16

Varias horas más tarde estábamos sentados en nuestra acogedora y bien iluminada cocina, y mientras paseaba la mirada de Einar a papá, de papá a Christer, sentí cómo el mundo empezaba lentamente a recobrar la normalidad. Christer había rechazado con firmeza acompañar al fiscal a una conferencia de prensa nocturna en la comisaría, y en su lugar se había entregado de buena gana a la cena improvisada que Hulda había preparado en un abrir y cerrar de ojos.

—Es maravilloso —dijo Hulda satisfecha— que todo haya acabado y que quien lo causó haya recibido su castigo. Para que una por fin pueda dormir tranquilamente y no tenga que estar dando vueltas en la cama, pensando en asesinatos, policías y demás horripilancias.

Y después de dejar la cafetera llena al alcance de Christer se retiró para llevar a cabo sus quehaceres. A los que todavía quedábamos en la cocina no nos resultaba tan sencillo dejar de pensar en lo que habíamos vivido.

Todavía recordábamos demasiado bien los rostros, los gestos y las voces; todavía estábamos conmocionados tras nuestro encuentro involuntario con el crimen y la muerte; todavía quedaban algunas cosas que al menos yo no acababa de entender y que deseaba que me aclararan. Teníamos que hablar de ello, había que plantear preguntas…

Y Christer Wijk contestó, de buena gana y exhaustivamente, mientras el contenido negro y vivificante de la cafetera iba menguando.

—¿Y la pistola? —pregunté, curiosa—. O mejor dicho, las dos pistolas. ¿Pudiste aclarar qué pasaba con ellas?

—Sí, y en realidad no es tan raro. Wilhelm Holt no solo tenía ese suvenir ruso sino también otra pistola que guardaba en el cajón de su escritorio, y que siempre estaba cargada. Por lo visto Margit cogió primero la rusa, pero como no era tan torpe e inútil como todos parecíamos creer, seguramente la revisó y descubrió que era inservible. Y entones, antes de dirigirse a la cabaña, cogió la que sí funcionaba. Wilhelm no puede perdonarse que no la hubiera escondido mejor.

La mención de la cabaña dio lugar a que Einar diera rienda suelta a su frustración por la mala suerte que los había perseguido a él y al fiscal, y que los había llevado a perderse el final dramático de los acontecimientos. Resultó que el coronel, que se había dado cuenta de que lo seguían, los había engañado con un truco de lo más sencillo. De pronto, al llegar a un lugar donde el sinuoso camino no permitía más que unos diez metros de visibilidad, se había desviado por un pequeño sendero forestal. En cuanto el coche patrulla hubo pasado de largo, dio media vuelta y volvió sobre sus pasos en sentido norte. En lugar de atravesar Skoga, donde se arriesgaba fácilmente a que se fijaran en él, optó por tomar una carretera poco transitada que discurría al otro lado del lago. Löving y Einar ya estaban a medio camino de Örebro cuando cayeron en la cuenta de su error, y para entonces no pudieron hacer mucho más que soltar una serie de exabruptos de decepción, lo que no les sirvió de nada para avistar la pieza de caza que andaban persiguiendo.

Los ojos pardos de Einar se habían posado sombríamente en Christer.

—Y mientras tanto, tú te paseabas tranquilamente en la estela del Ford hasta la cabaña. No es justo…

—¿Sabes qué? —contestó Christer con inesperada seriedad—. Creo que fue lo mejor que podía haber pasado. Si Anders Löving o cualquier otro representante oficial del orden público hubiera llegado hasta la cabaña y hubiera oído lo que Puck y yo oímos, se habría sentido obligado a levantar acta y a realizar los interrogatorios pertinentes, hasta incluso habría tenido que publicar una parte de la historia. Pero tal como se dieron las cosas, Anders dio con su asesino y está satisfecho, Margit Holt está muerta y no entiendo en qué les puede beneficiar a los vivos seguir hurgando en el pasado. En cualquier caso, le prometí a Wilhelm que lo olvidaría todo. Ya decidirá él, tal como están las cosas, cuánto está dispuesto a desvelarle a la policía.

—Empiezo a creer —dijo papá en tono apreciativo— que en el fondo los comisarios de policía son gente simpática y razonable. Que además pueden ser asombrosamente inteligentes es algo que constaté hace mucho tiempo. Y creo que ya va siendo hora de que Christer nos cuente a nosotros, que no somos tan inteligentes, cómo consiguió solucionar el enigma antes que nadie.

