El capitán Luis Nesses les recibió en persona en la cámara de tácticas. Su sorpresa fue mayúscula cuando los ocupantes de la pequeña y oxidada nave de transporte se identificaron y solicitaron subir a bordo. Nesses se encontraba en esos momentos descansando en su camarote, meditando sobre el gigantesco lío en que se había transformado la Flota desde su desintegración tras la batalla de Delos. Pero en cuanto fue informado de las nuevas, tomó una ducha relámpago, se vistió con su uniforme de faena y corrió hacia la cubierta principal a la mayor velocidad que permitía el decoro.
Cuando llegó, ordenó hacer pasar a los visitantes. La cámara de tácticas era una sala cilíndrica vacía, preparada para soportar una esfera holográfica de hasta seis millones de puntos por metro cúbico. Allí esperaban el capellán teleuterano de la nave, sus oficiales tácticos y un grupo de soldados. Nesses les saludó a todos y se concentró en sus invitados.
Evan y Sandra todavía vestían las ropas de montaña con las que habían atravesado el Keys, estaban sucios y olían mal, pero no perdieron tiempo en asearse. El soldado informó de la presencia en el planeta de la ex Arconte y de uno de los candidatos a la Convolución, Delian Stragoss, y de los motivos de su presencia allí. Nesses no cabía en sí de la emoción.
—Pensábamos que toda la Familia Real había perecido durante el bombardeo de la capital. Es increíble que hayan sobrevivido. ¿Cómo pudieron ejecutar un salto tan largo?
Evan, todavía en posición de firmes, habló alto y claro en tono marcial.
—La nueva Emperatriz nos sacó de allí en el momento en que cayeron las bombas… o lo que fuese que destruyó Delos DC —recordó con pavor la flor de luz y el apocalíptico hongo atómico que había contemplado desde dentro segundos después—. Llegamos a Esperanza casi por acto reflejo de ella. Por cierto, ¿puedo preguntar cómo nos encontraron, señor?
—La Flota está dispersa por los sistemas que rodean el Cúmulo Central. No sabemos cuántas naves han sobrevivido ni su estado; buscábamos cualquier señal de impulsión R que nos llevase hasta ellas cuando aparecieron ustedes. Pero ya habrá tiempo para las explicaciones. Ahora debemos recoger a la nueva Emperatriz.
Evan dudó unos instantes.
—¿Qué ocurre, soldado? —se extrañó Nesses, captando su reacción—. ¿Acaso no informó que se encontraba en el planeta?
—Eh… es De León la que espera en Reunión, capitán. La actual Emperatriz está aquí.
Evan se apartó diligentemente, descubriendo a Sandra detrás. La joven estaba cansada, cargaba una capa de mugre y sangre seca que apenas dejaba entrever su cara y los residuos de electricidad estática de la tormenta aún mantenían parte de su pelo de punta. Nesses tragó saliva.
Enseguida ordenó que dispusieran un camarote y un médico particular para ambos, y que una lanzadera bajase a recoger a la ex Arconte y al pintor. Evan postergó la aceptación de los cuidados.
—Gracias por todo, señor, pero hay cosas urgentes que debo comentarle —expuso, siguiendo al capitán hasta el puente de mando—. Yo estaba en Delos cuando se produjo la Convolución. El ser que creó las Sombras es parte fundamental de la mente de esta chiquilla, pero no está ligado con ella de manera activa. La Arconte lo ha confirmado.
—Lo sabemos —asintió Nesses—. La Sombra está confinada en el interior del Sistema Delos. Al parecer no quiere o no puede moverse del núcleo de emanación, sito en el antiguo palacio de la capital.
—La Ciudad Pascalina —murmuró Evan, con súbito entendimiento. El capitán le miró.
—¿Cómo?
—Todos los accesos al Metacampo están cortados. Esa cosa usaba la conexión consciente de todos los contactos mnémicos de la población, la Ciudad Pascalina, para moverse de un lado a otro. Por eso surgió en el Suq, y en todos los lugares donde había puntos calientes.
Nesses ocupó el foso táctico, comprobando los informes. Todos los sensores de largo alcance y las sondas con capacidad autónoma de salto R estaban peinando el espacio en un radio de un cuarto de pársec, buscando señales de naves humanas o tecnología. Cientos de posibles contactos se marcaban en las cortinas de hologramas como vectores de trayectoria y porcentajes de Habilidad.
—Recogeremos al resto de nuestros ilustres pasajeros y proseguiremos camino. Debemos reunir la mayor cantidad de naves supervivientes para organizar un ataque o, al menos, una retirada en condiciones.
