—He fracasado —dije.
—¡Nuestra época ha fracasado! —respondió ella.
—También la época, pero sería muy sencillo consolarme con eso.
ERNEST FISCHER
Al acercarse las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, se habían marchado ya del PCE sesenta mil militantes, según unos; y más de cien mil, según otros. Entre los hastiados estaban figuras hasta entonces de primer orden en el partido. Tal es así que, con los enfrentamientos, las expulsiones y los abandonos, algunos quisieron ver entonces la crónica de una muerte anunciada. Otros, pese a todo, creyeron que soltaban amarras, sin darse cuenta de lo que se les venía encima.
Aquella derrota, aquel desastre que supuso bajar de veintitrés diputados a cuatro, hubiera supuesto el entierro de cualquier otro proyecto político, incluso parecía que se llevaría por delante al «legendario y mítico PCE», pero, en una trayectoria tan especial, el desastre se intentó convertir en un aprendizaje, en un nuevo impulso. La derrota siempre tiene sus lecciones y, a veces, enseña.
El Partido Comunista de España, curtido en la larga batalla contra el franquismo, estaba muy tocado, casi muerto. Santiago Carrillo comprendió al fin que ya no podía hacerse el remolón por más tiempo. El «Dios» en apuros estaba a punto de iniciar su particular vía crucis tras veintidós años al frente de la todopoderosa secretaría general del Partido que en España se escribía con mayúscula, como si fuera el único partido existente.
Se ha contado que Izquierda Unida nació en torno a la campaña anti OTAN que se desarrolló entre 1984 y 1985, y concluyó con el referéndum celebrado en marzo de 1986. Sin embargo una lectura más profunda hace ver que IU surgió en realidad del batacazo que sufrió el PCE en aquellas elecciones de 1982.
Cual ave fénix, con la necesidad y la urgencia de recomponer todo lo que había a la izquierda del PSOE, el partido encontró la manera de resurgir de sus cenizas a través de un frente amplio de izquierda, a través de Izquierda Unida. Son los albores de un nuevo proyecto. El combate, la voluntad de no aceptar lo que hay. De intentarlo de nuevo, de intentarlo mejor.
Por elección personal de Carrillo, el nombramiento del nuevo secretario general recayó en Gerardo Iglesias, un joven exminero asturiano de treinta y siete años, gran admirador del hasta entonces máximo dirigente. Sorprendido por la elección hecha a sus espaldas, el mismo Iglesias se reconocía aún a falta de la adecuada preparación para hacerse cargo de tan alta responsabilidad en unos momentos tan difíciles.
Rodeado de problemas por todas partes, Gerardo Iglesias observó escandalizado cómo Carrillo pretendía tratarle como a un títere más, intentando manejarle, para seguir gobernando indirectamente al viejo partido que tan bien creía conocer. Esa intención fue un nuevo error de Carrillo, porque el nuevo secretario general ejercería como tal, consiguiendo no solo liberarse del abrazo del oso, sino situando al PCE de nuevo en la agenda política.
El primer espaldarazo lo obtendría Gerardo Iglesias unos meses después, en las elecciones municipales del 8 de mayo de 1983, recuperando más de medio millón de votos, y obteniendo a través de la gestión de Julio Anguita un triunfo sin precedentes en el Ayuntamiento de Córdoba, donde la gestión del alcalde y el grupo municipal comunista se vería recompensada al pasar de siete concejales a diecisiete. La mayoría absoluta, de un total de veintisiete.
No había dudas. Para entonces, propios y extraños ya sabían que el Partido Comunista de Andalucía era con diferencia la organización más potente del PCE. De los veintitrés diputados que obtuvo el PCE en las elecciones generales del 1 de marzo de 1979, siete habían sido elegidos en Andalucía. Conviene resaltar también que el PSUC aportaba ocho.
A pesar de las disidencias internas, a pesar de las expulsiones, a pesar de la sangría de militantes, para quien no conociera la casa por dentro, podría decirse que hasta la noche del 28 de octubre de aquel año no parecía que tal catástrofe se iba a producir. Otros llegarían a pensar que a la mañana el partido estaba en la cima, y que a la noche, tras conocerse los resultados de las elecciones, estaba en la sima.
Aquella derrota supuso el principio del fin de Santiago Carrillo y de una parte del partido. Es el fin de las ilusiones de aquellos dirigentes. El sueño del eurocomunismo (el comunismo de rostro amable, la normalización en la lucha aceptando la monarquía, la bandera bicolor, la homologación de la democracia) ha conducido a la casi desaparición del partido a manos del PSOE.
No solo fue el desgaste de los enfrentamientos internos, y las divisiones, lo que provocó el revés del electorado del PCE, sino, además, la fuerza y el carisma de Felipe González, que había electrizado a la sociedad con la idea del cambio. Atrás quedaron la entrega y las esperanzas que habían movido a tantos miles y miles de españoles que arriesgaron su vida y su libertad en la época de la clandestinidad para derrotar la dictadura. Atrás quedaron aquellos reiterados gritos de ánimo: «Aquí está, aquí se ve, la fuerza del PCE». Ese día de 1982 pareció desvanecerse toda aquella fuerza.
Podría decirse que el plan Suárez para legalizar al PCE había tenido éxito. La normalización del PCE, su asimilación por el sistema, su juego electoral… Es decir, los enemigos del PCE estaban ganando la batalla desarbolando, desactivando al PCE, si es que aquella era su oculta agenda. Con aquella estrategia habían conseguido la división interna, mermando aquella fuerza que en otro tiempo pareció inconmensurable. La fe en la propia gloria, el juego del oponente político, también operaron en aquella intervención. ¿Qué había pasado desde la legalización del partido, en 1977, hasta aquel octubre de 1982?