—Johannes se burla de mí. —La sonrisa de Christer dio lugar a miles de finísimas arrugas en el contorno de sus ojos—. Pero había al menos dos personas más que estaban sobre la pista. Wilhelm Holt, y luego un tal Johannes Ekstedt.

—¡Hum! En mi caso no se trató más que de un vago presentimiento. Pero es cierto que tuve mis sospechas después de lo de Tutmosis.

La susodicha dama, que estaba hecha un ovillo al lado de papá en el banco de la cocina, abrió un ojo y ronroneó, del todo conforme con lo dicho. Christer se metió la pipa que acababa de llenar entre los dientes con gran deleite.

—Tengo que reconocer —dijo lentamente— que nunca hubiera podido presentarme ante un tribunal de justicia con mis «pruebas» contra Margit Holt. Eran demasiado vagas, peculiares e indirectas. Si ella hubiera optado por negarlo, nadie, salvo tal vez Wilhelm, que había visto la americana en el armario de las escobas, podría haberla inculpado. Sin embargo, acudió voluntariamente para confesarse.

»Debéis recordar que solo he participado en el juego poco más de veinticuatro horas. Los sucesos de los que yo he sido testigo personalmente son escasos. La desaparición de Elisabet, el intento de asesinato de Tutmosis III y luego las cuatro curiosas confesiones. De entre todo ello, las confesiones fueron innegablemente lo más evidente. Está claro que las cuatro podían perfectamente ser inventadas, pero lo curioso fue que todas parecían contener parte de verdad.

»Supongo que la de Yngve Mattson fue la versión que más se alejaba de la verdad. Sin duda le creí cuando confesó que había escuchado a escondidas bajo la ventana de Elisabet, y también me incliné por aceptar que había estado rondando por aquí, en la parcela de La Ribera. Oyó a Puck y a Eje hablar en el dormitorio y, según parece, vio el cadáver. Sostuvo que había cogido el cuchillo de la mesa del vestíbulo de la casa, y aunque era una explicación rebuscada, no la podíamos descartar así como así. Pero cuando llegó al único punto realmente importante de la trama, es decir, el asesinato, no fue capaz de ofrecer detalles. Además, declaró que todo había tenido lugar alrededor de las doce y media, algo que por varias razones no parecía tener veracidad.

»Pero ¿por qué iba a molestarse en construir un testimonio así? La respuesta salta a la vista. Si estoy bien informado, ya intentó en su momento ofrecerle una coartada plausible a Lou, lo que demuestra, por un lado, que sospechaba de ella, y por otro, que, a pesar de todo, estaba dispuesto a protegerla. Cuando más tarde ella fue detenida, su desasosiego y sus ansias de ayudarla fueron en aumento. Ayer por la noche, mientras daba vueltas en la cama sin poder dormir, tomó una decisión. Subió a vestirse y luego se dirigió a la comisaría para entregarse como asesino. Pero ni Berggren ni el fiscal estaban allí, y tuvo que resignarse y esperar hasta la mañana siguiente. Sin embargo, en el camino de vuelta se encontró con Einar y se enteró de que yo estaba en la ciudad, y cuando, más tarde, nos encontramos no pudo resistirse a “probar” su historia conmigo. Era evidente que no sabía nada, ni de Elisabet ni de Tutmosis ni de la americana, lo que restó aún más credibilidad a su confesión.

»Ahora pasemos a Börje Sundin. Lo único que se podía deducir con toda seguridad de su pobre declaración era que había estado en el lugar de los hechos, donde vio a un hombre, probablemente a Yngve Mattson, a Lou Mattson y a Tutmosis en algún momento inmediatamente después de las doce y media. Pero a través de Lou supimos que a esa hora Tommy ya estaba muerto, por lo que era imposible que lo asesinara él. Además, puesto que Sundin debía de conocer tan bien como Agneta la actitud benévola de Tommy ante su relación, no me pareció que tuviera ni el más mínimo motivo para pelearse con él, y aún menos para clavarle inopinadamente un cuchillo. Lo que resultó realmente sorprendente fue que sostuviera alegremente haber estrangulado a Elisabet. O bien el tipo tiene más imaginación de la que yo le concedería de buenas a primeras, o bien es, al igual que Olivia, un aplicado lector de novelas de detectives. Finalmente, el hecho de que estuviera absolutamente dispuesto a asumir una cadena perpetua de trabajos forzosos para proteger o complacer a Agneta es algo que está fuera de cualquier duda.

