban a durar mucho. Poco tiempo después del X Congreso, Carrillo disolvería el Comité Central del PC de Euskadi. Este fue el detonante de una riada de abandonos, y expulsiones, que afectaron, sobre todo, a la organización madrileña. Pero la llama de la democratización del partido para unos, la de la disidencia para otros, se extendió a diferentes partes de España.

En Valladolid, diez concejales comunistas de la provincia hicieron público un manifiesto diciendo que «si no desaparecen de la dirección Santiago Carrillo y su equipo que, atrincherados en posiciones numantinas, están rompiendo el partido, es imposible la construcción de un partido democrático». Numerosos cargos municipales dimitieron entonces en solidaridad con los expulsados. Artistas y hombres públicos del partido, desde Rafael Alberti a la actriz Ana Belén, firmaron entonces comunicados de protesta.

En Andalucía se registraron visos de estallido en la militancia cuando Amparo Rubiales anunciaba su abandono del PCE y la organización en Málaga debatió concurrir a las elecciones autonómicas con candidaturas independientes. Los renovadores pedían un congreso extraordinario. En Comisiones Obreras, Marcelino Camacho se enfrentaba con Carrillo, quien, vía Piñedo y Ariza, trataba de desplazar al líder histórico del sindicato.

El propio Julio Anguita, según le informaron después, estuvo expulsado durante unos minutos del PCE sin él saberlo por entonces. En Córdoba se había reunido un grupo notorio de simpatizantes y encabezaron una revuelta contra las expulsiones, entre ellas la de Cristina Almeida. Como alcalde que era, apareció ante la dirección del partido como el cabecilla de aquella inquietud, lo cual no era cierto.

Santiago Carrillo tomó la decisión de expulsar del partido al alcalde de Córdoba en una reunión del Comité Ejecutivo, alegando textualmente que el partido «necesitaba una menstruación». «Pero, Santiago —le dijo entonces el vicesecretario del PCE, Nicolás Sartorius—, lo que tú propones no es una menstruación, es una sangría». Así se paralizó la expulsión de Anguita, que durante unos minutos estuvo en la picota, dejando virtualmente de militar en el PCE.

En la primavera de 1982, el partido estaba depurado. O abierto en canal sobre la mesa del cirujano. Santiago Carrillo solo estaba dispuesto a escuchar lo que dijeran las urnas. El 28 de octubre de 1982 el PCE obtiene el 3,8 por ciento de los sufragios, 830 000 votos. Cuatro diputados. Había perdido un millón de votos.

Cuando a comienzos de noviembre de 1982, unos días después del revés electoral, se celebra una reunión del Comité Ejecutivo en la que se analizan los resultados electorales, Santiago Carrillo acabará presentando su dimisión: «Se me ha pedido que encabece los cambios, y he decidido encabezarlos retirándome de la secretaría general del partido».

Para entonces el PCE ya no es ni la sombra de lo que había sido apenas seis años antes, mientras los compañeros socialistas, que en 1976 apenas existían, habían logrado el mayor triunfo electoral de su historia.

Estaba claro que las elecciones autonómicas andaluzas celebradas en junio de 1982, y que llevaron a ocho comunistas al Parlamento en Sevilla, entre ellos a Anguita, no habían reflejado la verdadera medida de la crisis del partido. Fue en octubre de ese mismo año cuando la crisis quedó patente en toda su crudeza.