Agradecimientos

Un libro no se acaba sin dar gracias, bien a las Musas por haberme soportado durante tanto tiempo, bien a las personas terrenales que hicieron más fácil mi trabajo. La primera parte es más difícil (uno nunca sabe lo traviesas que son las Musas, ni qué le pedirán a cambio de sus favores); pero la segunda sí es sencilla: quiero agradecer a mis padres su continuo apoyo, y su amor, sin los cuales no habría llegado a escribir ni una sola palabra. Y también a mi mujer Ruth, a Thais, a Luis, a Jaime y a Nena, simplemente por estar ahí, por su increíble ayuda y su confianza.

Esta historia está dedicada a todos los que siguen huyendo, a los que tuvieron que abandonar su casa por circunstancias apremiantes (y angustiosas) y un día se despertaron dándose cuenta de que su vida se había transformado en una inmensa senda sin término, una carretera que serpentea hasta perderse tras el horizonte, y cuyo destino final sólo puede intuirse, nunca saberse a priori. ¿Tienen fin estos interminables viajes? Quizá esta frase sea una paradoja. Quizá no haya vuelta atrás para los que un día pusieron un primer pie en el camino. En fin, sea como sea, a vosotros está dedicada esta epopeya sobre emigrantes y viajeros. Ojalá encontréis algún día vuestro sitio en el mundo.

Tampoco me olvido de Howard Shore y de sus maravillosas bandas sonoras. ¿Qué habría sido de este libro sin su inolvidable e inspiradora música sonando de fondo, mientras tecleaba páginas y páginas en mi ordenador? Letras amontonadas sin melodías ni ritmos que les confirieran un sentido, ni más ni menos.

Bien, es hora de cerrar para siempre esta novela y comenzar a escribir la próxima. De contar la siguiente leyenda en torno a ese fuego imaginario que nos da calor y esperanza. Dicen que el hogar de un escritor se encuentra donde está su pluma. Así pues, con música y palabras en mis alforjas, y muchos horizontes todavía por explorar, igual que Lina Kolbrand… THEID MI DHACAIGH!, como decían los antiguos celtas. ¡Voy a casa!