—Me caen bien los dos —dije, en un arranque de espontaneidad—. Espero que se puedan casar, para que al menos salga algo bueno de todas estas miserias.

Pero Einar sacudió asombrado su cabellera alborotada.

—¿Quién iba a decir que la pequeña Agneta Holt era tan adulta y precoz?

—A propósito —pregunté ansiosa—, ¿dónde durmió ayer por la noche?

Los ojos azules de Christer centellearon irónicos.

—¿Y eso lo preguntas tú, que sueles tener tan buen olfato para todo lo que gira en torno al erotismo y el amor?

Recordé la cabaña cuidadosamente cerrada con llave de Börje Sundin y enmudecí, abochornada. Sin embargo, Christer se sacó la pipa de la boca y prosiguió tranquilamente:

—Las confesiones del matrimonio Holt despertaron mi interés de una manera muy distinta a las otras dos. Eran detalladas y, además, contenían una serie de datos que, de una manera extraña, parecían coincidir con la imagen que empezaba a hacerme del asesinato.

»En primer lugar estaban la hora y el lugar del crimen. Cuando intenté reconstruir los pasos de Tommy aquella desgraciada noche llegué a la siguiente conclusión: a las seis abandonó la casa de Lou para dirigirse a la de las chicas Petrén, a las nueve seguía allí, fue cuando Sundin lo vio cenando en su cocina. A eso de las nueve y media coincidió con el coronel en la calle, y a las once, Yngve Mattson lo oyó cuando estaba finalizando su conversación con Elisabet. Le había prometido a Agneta que la esperaría en La Ribera, poco después de las once. Cruzó el patio de las Petrén, tal vez pasó por casa para recoger algo, tal vez tuvo miedo de despertar a Hulda si entraba directamente por la verja, y fue observado por las ancianas cuando se coló en este jardín. Agneta llegó con un poco de retraso justo antes de las once y media, y juntos salieron a remar al río hasta las doce y diez, momento en que dejó en tierra a Agneta, que lo vio por última vez cuando estaba amarrando el bote. Y a partir de entonces tampoco sabemos gran cosa de lo que hizo Tommy Holt, más allá de que se encontró con su asesino precisamente en la estrecha franja de césped entre el bote y la vieja glorieta.

»¿Y qué nos dice Margit Holt? Pues que eran más bien las once y media cuando descubrió a su hija entrando a hurtadillas en La Ribera. Durante más de media hora, Margit estuvo dando vueltas por aquí, esperando a los dos jóvenes, incluso llegó a sentarse en el porche un rato. Finalmente, oculta en la glorieta de lilas, los vio llegar. Vio a Agneta salir corriendo hacia su casa y a Tommy amarrando el bote. “Después se volvió y empezó a cruzar el césped”.

»El relato del coronel es prácticamente idéntico. Habían dado las doce cuando llegó a la orilla del río. Oyó las voces de Tommy y de Agneta, y poco después los vio atracar en la playa. “Esperé hasta que hubo amarrado el bote y se dirigió silbando alegremente hacia la glorieta”.

»Sigamos. Ambos dicen que en ese momento Tommy llevaba la americana colgada del brazo, lo que por otro lado suena plausible. Agneta admitió, cuando intercambié unas palabras con ella después del interrogatorio de esta tarde, que lo único que recordaba con toda seguridad es que ella le dio la americana a Tommy. En cambio, y después de pensárselo bien, cree que lo vio poniéndosela. Bueno, de acuerdo con sus posteriores confesiones, ambos recogieron la americana del suelo para examinarla, pero Tutmosis los asustó y entonces se la llevaron a casa.

»Sin embargo, considero que lo más importante es que los dos coincidan al sostener que Tommy recibió la puñalada en posición decúbito. Según Margit “tropezó y cayó al suelo”, y entonces ella se abalanzó sobre él. Según Wilhelm, “le propinó tal bofetada que cayó al suelo”, y luego se produjo una breve pero violenta pelea entre los dos.