—Capitán, es necesario que se reúna con Sandra. Ella estuvo presente durante todo el proceso del nacimiento de esa cosa. Puede que sepa algo que ignoramos…
Los hurras del personal ahogaron la voz de Evan; la computadora anunciaba la respuesta por todos los canales de otra nave de guerra, el Ariadna. La figura de su comandante apareció en los monitores, expresando sus más eufóricos saludos al capitán del Intrépido. Nesses sonrió.
—Con esta ya hemos reunido cuarenta naves de gran tonelaje. Pero aún debe haber muchas más, dispersas por todo el Cúmulo Central tras su huida por los conductos R. Cuando estén todas reunidas, sopesaremos posibilidades.
Exaltado, Evan se le encaró frente al foso.
—Capitán, es posible que toda nuestra estrategia dependa de una actuación veloz, antes que esa cosa termine de recuperarse de su desligamiento de la mente de Sandra. Si esperamos y le damos tiempo a concretarse…
—Hay muchos factores que considerar, soldado —acotó Nesses—. Si algo me ha enseñado la experiencia es a tener prudencia y sopesar bien las posibilidades antes de actuar. No quiero otro desastre como el de la Invasión Antártida.
—Pero señor…
—Basta —zanjó el capitán con un gesto. Frustrado, Evan pidió permiso para abandonar el puente, dejando los vítores de la excitada tripulación a sus espaldas, y fue a ver a Sandra.
La encontró en un camarote reservado a la oficialidad, acabando de darse una ducha. Vestía un uniforme de la marina expresamente diseñado para mujeres, en tonos muy blancos. Ella le abrazó en cuanto le vio entrar.
—Es para darte las gracias, por todo lo del planeta. Y por rescatarme de Delos. No habría sido capaz de conseguirlo sin ti.
—Bueno… sólo cumplía con mi deber. ¿Qué piensas hacer ahora?
Sandra se sentó en el camastro.
—Acabo de hablar con mamah por el enlace directo.
—¿Ya están allí los soldados?
—Sí, han instalado un puesto permanente en Reunión —su voz se tornó melancólica—. Justo lo que nadie deseaba. A la pobre casi le da un infarto cuando le dije que estaba a bordo de un crucero de combate.
—Tu fuerza de voluntad es increíble. Después de todo lo que te han hecho…
—Es lo que debe hacerse —cortó ella, categórica. De repente, a Evan le vino a la mente la figura del coronel Lucien, colgando de su mano sobre la negrura del tetrapecto que lo había engullido en el Suq. Aquellas habían sido sus mismas palabras.
* * *
—Es imposible. No podemos coordinar un ataque con la Flota desperdigada por todo el Brazo Espiral —argumentaba Nesses, presidiendo la sala de conferencias. La ex Arconte Beatriz le miraba sin pestañear desde el extremo opuesto de la mesa oval—. Aunque pudiéramos comunicarnos con todas las naves supervivientes, y suponiendo que el enemigo no opere en nuestro mismo nivel de pensamiento y pueda entender lo que hacemos, no tenemos un plan coherente. Sería un suicidio.
—Ya vimos que la Sombra se regenera a partir del potencial mnémico de los seres vivos que estaban conectados al Metacampo —intervino Gunhis Ahl. El Alexander se había reunido con el navío de Nesses en un punto del cinturón de Antares, donde esperaban otras naves—. El repentino corte de todos los accesos al entorno mnémico debería haber frenado poderosamente su crecimiento.
—¿Podría haberlo destruido?
—Es poco probable. Si la Sombra se mantiene tan estable a este nivel de fisicidad como para combatir contra nuestras naves, es que ha alcanzado un cierto equilibrio energético. No creo que necesite realimentación constante para mantenerlo.
—Si no se puede mover de la capital a través de la Ciudad Pascalina, al menos lo tenemos localizado —terció la comandante Nedma, al mando del Alexander desde el accidente que mantenía a Elena De Whelan en estado convaleciente. A su izquierda, Evan se mordía una uña—. ¿Por qué no abrimos un conducto R hasta la vertical de Delos DC y le soltamos todo lo que tengamos? Bombas cuánticas, rayos Hd, antimateria… Aún nos queda un abundante arsenal en las santabárbaras.
—El planeta es sacrificable —intervino por primera vez Beatriz, con voz apagada. Volvía a tener el aspecto señorial de los cuadros que Evan había visto sobre ella en el palacio. Sin embargo, aún se notaban raspaduras de las cacerolas de mamah en sus perfectas manos—. Pero aunque tengamos que destruirlo, eso no nos asegura que la Aberración muera con él. Su origen y sustrato está en el Metacampo, y de él extrae toda su energía. Aunque aquellos de nosotros que habíamos sido portadores o derivantes ahora no podamos contactar, no es probable que esa cosa tampoco pueda. Es como un agujero negro, canalizando todo el potencial mnémico y destruyéndolo para conseguir energía. Como un tiburón devorando el océano donde vive para acelerar su evolución y adaptarse a la tierra.
