PRÓLOGO

El ser es memoria

Ocurre siempre. Sin excepciones. Cualquier reflexión con vocación de conocer la realidad del presente conduce irremediablemente a evocar el pasado. Pero hay dos maneras de acercarse a lo que el ahora fue entonces, la de quienes cual cronistas, ensartan los hechos, las efemérides y los acontecimientos para que consten, dormidos y archivados cual pieza museística, y la de aquellos que atisban en los datos secuenciados por fechas la parte viva de un pasado que por vivo es también presente y, en bastantes casos, futuro anunciado.

Los que se resisten a abandonar el arte inquietador de sopesar las razones y la excitante tarea intelectual de buscar causas, orígenes y antecedentes, tienen ante sí la labor titánica de deconstruir los modos culturales instalados entre nosotros que hacen del inquirir y del conocimiento una sucesión ilimitada de presentes. Pareciera que cada noticia de hoy no tiene nada que ver con el ayer, y en consecuencia, con el mañana. No es solamente una moda o un estilo pretendidamente ágil, dinámico o cercano; es un escamoteo de la realidad por la vía de hacer de la información una simple noticia.

Lo que importa es el producto material o intelectual que comparece en el mercado para ser ávidamente consumido. Y en consecuencia su éxito de ventas es el que pretende dar la exacta medida de su valor, de su importancia o de su calidad. Y así, instalados en una permanente cuantificación, el rechazo o la aceptación del producto no es una cuestión del analizar y razonar sino del gusto o la voluntad soberana del consumidor, del lector, del espectador, del elector.

Hace décadas que estamos siendo convenientemente acomodados en el confortable asiento diseñado para ver y oír el producto, confeccionado con cuantas técnicas audiovisuales lo hacen sugestivo, agradable, prometedor, «moderno». Cualquier «rebelde» incontrolado que se ha colado en el patio de butacas y que reclama que le expliquen lo que hay más allá del oropel verbal, contenidos, pros y contras, futuro o razones y antecedentes, es conducido a la calle por unos acomodadores que mientras lo expulsan no dejan de increparle por lunático, mesiánico o iluminado.

Este ha sido y sigue siendo, el caso del discurso y la práctica política reinante en España. ¿Quiere usted, querido/a lector/a, comprobarlo ahora mismo? Es muy fácil, diríjase a cualquier diputado o cualquier otro cargo institucional del dios Jano, el de las dos caras, el del bipartito, y pregúntele las causas, las razones o los argumentos que en su día se dieron para dirigir la voluntad general hacia la aceptación de lo que se presentó como «proyecto europeo». No se extrañe usted si dice que no lo sabe o no lo recuerda o tal vez no quiera recordarlo. A su demanda de historia él le endosará un farragoso galimatías sobre el presente: la crisis, la situación internacional, la prima de riesgo o cualquier otra cabeza de turco que se le ocurra. Y si, acostumbrado a pulsar el botón de votación sin preguntar por qué, no es capaz de ello siempre tendrá la mejor de las explicaciones, la del futuro que se presiente, la del fin del túnel o cualquier otra salida beocia que se le ocurra.

Los años sobre los que este libro dirige su mirada, e invita a ustedes a dirigirla, fueron de una excepcional sucesión de acontecimientos: entrada de España en la OTAN, caída del Muro de Berlín y consiguiente desaparición de la URSS, un nuevo y único orden mundial de la mano de USA, apoteosis de la globalización con Reagan y Thatcher, suicidio del Partido Comunista Italiano en aras de la peor de las quimeras: creer que la nueva situación internacional era democrática. Y junto a todo ello y por añadidura, la responsabilidad y el miedo de la socialdemocracia a la hora de demostrar que muerto el comunismo era ella la reserva y el cuerpo de élite de la izquierda. Fueron años en los que la ONU fue instalada definitivamente en el limbo de los testigos mudos al triunfar el golpe de Estado de una nueva OTAN, con poderes ilimitados y bajo la férula de Estados Unidos, origen y causa de las agresiones a Yugoslavia e Irak.