»Sin embargo, no hay nadie, más allá de la policía y nuestro pequeño grupo, que conociera el contenido del informe de la autopsia. Por lo tanto, ¿cómo podían entonces conocer este importante detalle?

»Todo esto parece indicar, sin duda, que estos dos “confesos” estaban sorprendentemente al tanto del misterioso asesinato.

»En cualquier caso, lo que sobre todo me llamó la atención fue la curiosa coincidencia entre las dos versiones de los cónyuges. ¿Cómo se explica?

»¿Realmente uno de ellos cometió el asesinato mientras el otro lo presenciaba? Pero ¿entonces por qué no coincidían en algunos puntos de gran relevancia? Él afirmó que a Tommy se le había caído el cuchillo del bolsillo y ella que lo había cogido de la mesa del porche. Dicho sea de paso, ella tenía razón, lo que demuestra que la leyenda del despiste del profesor no es realmente una leyenda. —Christer y papá intercambiaron miradas maliciosas—. Margit describió el desgraciado cuchillo de forma detallada, mientras que Wilhelm no dijo nada acerca de su naturaleza. Ella declaró que Tommy tropezó, y el coronel describió una pelea con cuchillos en toda regla, una descripción que, por cierto, desde un principio me hizo sospechar un poco. Es impensable que el césped no revelara algún rastro de tales estragos violentos.

»No, lo más plausible es que uno de ellos, es decir, Margit Holt, contara la verdad, y que Wilhelm interceptara una parte de su relato para luego rellenar su declaración, sirviéndose de su sentido de la realidad y de la lógica. Tampoco tuve que darle muchas vueltas hasta descubrir quién había sido su fuente de información. Nuestro querido Johannes reconoció él mismo, cuando hubo acompañado a Margit a su casa después de su confesión, que lo había comentado todo con el coronel y que este se había indignado tremendamente. Y un par de horas más tarde Wilhelm nos vino con su versión del asunto.

»Los sucesos del viernes por la noche parecían señalar en esa misma dirección. Al principio me sorprendió que Margit no quisiera saber nada de la muerte de Elisabet, pero al fin y al cabo era un enigma que finalmente tuvo su explicación. Y el hecho de que no hubiera sido Wilhelm quien lanzara la americana y a Tutmosis al agua era uno de los pocos datos evidentes de los que disponíamos en toda esta historia. Naturalmente, no dudo de que un jurado pueda tener un reloj que marque mal la hora, pero me niego en rotundo a creer que un hombre, acostumbrado a sentarse en un tribunal de justicia y escuchar toda clase de coartadas, haya podido prestar declaración en un caso de asesinato basándose en un reloj defectuoso. No, el coronel estaba en Öskevik cuando sacamos a la pobre Tutmosis medio ahogada del río.

»Tutmosis, sí. Su participación en el drama me desconcertó bastante. El atentado sin sentido contra ella resultaba en cierto modo rebuscado, casi obra de un perturbado. Era poco creíble que una persona con la sangre suficientemente fría como para mentirle a la policía durante varios días y ocultar un hábil asesinato se hubiera dejado asustar tanto por un gato. ¿Qué era, entonces, lo que se escondía detrás?

»En este punto Johannes me echó una mano. No solo me contó el llamativo interés que tenía Margit Holt en Tutmosis III, faraón y gato, sino que también describió a la esposa del coronel como una persona acusadamente mística, con una imaginación desbordante y muy dada a lo fantástico y lo sobrenatural. Y era precisamente este tipo de delincuente el que yo andaba buscando. Primero asesinó a Tommy porque había abusado de su propia hermanastra. Y además, llegados a este punto, no debéis olvidar que Margit, al contrario de los jóvenes, era absolutamente consciente de que realmente eran hermanastros de sangre. Y en el escenario del crimen le asustó un gato blanco de ojos resplandecientes. Sin embargo, creo que no fue hasta ayer, cuando le hicimos una visita, que realmente llegó a asustarse. Fue entonces cuando el erudito profesor Ekstedt le contó que el gato que había visto era inmortal y divino. Y a Margit, que no se le da precisamente bien la ironía académica, le horrorizó que para colmo llevara el peculiar nombre de Tutmosis III, ya que precisamente ese hombre se casó con su propia hermana. Tal vez no sea tan extraño, pues, que su pobre cerebro sobreexcitado y supersticioso empezara a imaginar que unos poderes oscuros estaban jugando con ella. No quiero decir que creyera directamente que lo que ahogó envuelto en la americana fuera la diosa gata Bast o el mismísimo faraón Tutmosis, que había acudido en persona para interesarse por el pobre Tommy. Pero sí creo que era la única de entre todos nuestros sospechosos que poseía las condiciones psíquicas para magnificar la contribución de una gatita, hasta convertirla en algo sobrenatural y aterrador.