Sandra, sentada justo a la derecha de la ex Arconte (aunque ella detentaba un rango superior, nadie parecía dispuesto a confiarle el mando), hizo un mohín.
—Tiene razón. La Sombra se genera a partir de la actividad mental de todos los seres sintientes. Lo vi durante la Convolución. Hasta nuestros pensamientos actuales, el hecho mismo de mantener esta conversación, la alimenta y la hace más fuerte.
Los reunidos cruzaron miradas intranquilas. Beatriz se apresuró a puntualizar algunos términos:
—Eso no significa que pueda oírnos o conocer nuestros planes. Pero es bastante probable que pueda drenar energía para mantenerse a este nivel de fisicidad mientras haya un solo ser vivo y pensante en el Universo. Es muy complicado.
—Entonces no tenemos ninguna oportunidad —opinó Nedma, afligida—. Tendríamos que morir todos, toda la Creación en peso, para vencerle.
Todos permanecieron en silencio unos instantes, meditando.
Fue Evan quien rompió el silencio, murmurando tímidamente:
—¿Y qué hay de ella?
Todos le miraron. Habían permitido su presencia allí como concesión a sus esfuerzos salvando la vida de la Emperatriz, pero en el fondo nadie salvo Sandra esperaba que se atreviese a opinar.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Nesses. Evan asintió con un gesto ponderativo.
—Sandra estuvo presente durante el nacimiento de ese monstruo —señaló a la joven, que le miraba con los ojos muy abiertos e interesados—. Seguramente vio cosas que podrían darnos una pista sobre su… mecánica interna. Sobre el núcleo metaconceptual del superId.
—¿Dónde están ahora esos seres, los Ids? —preguntó Nesses—. ¿Qué fue de ellos tras la Convolución? Nadie los siente desde entonces.
—Han desaparecido —expuso Gunhis Ahl, categórico—. Nuestros sondeos revelan que no hay rastro de esas presencias en los cerebros de los antes portadores. Creemos que han sido consumidos, destruidos de alguna manera, o que forman parte de la Sombra. Tal vez —arguyó—, los que llamamos tetrapectos, esas solidificaciones con forma de rorschach del poder mnémico, no sean más que la expresión física de los Ids.
—Eso no es cierto.
Todos volvieron las cabezas hacia Sandra. El capellán teleuterano la contempló con cierta desidia, como si ella fuese una estúpida enfrentándosele en cuestiones de sabiduría mnémica. Pero Sandra se le encaró: el vívido recuerdo de su asesinato a manos de uno de aquellos monjes como paso previo a la Convolución jamás se borraría de sus recuerdos, aunque hubiese decidido postergar su venganza para más adelante.
—Los Ids están ahí —afirmó—. Lo sé. Yo les vi durante la ceremonia convolutiva. Hablé con ellos.
—¿Habló? ¿Habló con palabras?
—Sí. No sé si lo que vi fue una alegoría o algo real, pero todos parecían huir con prisa hacia algún lugar más allá de nuestro ahora. Huían hacia el futuro, pero no sé a qué distancia. Puede que infinita.
—Es imposible —gruñó Ahl. La ex Arconte rogó silencio.
—¿Huían hacia el futuro? ¿Pero qué futuro?
Sandra dudó.
—Eh… no lo sé. Me dijeron que nos volveríamos a encontrar, pero no cómo ni cuándo.
—¡Es una locura! —exclamó Ahl, despectivo.
—No, yo…
Sandra enmudeció, como si algo importante hubiese llamado súbitamente su atención.
—¿Qué te ocurre? —se interesó Evan. Como respuesta, la joven se levantó lentamente, levantando la cabeza como si tratase de ver más lejos. Evan conocía muy bien ese gesto automático; él lo empleaba cada vez que sondeaba el Metacampo en busca de un rastro.
El capitán Nesses se levantó y la tocó en el brazo.
—¿Qué ocurre, Señora? ¿Ha notado algo?
Sandra le descubrió a su lado, y murmuró:
—En esta nave hay alguien a quien ya he visto antes. Su nombre es Elena.
—¿Cómo?
—Llévame hasta ella. Es urgente que la vea de inmediato.
Ante el estupor general, las miradas se volvieron hacia la ex Arconte, que dio su aprobación. Todos formaron una comitiva liderada por el capitán y Beatriz, que condujo a Alejandra a las profundidades del navío de guerra.