Pero en esta serie de acontecimientos destaca por su relevancia y por sus consecuencias en la situación de hoy el rapto de Europa. Y no me refiero a las correrías del rijoso Zeus que, disfrazado de toro, se llevó a la hija de Agenor y Telefasa, sino al rapto, a la abducción, a la enajenación sufrida por la ciudadanía del Reino de España por mor de un discurso tramposo, fantasmal, inane y sobre todo cínico. El escamoteo que el discurso oficial y mediático hicieron del proyecto europeo que anunciara Victor Hugo o que soñara Altiero Spinelli, ha sido sustituido por una UE en la que, junto a la soberanía nacional, se ha perdido también la capacidad de actuar contra el paro o la posibilidad de utilizar nuestras potencialidades, industriales, agrarias y monetarias. Ha constituido, y constituye, el paradigma de las tretas, malas artes y pillerías con las que la razón ha sido secuestrada y sustituida por cualquier spot publicitario o consigna gregariamente coreada, a la mayor gloria del capitalismo financiero.

Que hace veinte años aquello ocurriera, que hace veinte años la mayoría de sus señorías votaran contra lo que decían los análisis más rigurosos, contra los postulados más evidentes de la economía reinante, contra el sentido común en suma, debiera haber servido para recobrar el sentido de historia y parar este disparate de proyecto mal llamado europeo que nos conduce primero al caos y después a la catástrofe. Pero no ha servido.

Por eso, lectora, lector, aparece este libro. Las cosas no son así porque así surgieron, cual Venus de las aguas, sino porque así fueron puestas las primeras piedras del edificio carcelario en el que España se ha transformado. Y no exagero, el paro es una cárcel, y el paro juvenil una cárcel a perpetuidad; la precariedad es una cárcel, la pérdida de horizonte es un presidio y la sensación inducida de que fuera de este horror no hay proyecto, es un penal en el que debieran estar quienes ayer por sus alegrías y frivolidades y hoy por su contumacia en el disparate ahondan cada día más la tragedia de un país enfeudado en la soberanía de los bancos, los propios y los de otros países.

Este libro es sobre todas las cosas una invitación a la lucha; es posible remontar esta empinada cuesta; va a ser muy difícil, va a ser duro, va a ser trabajoso y laborioso, pero es posible. La única condición que debemos exigir es la erradicación de los discursos almibarados, vacuos y «europeístas», que no europeos, La única condición es reflexionar un poco sobre nuestra historia más reciente, de la que este libro es algo menos que un átomo de polvo cósmico, y procurar no repetirla.

La historia, o las historias, tienen como protagonistas a los seres humanos y sus acciones u omisiones evidentes. Este texto los tiene. Fueron muchas las personas que durante muchos años desdeñaron la comodidad del oropel o las lisonjas con las que el poder, benévolo, acaricia las cabezas de los que enajenaron su libertad de pensar. Personas que estudiaban informes rigurosos y, en base a ellos y a la discusión entre compañeros y compañeras, se esforzaban en buscar demostraciones y argumentos o se preocupaban por quienes eran los perjudicados por los nuevos proyectos de «modernización». Una modernización que lejos de significar centralidad humana no era otra cosa que la vieja política de dominantes y dominados pero con los aderezos de la ofimática o la informática.

Fueron los tiempos en los que estos pacientes y denostados buscadores de pruebas, claridad argumental y datos objetivos, tenían que oír de los labios de un Tony Blair, el de la tercera vía, que la izquierda era la izquierda del centro o de Tietmeyer, presidente del Bundesbank, que los políticos deberían acatar los dictados de los mercados. Y aquí, en casa, Carlos Solchaga se encargaba de anunciar la buena nueva a los cuatro vientos: «España es un buen lugar para los negocios».

Y ya en plena cuesta abajo Juan Manuel Eguiagaray, ministro de Industria y Energía, pontificando acerca de que «la mejor política industrial es la que no existe». Sin olvidar tampoco aquella sorprendente definición de la izquierda como la que constituyen «los empresarios que invierten», hecha por quien presidió el Gobierno de España entre 1982 y 1996. Con la memoria puesta en quienes hicieron del ejercicio del pensar su mejor aportación a su militancia política, y con el respeto a los lectores y lectoras, hemos redactado este volumen.

JULIO ANGUITA