»Pero permitidme una vez más volver a las confesiones de los dos cónyuges. Si no eran ciertas, ¿cuál era entonces el motivo para hacerlas? Bueno, en el caso del coronel me imaginé que fue el instinto caballeresco de proteger a su frágil y delicada esposa. Entonces yo no sabía que, además, lo empujaba su mala conciencia hacia la mujer a la que había dado su apellido, pero a la que nunca había conseguido amar. Pero ¿Margit Holt en el papel de la persona que se sacrifica por los demás? Tengo que reconocer sinceramente que en este punto mi capacidad de imaginación no alcanzaba para tanto. Toda mi experiencia con ella me decía que era una persona que durante toda su vida había sido el objeto de los cuidados y los sacrificios de la gente que la rodeaba, y me negaba a creer que de pronto esta mujer comodona, egocéntrica y tiránica estuviera dispuesta a exponerse a la reclusión o a trabajos forzados por alguien que no fuera ella misma.

»Por ello, y a diferencia de los demás, no tuve que esforzarme demasiado para imaginármela como asesina. En cuanto a ella misma, no me ofreció ninguna otra motivación para cometer el crimen que no fuera la de “Tommy nos ha hecho mucho daño”, pero sus maneras exaltadas, así como el retrato que de ella hicieron Puck, Johannes, Agneta y Wilhelm fueron suficientemente reveladores. Siempre consideró que Agneta era de su propiedad, que la moldearía de acuerdo con sus deseos y que su hija viviría única y exclusivamente por y para ella. Estaba celosa de su marido, pero todo parece indicar que sus sentimientos hacia su hija eran aún más desconsiderados y brutales. En su opinión, Tommy había abusado una vez de Agneta de una manera que ciertamente habría podido indignar a cualquier madre mucho más serena y desapasionada que ella, y ahora había vuelto para mantener un nuevo encuentro con la muchacha mediante engaños. Y Margit esperó entre las sombras de la ribera, cruelmente decidida a proteger a su niña y a luchar por su propiedad.

»Entonces, de entre todos estos motivos, cada uno de por sí vagos e insignificantes, me decliné por la exaltada y fanática Margit. Me alegro, naturalmente, de que mi instinto me condujera por el buen camino. Y también me alegro sinceramente de que las cosas hayan acabado como acabaron. En un posible juicio la habrían declarado exenta de castigo y hubiera ingresado en un hospital psiquiátrico del que probablemente pronto la hubieran soltado. Porque en realidad no creo que se pueda decir que estuviera lo que comunmente denominaríamos mentalmente enferma. Aunque celebro que por fin Wilhelm Holt pueda vivir su vida, al igual que Agneta. Estos años no han sido fáciles para ninguno de los dos. Y sin embargo, queda la pregunta de si no había otra persona para quien la vida fue todavía más difícil.

—Tommy… —dije quedamente.

Nos quedamos todos en silencio. Lo único que se oía era el rítmico ronroneo de Tutmosis III.

—Es curioso —murmuró Einar finalmente— cuántos secretos y cuántas habladurías sucias salen a la luz cuando sucede algo así. Toda clase de cosas que en realidad nada tienen que ver con el crimen en sí, pero que en cualquier caso se sacan a relucir y deben ser investigadas.

Pero papá sacudió su cabeza plateada.

—No solo las inmundicias —objetó dulcemente—. Hemos sido testigos de grandes amores y también de importantes actos de generosidad. Y he aprendido mucho, muchísimo, de mis semejantes. Tal vez incluso más que si hubiera seguido estudiando mi disertación sobre Homero.

El destello divertido en sus ojos azules se hizo más pronunciado cuando le dio la mano a Christer Wijk para despedirse de él.

—Espero que vuelvas pronto por aquí —dijo—. Recuerdo algo de un cadáver en un baúl que estabas investigando. Einar estuvo leyendo acerca de ello en todos los periódicos, aunque por algún motivo nunca llegó a explicarnos el final…