Llegaron a una cámara especial construida junto a la cubierta médica, en donde giraba una máquina inusual: tres generadores de campos de fuerza montados en anillos concéntricos y giratorios orbitaban con desigual velocidad sobre una burbuja central de energía, que los programas expertos mantenían cambiando de configuración energética muchas veces por segundo, la mayoría de las veces irradiando longitudes de onda invisibles, otras destellando con vivos colores.
En el centro de la radiante perla descansaba, en una pose muy común con las piernas cruzadas, la capitana Elena De Whelan. Parpadeaba varias veces por segundo, a un ritmo que los compensadores de campo trataban de seguir, cambiando sutilmente de estado: a veces era un centímetro más alta, a veces otro más baja, y en ocasiones repetía movimientos ya ejecutados, como la superposición de los fotogramas de un antiguo filme surrealista. Vestía su uniforme de capitán de navío, y el dedo anular de su diestra había desaparecido. Pero no era un corte cicatrizado: desde que su maniobra para rescatar a Luis Nesses había acabado con ella en el interior del núcleo del icohalo, en la matriz que había generado a la Sombra, su cuerpo era una fotografía con vida y movimientos propios, pero no avanzaba en la ortogonal tiempo como su entorno.
En cuanto vio a Sandra, una expresión de puro terror se adueñó de su rostro. Trató de huir y se pegó al extremo opuesto del campo de fuerza que la sostenía para que no atravesase las cubiertas. Sin embargo, cuando la joven se acercó y la miró a los ojos, pareció relajarse.
Todos esperaban detrás, atentos. El capitán y Gunhis se colocaron en silencio junto a la ex Arconte, murmurando:
—Está entrando en contacto con ella a través del Metacampo. De alguna manera, aún tiene la posibilidad de usar mnémica.
—Si es así —susurró Beatriz—, habrá que matarla. No podemos arriesgarnos a que se convierta en un nuevo foco generador de Sombra.
—¿No nos estamos precipitando? —preguntó Nesses, intranquilo—. Yo vi lo que ocurrió en la nebulosa Crino. Elena desató accidentalmente la conciencia de la Aberración con un pensamiento provocado por una imagen ilusoria de la propia Sandra.
—¿Sandra se reunió con ella?
—Provocó la inserción de un elemento de presión heteronómica en la matriz fundamental de la nueva inteligencia. Elena y Sandra están enlazadas de alguna manera. Eso podría ser nuestra mejor baza.
Beatriz apretó los labios.
—O un as en la manga de nuestro enemigo.
Sandra había extendido su mano hasta tocar la esfera de energía. Sorprendentemente, Elena dejó de parpadear unos segundos, colocando su mano sobre la de la joven. Durante esos instantes, ambas cruzaron mensajes silenciosos a través de sus miradas, y al final Elena asintió con la cabeza.
Volviéndose, Alejandra se encaró con la comitiva de capitanes y jefes de Estado, y, esbozando una sonrisa, dijo:
—Volvamos a la sala de reuniones. Tenemos mucho de qué hablar.
* * *
En un solitario hangar para transportes de pequeña eslora, donde unos mozos de pista limpiaban una grúa desestibadora, Evan empaquetaba sus escasas pertenencias. Al otro lado de la abertura del casco estaba el espacio, separado por un campo de fuerza fractal. La imprecisa marea azul del hipercono Riemann por el que se deslizaba el Intrépido le mareaba, así que procuraba mantenerlo a su espalda.
Las gafas especiales que le había recetado el estupefacto oftalmólogo de a bordo tras examinarle (y descubrir algo horrendo de sí mismo que tenía que ver con un trauma de la infancia), se adaptaban con tal precisión al contorno de sus ojos que no necesitaba sujetarlas.
Unos pasos se le acercaron por detrás. Sin volverse, dijo creando ecos:
—Antes que me lo preguntes, sí, me voy.
Sandra respetó su espacio vital y permaneció a un par de metros de distancia.
—¿Puedo preguntar a dónde?
—Me engañaron. Me prometieron hacer realidad un deseo imposible si encontraba a los candidatos para la Convolución, y evidentemente no lo han cumplido.
—¿Tan imposible es?
Evan se volvió.
—Ya he hablado con Beatriz. —Con voz de falsete—: «Lamento comunicarte que dadas las precarias condiciones en que se encuentra el Metacampo y Nuestro divino poder…». La muy zorra podía haberse ahorrado al menos el mayestático.
La joven sonrió, sentándose sobre una caja de suministros.
—¿Te han asignado una nave o partirás con los primeros transportes cuando lleguemos a la Tierra?
—¿Es allí donde vamos?
—¿No lo sabías? Es el nuevo cuartel general. Toda la flota está esperando a que lleguemos. Son centenares, muchos más de los que pensábamos que hubieran sobrevivido.
—Fantástico.
—No te importa adonde ir, ¿verdad?
Evan inspiró.
