6

Pobre niña —dijo papá, compasivo, y rascó lleno de preocupación al gato debajo de la barbilla—. Estaba muy asustada, y lo estaba por muchas razones. Tenía miedo de Puck, de su marido y del amable fiscal. Incluso le tenía miedo a Tutmosis III.

Yngve Mattson se había llevado a su esposa inconsciente en brazos, y Anders Löving había insistido en seguirlos. Resultaba difícil determinar si los seguía para administrarle primeros auxilios a la mujer o para vigilarlos. A pesar de todo, sobrevino una exhausta calma entre los tres que todavía quedábamos en el porche. Einar encendió su pipa, yo me acurruqué a su lado en el sofá largo y tapizado de azul, y todos recobramos un poco el aliento tras los muchos y variados sucesos e impresiones del día. Pero a juzgar por su pequeño monólogo, ni siquiera papá era capaz de dejar de pensar en lo que habíamos vivido. Y yo aún menos.

Me volví hacia Einar, y cuando lo hice experimenté una especie de asombro mezclado con celos por el simple hecho de que tuviera un pasado del que yo no formaba parte; que tratara con personas de las que yo todavía no sabía nada; que hubiera vivido casi treinta años de su vida sin que yo hubiera existido en ella.

—¿Conoces a Lou y a Yngve Mattson? ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo es ella? ¿Por qué se comporta de esta manera tan misteriosa? ¿No creerás que…?

—Sí —me interrumpió Einar, retador—. Lo creo. Pero antes de revelar nada más quiero saber lo que tú y Lou os llevabais entre manos detrás de la glorieta y todo lo que has descubierto durante tu pequeña excursión al terreno de los vecinos.

Lo complací y se lo conté. Le hablé de la pálida coronela, que era demasiado sincera para fingir un dolor que no sentía, pero que con apenas unas palabras malintencionadas e insidiosas había conseguido hacer temblar al mismísimo coronel; de la asustada y nerviosa Agneta; de las señoritas Petrén, locas por la muerte, que sabían mucho más acerca del revuelo en La Ribera de lo que en un principio pretendieron hacernos creer; del reportero pecoso y, finalmente, de la extraña visita de Lou Mattson a nuestro jardín, y de mi posterior visita a su terraza.

—Te ha dado tiempo a ver unas cuantas cosas, desde luego. —Einar dio un ligero golpe a su pipa, pensativo—. Y mientras yo y Leo Berggren corríamos de un lado a otro del pueblo, tú limitaste la investigación a la zona adecuada.

—¿Quieres decir…?

—Quiero decir que la única pista que dejó Tommy conduce al Valle, y no hay ninguna que salga de aquí. Verás, tu amigo el redactor, que por cierto se llama Bengt Jansson y es una persona muy agradable, también le contó a Anders Löving que se despidió de Tommy en la calle el domingo por la noche. De hecho, Jansson también recordó que había una pareja besuqueándose en la revuelta del camino, y acto seguido Anders nos envió a Leo y a mí al pueblo para que averiguáramos si la parejita, a pesar de su amor, se había fijado en Tommy. Resulta que sí, incluso les llevó a discutir un buen rato acerca de qué sería lo que lo había traído de nuevo a Skoga. Eso despertó al sabueso que Leo lleva dentro y decidió localizar a más personas que pudieran haber visto o hablado con Tommy durante estos días. Dimos con unas cuantas, pero todas lo vieron durante su paseo de la estación al Valle el domingo por la noche. Nadie lo ha visto ni el lunes ni el martes. Y eso…

—Pero querido Eje, solo habéis dispuesto de unas horas. No creo que hayáis podido entrevistar a todo el pueblo en ese tiempo.

Einar me lanzó una mirada medio compasiva.

—Tú no conoces Skoga. Cuando una persona tan interesante como Tommy Holt, que es objeto de tantos chismorreos, de pronto aparece, después de tres años de ausencia, en la calle, en una tienda o incluso en un bote en medio del lago, la noticia se propaga más rápido que el pensamiento, de boca en boca, de casa en casa. No me preguntes cómo es posible, porque yo mismo me lo he preguntado muchas veces y no he encontrado una respuesta. Pero sé que es así. Y sé que si hubiera paseado aunque solo fueran diez metros por una de las calles del pueblo el lunes o ayer, hoy podríamos recabar a través de unas rápidas pesquisas en las tiendas, las confiterías, en las esquinas, cientos de testimonios acerca de sus movimientos. Y si no disponemos de estos testimonios, a mi parecer la única explicación es que se mantuvo oculto conscientemente. Pero ¿dónde? Ésa es la cuestión. Creo que, si consiguiéramos responder a esta pregunta, tendríamos en nuestras manos el extremo más importante de este embrollado ovillo.