—La verdad es que sí, sí me importa. Antes de que comenzara esta pesadilla yo buscaba a alguien.
—Al asesino de tu esposa —puntualizó Sandra, con cuidado. Evan se tensó.
—¿Cómo lo sabes? Ah, claro…
—No hagas eso —amenazó la joven.
—¿El qué?
—Meterme en el mismo paquete que a Beatriz y al resto de los burócratas. Yo sigo siendo yo, Alejandra, la que te insultó en las faldas del Keys y estuvo a punto de matarse rodando ladera abajo.
Evan sonrió.
—¿Te acuerdas de eso? Creí que estabas drogada por el gas venenoso de la nube.
—Hombre, no es la primera vez que pruebo estupefacientes —dijo ella, y rió ante la cara de su protector—. Es broma. Por favor, no te vayas. No me dejes sola ante esta panda de burócratas.
—Creía que tenías dominada la situación.
—Bueno, más o menos —dijo con naturalidad—. Sé que Beatriz está planeando matarme; teme que yo forme parte aún de la Sombra. El capitán Nesses solo piensa en su amor, Elena, la chica del campo de fuerza. Está completamente loco por ella, pero no lo admitiría ni bajo tortura —suspiró—. Y el capellán manco, Ahl, opina que debí haberme quedado muerta cuando me asesinó el representante teleuterano del grupo de análisis. Es una locura, ¿verdad?
Evan miró al exterior del hangar, al Hipervínculo.
—A estas alturas ya nada lo es. Lo cierto es que me gustaría quedarme, pero…
—Tenemos un plan. Voy a exponerlo dentro de un rato, en cuanto se reúna el Consejo de Emergencia.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo habéis desarrollado tan rápido?
—Había datos que no conocíamos. Si quieres puedes asistir —detuvo su asomo de protesta con un ademán—. No digo que participes. Sólo que te quedes a la reunión. Después de andar buscándome durante millones de kilómetros, lo menos que puedes hacer es oír lo que tengo que decir al respecto, ¿no?
El soldado escondió el labio, bajando la vista. Luego dio una palmada en el hombro a la joven que la hizo balancearse sobre la caja.
—Está bien. Veamos qué nuevas locuras habéis inventado ahora. Pero luego me marcho.
—Claro.
—De verdad, me iré a toda velocidad y no volverás a verme jamás.
—Desde luego.
—¿Segura?
—Claro, figura.
Los silenciosos operarios de la grúa, atentos a la conversación, se miraron y sacudieron la cabeza, asqueados.
* * *
La reunión tuvo lugar en un enorme espacio virtual único, construido para la ocasión al estilo de un antiguo anfiteatro romano bajo un cielo azul. Sus graderíos tenían casi veinte niveles, la mayoría de los cuales estaban llenos cuando Evan llegó. Enseguida se perdió en la selva de uniformes, colores, medallas y bandas distintivas de los cientos de personas reunidas. Había una grada específica para jefes de Estado, colapsada de embajadores virtuales y conexiones Alma remotas desde sus planetas de origen. Frente a ellos se agolpaban los capitanes de las naves reunidas tras el ataque a Delos; almirantes, comandantes de escuadra, generales, expertos en táctica y docenas de programas de apoyo humanoides. Diferentes grupos de contacto arracimados en anillos de personas con torbellinos de hologramas flotando a su alrededor pululaban en la base del anfiteatro, asesorando a sus respectivos líderes con informes horarios actualizados en línea. También en espera estaban los grandes presidentes de las cofradías comerciales y megacorporaciones de la esfera humana, elegantes pero sin ostentar.
En el enorme hemiciclo central esperaban la ex Arconte Beatriz, Sandra y otros a quienes Evan no conocía, incluyendo algunos caudillos de los Guerreros Espíritu y a los máximos representantes de las Logias, recién constituidos en su cargo. El soldado se colocó en un lugar que le había sido reservado, mediación de su amiga, cerca del núcleo de la reunión, y se entretuvo contando los rezagados que aparecían directamente sobre sus asientos. Detrás, más allá de la media luna abierta en las columnas del anfiteatro, se extendía un océano límpido, sobre el cual flotaba mansamente un inmenso grupo de soles artificiales, novas apagadas y gigantes rojizos en combustión; eran las IAs de la Ultralínea y de las bases de datos cuánticas de la Tierra, todas reunidas y distantes como dioses arquetípicos.
No había rastro de Delian por ninguna parte, pero a quien Evan sí localizó (y dio un pequeño respingo al reconocerla), fue a Iraida Móntez, la segunda al mando del fallecido coronel Lucien. La teniente se sentó en una grada alta, y al examinar el palco y encontrarle, le dedicó un profesional saludo de cabeza. El Guerrero Espíritu correspondió, pensativo.
La primera en hablar fue Beatriz. Comenzó agradeciendo a todo el mundo su participación y presentando, para los que no la conocían, a la nueva Emperatriz en funciones, Alejandra Valeska, de Esperanza. La joven hizo un gesto con la cabeza que fue correspondido por la totalidad de los gerifaltes e incluso por las enormes IAs. Evan rió por lo bajo, asombrado.
La ex Arconte resumió los acontecimientos ocurridos a bordo del Intrépido en los últimos días, incluyendo su rescate y el de Alejandra, e hizo un breve balance de la situación, usando un holograma que apareció junto a ella para hacer recuento de efectivos. Sobre la Tierra orbitaban en ese momento un total de ocho mil cuatrocientas siete naves, incluyendo lanzamisiles, cruceros pesados, cargueros, lanzas de ataque, pinazas de transporte y cazas. Las flotillas privadas de los comerciantes estaban llegando en ese momento, aumentando el contingente a un ritmo lento pero constante.
Señalando el anillo defensivo en torno al plano de rotación del planeta, dijo:
—Estimamos que dentro de cuarenta y ocho horas estará concentrado sobre la Tierra, si no la totalidad, sí al menos el noventa por ciento de todo el potencial bélico con que cuenta ahora la especie humana, incluyendo las aportaciones de las tres ramas secundarias de la Hélice. Todos los planetas han sido puestos en alerta, y aunque algunos han preferido reservar el grueso de sus fuerzas para defender sus propios territorios en el eventual caso de que fracasemos, la mayoría se encuentran aquí, con nosotros. General Vasui, por favor…
Un hombre adusto y de raza hindú, a quien Evan conocía por la Ultralínea, se adelantó y tomó la palabra. A su alrededor se descorrió una cortina de imágenes tridimensionales que mostraban un sol G3 y una serie de planetas.
—Esto —comenzó, con voz rasgada—, es el estado actual del sistema Lucifer. Podemos apreciar que la Sombra se ha extendido fuera de la órbita del planeta central, Delos. —Señaló un cono de oscuridad de doscientos treinta mil kilómetros que colgaba literalmente del planeta, desgajándose en su extremo en forma de tentáculos serpenteantes—. La propia gravitación dispone sus apéndices en un fragmento de arco de ocho radianes respecto al sol, y su tamaño va en aumento. Lejos de parar su desarrollo, parece que la Sombra continúa creciendo.
En el diagrama, el cono de sombra estaba a punto de doblar el tamaño del disco que había aparecido en el primer contacto.
—Estos zarcillos, compuestos enteramente por tetrapectos unidos en un mosaico de estados cambiantes, se están expandiendo, adoptando la forma de una red anticular, una estructura cósmica teorizada para construir esferas de Dyson. Creemos que su intención es rodear completamente la estrella, usando la órbita de Delos como delimitador del diámetro. Si su crecimiento, que aumenta de forma aritmética, prosigue sin interferencias, estimamos que habrá completado la esfera en cuatro años estándar. Ignoramos lo que sucederá después.
—Puede que muchos de ustedes, que antes eran portadores, hayan sentido los armónicos habituales de conexión con el Metacampo muy lejos del Cúmulo Central. —Quien había hablado era Danya Seerker, nueva Madre Regidora de la Logia Bizanty. Su nombre y graduación aparecieron en el cono de visión de todos los presentes en forma de subtítulos—. Esto es un fenómeno engañoso. Los accesos al Metacampo siguen cerrados, y así permanecerán mientras exista el agujero de Delos. Lo que sienten, a medida que se alejan del Cúmulo, son entradas armónicas, todas falsas pero con un leve potencial de resonancia. No intenten provocar Proyecciones a pequeña escala usándolas; los objetos o personas que teleporten probablemente se perderán en la frontera con la Ciudad Pascalina. No traten tampoco de rescatar a sus familiares allí abandonados tras el desastre. Ellos ya no pueden volver.
Unos murmullos acompañaron la nueva intervención de Beatriz:
—Hemos estudiado a fondo los hechos, y creemos que la mejor opción reside en efectuar un único ataque combinado sobre todos los niveles de realidad de la Sombra. Como saben, los tetrapectos, bautizados así por su capacidad para mantener cuatro estados de estabilidad conceptual, están formados por energía negativa y mnémica, el engrudo metafísico que los mantiene coherentes. Para entender su funcionamiento hay que remontarse a la mecánica cuántica y sus leyes, aplicadas aquí a escala macroscópica. Durante la batalla de Delos vimos que son capaces de aguantar un alto porcentaje de daño, dejando que tres de sus estados posibles sean dañados mientras se refugian en el último. Si no resultan destruidas en un intervalo de tiempo relativamente corto, que hemos estimado en torno a un segundo, al siguiente estarán completos de nuevo y plenamente operativos.
»Con un enemigo así, las armas y estrategias convencionales no sirven. Hay que improvisar una nueva forma de hacer la guerra sobre la marcha —tosió educadamente—. Dado que la Sombra es un ente cuya existencia depende de un foco generador, concentraremos nuestros esfuerzos sobre éste. La Aberración también tiene varios niveles de significado, infinitos si se llevan a la escala logarítmica, pero construidos en torno a sólo tres estados soportables: el nivel físico, cuya máxima expresión es la criatura que vimos sobre Delos; el nivel mnémico, cuyo núcleo se encuentra protegido en el interior de la Ciudad Pascalina… o de lo que queda de ella. Y un tercer nivel algo más difícil de atacar: un nivel temporal. Madre Regidora…
La sacerdotisa bizantyna avanzó unos pasos, acercándose a las gradas.
—Como saben, los fenómenos mnémicos más importantes, como la Prescencia o la Proyección, se basan en un dominio parcial de la curva temporal, enviando energía a su través ya sea para teleportar naves de un lugar a otro del universo o para traer imágenes del futuro. El tiempo no es una progresión, sino un ahora instantáneo, cuya matemática interna puede obligarnos a verlo como una sucesión de eventos. Sin embargo, no debemos pensar como seres humanos. Debemos asumir un campo de batalla que se extiende en cuatro dimensiones. Podemos destruir la manifestación de la Sombra en el ahora algebraico, pero si no hacemos lo mismo con sus manifestaciones futuras y pasadas, podría volver a aparecer en cualquier momento con más fuerza.
—¿Y cómo haremos eso? ¿Cómo nos saltaremos las leyes cósmicas para enfrentarnos a esa bestia? —preguntó un cónsul de Tritia, un grupo de planetas de la Nebulosa del Cangrejo. La ex Arconte se adelantó, llevando a Sandra a su lado.
—Damas y caballeros, la nueva Emperatriz en funciones.
Todos se sobrecogieron. Sandra sintió cómo miles de miradas, presentes e invisibles, se clavaban en ella. Tomando aire, comenzó:
—Existe una forma de hacerlo, si pensamos como derivantes. La especie se está adaptando progresivamente al Metacampo, y llegará un momento en que éste forme parte tan indisociable de nuestra naturaleza que no seamos capaces de concebir nada más. El proceso natural para que se dé este cambio suele durar miles de años e implica a muchísimas generaciones, pero las actuales y críticas circunstancias nos obligan a madurar deprisa. No podemos esperar, tenemos que actuar como si ya hubiésemos evolucionado.
Y que eso lo diga una chica de quince años, pensó Evan, guardando el más completo mutismo.
—El poder del Metacampo aún existe —anunció Sandra, más confiada que al principio—. Lo que ocurre es que no podemos acceder a él. Sé que muchos piensan que los tetrapectos son los Ids, o al menos una manifestación física de lo que antes habitaba en nuestras mentes, pero no es así. Son la presencia del Emperador, convertida en energía mensurable por obra de la conexión mnémica con el espacio psíquico. Durante el proceso de la Convolución, que fue monitoreado por las Logias en directo —hizo un gesto extensivo a éstas—, tuve una visión del futuro. Vi a los Ids, o a lo que nosotros llamamos Ids; huían del ahora hacia algún momento y lugar sitos en el futuro, cerrando tras de sí la mayor parte de los accesos al Metacampo. Creo que no es sólo la Aberración lo que impide que nos conectemos, sino que fueron ellos los que cesaron su comunión simbiótica con la especie humana en cuanto intuyeron la catástrofe.
»Hay una posibilidad bastante remota de reactivar los accesos. El túnel que emplearon, un concepto trigrámico muy difícil de explicar —hizo una mueca en dirección a un clon de Fausto Kopelsky, que esperaba junto a los miembros de su curia—, todavía permanece abierto, quizá porque se creó en el mismo lugar en que nació la Sombra.
»Mi plan es usarlo para viajar al futuro, en busca de los Ids.
Hubo murmullos más fuertes. Los presentes intercambiaron miradas e hicieron aspavientos durante unos segundos, tras los cuales Sandra continuó:
—Ellos pueden tener la respuesta que necesitamos. La Sombra se retraerá a algunos de sus estados posibles en cuanto sea atacada —se giró hacia los holos, donde se representaba el diagrama de una incursión masiva de la Flota sobre Delos, con discos blancos y grises simulando salvas de detonaciones nucleares—. Pero si logramos desatar un nivel de castigo concentrado y suficientemente potente como para agotar todos sus estados posibles, lo que hará será huir cabalgando la curva temporal, hacia el pasado o el futuro. No podremos saberlo hasta que estemos allí.
—¿Y entonces? —preguntó alguien. Sandra elevó la voz, para que se la escuchara bien en la grada más lejana:
—La perseguiremos. Si nuestra «huida hacia el futuro» funciona… o tal vez debería de decir mi huida, ya que seré yo quien la lleve a cabo…
Hubo exclamaciones de asombro, en especial de Evan, que no esperaba algo así de ella.
—Como digo, si mi huida funciona y encuentro a los Ids, tendré acceso al germen puro de la mnémica, la fuente primordial. Desde allí llevaré a un único guerrero a través de la cuerda temporal en persecución de la Aberración, proyectándolo adelante o atrás tanta distancia como haga falta —los generales se miraron, estupefactos—. Deberá seguir al Enemigo y combatirle mientras intenta recuperar sus estados de significado. Yo sólo soy una pequeña parte del Emperador: no podré hacerlo con una nave, así que tendrá que ser una persona, un guerrero solitario armado con lo mejor que la especie humana haya conseguido inventar en materia de combate cuerpo a cuerpo… pero de eso estoy segura que ustedes saben más que yo.
—¿Qué nivel de castigo piensan que bastará? —quiso saber un general de cuatro estrellas oriundo de uno de los mundos de la Tercera Rama. El general Vasui intervino:
—Muy superior al que se usó la primera vez. No bastará con bombardear Delos; si no cortamos de raíz todos los accesos de la red anticular, el enemigo podría reproducir varios núcleos alternativos a partir de cualquier concentración de la Sombra. Será una descarga absoluta de todo el arsenal sobre la superficie del planeta y los puntos troyanos de su órbita, algo que nunca se ha intentado.
—Sabemos que todavía quedan muchos ciudadanos sobre Delos que no pudieron huir durante el colapso —terció Beatriz, con voz grave—. Trataremos de rescatar la mayor cantidad de ellos que podamos, pero quiero dejar claro que la parte crucial de la operación se llevará a cabo se hayan evacuado a estas personas o no. Si la Sombra decide retraerse y saltar a otro momento temporal antes de que Alejandra pueda enviar tras él a nuestro guerrero… ya no tendremos otra posibilidad.
—Soy Alexia Ryba Dem Lao, canciller de la República Endogénica de Tebas —se presentó una anciana de mirada afilada, poniéndose en pie en la grada sur. Su imagen holográfica estaba llena de estática por estar siendo reconstruida en tiempo real desde su planeta, oculto tras un cinturón de radiación—. El plan me parece acertado, si es que es posible llevar a cabo una operación tan compleja en tan poco tiempo. Me gustaría preguntar, si me lo permiten, a quién van a elegir para que sea ese… paladín, que nos representará a todos en esta locura.
Sandra dibujó una amplia sonrisa en su rostro y se volvió lentamente hacia Evan.
—Bueno, yo creía que los méritos de Evan Kingdrom como baluarte de las hazañas imposibles estaban más que probados.
El soldado dio tal salto sobre su asiento que casi se puso de pie. La joven le miraba cándidamente, sonriéndole con la expresión más inocente y encantadora que él recordaba haberla visto.
—Tiene que ser el señor Kingdrom —expuso Beatriz, más explícita—, debido a su alto grado de conexión mnémica con la Emperatriz Alejandra. Esta conexión, que será especialmente potente cuando alcancemos al Id, constituirá su mejor sistema de anclaje a través de las épocas. Siempre y cuando, claro, nuestro hombre no tenga ningún problema al respecto.
Todos volvieron sus cabezas hacia Evan. El soldado pudo distinguir un asomo de desprecio entre los mandos de su antigua familia, los Guerreros Espíritu, que le miraban como a un desertor. Él lo entendía perfectamente.
Poniéndose en pie, hizo un gesto aquiescente a la ex Arconte, quien le agradeció su colaboración con la cabeza. Mientras se sentaba, vocalizó unas palabras dirigidas a Sandra: Juro que de esta te mato. Te lo juro. Ella vocalizó en sus labios, divertida: Llegas tarde.
—Eso es todo por ahora —concluyó Beatriz—. Los detalles del plan serán comunicados personalmente a los implicados. Sólo me cabe desearles suerte y… ojalá todo este camino que hemos recorrido juntos durante siglos nos conduzca a un destino digno y lleno de esperanza. Nada más.
Los asistentes se pusieron en pie, algunos hablando entre ellos y otros desapareciendo. Las IAs se volatilizaron de inmediato. Sandra y los representantes de las Logias permanecieron un momento más en el espacio virtual, examinando a Evan y haciéndole algunas preguntas de rigor. Mientras contestaba, el soldado no dejaba de mirar a la joven de reojo.