—En cualquier caso, ¿crees que se ocultó en algún lugar del vecindario?

—Sí —respondió Einar con gravedad—, lo creo. Puedes llamarlo intuición si quieres, al fin y al cabo sueles comprender estas cosas. Pero sin duda también hay unos cuantos argumentos lógicos que se pueden alegar en este caso. Tommy pertenecía al Valle; hasta aquí se dirigió, sin la menor duda, al bajarse del tren el domingo por la noche, aquí fue también donde lo asesinaron anoche, precisamente aquí, en La Ribera.

Se produjo un silencio meditativo que papá, que por lo visto había seguido nuestra conversación con mayor detenimiento del que había dado a entender la expresión ausente de sus bellos ojos azules, acabó por romper diciendo:

—Hay una circunstancia a la que le he estado dando vueltas cuando nos has ofrecido tu pequeño análisis de los chismorreos en los pueblos pequeños y sus rápidos efectos. Si realmente «todo Skoga» parecía estar al corriente de la llegada del desgraciado joven el domingo, ¿cómo explicas que tanto los Mattson como la familia Holt nieguen saber nada al respecto? ¿Mienten deliberadamente a la policía, o la eficaz transmisión de información falló precisamente en el Valle?

—Aquí Johannes acaba de poner el dedo en la llaga. —Einar se volvió fervoroso hacia papá—. Aunque, naturalmente, es probable que las habladurías y los chismorreos se hayan detenido justo delante de la casa de Wilhelm Holt y de su familia. Y es que a los habitantes de Skoga les gusta airear los asuntos personales de su prójimo, pero solo a sus espaldas. Si se encuentran con él cara a cara sonríen afablemente y conversan complacientes.

—A mí me parece que tus habitantes de Skoga son detestables —declaré indignada.

—Ah, no, creo que eso es exagerar mucho. Verás, en realidad no son malvados, su ardiente interés por los defectos y las penurias de los demás no estriba únicamente en la malevolencia, sino también en la habitual curiosidad humana y en la necesidad de, al menos indirectamente, poder vivir algo excitante y escabroso. Por eso los personajes como Tomas Holt son sus favoritos. Mientras se escandalizan y parecen conmocionarse de hecho disfrutan sabiendo que hay algún que otro miembro de su pulcro y correcto círculo pequeñoburgués que se atreve a mostrarse franco y abiertamente libertino. ¡Si supierais la cantidad de porquerías que se han dicho sobre Tommy cuando vivía aquí! Aunque eso no impedía que fuera tremendamente popular allá adonde fuera, entre los chicos, las chicas, y hasta entre los adultos. Y dudo mucho de que todos los chismorreos efervescentes acerca de él alguna vez llegaran a sus oídos o a los de su familia. Por cierto, por aquel entonces ya vivían bastante aislados.

—Es decir, que crees que los padres y la hermana de Tommy, incluso ahora, pueden haber ignorado lo que todos los demás sabían: que había decidido volver al pueblo.

—Bueno, lo que digo es que es posible.

—Yngve Mattson estaba de viaje. Pero Lou…

—Bueno, ya volvemos al problema Lou. Es aquí adonde has querido llegar todo el tiempo, ¿no es cierto? —Einar esbozó su exasperante sonrisita—. En lo que a mí respecta tengo que reconocer que me cuesta un poco imaginarme a Lou Mattson en el papel de asesina.

—Tampoco he insinuado nada parecido. Lo único que he dicho es que me parece que se comporta de una manera extraña, y lo mantengo. Muy extraña.

La sonrisa se borró del rostro de Einar, que me miró meditabundo.

—La verdad es que Lou casi siempre se comporta de forma bastante peculiar —dijo—. Y desde luego no resulta especialmente fácil comprenderla. Pero siempre he tenido la firme convicción de que en el fondo es una persona muy bondadosa. Bondadosa y un poco infantil, y que de hecho está muy enamorada de su Yngve. Hace poco me preguntaste dónde la conoció. Pues verás, por lo que tengo entendido, durante unas vacaciones en Tylösand, y todo fue tan rápido que el pueblo entero de Skoga sufrió una enorme conmoción, pues madres e hijas vieron de pronto que una forastera les robaba el mejor partido de la ciudad.

—¡¿Dices que Yngve Mattson alguna vez fue alguien por quien las mujeres se peleaban?! ¡Ese espantajo moreno y repugnante con su desagradable y fría mirada! No, hasta aquí podíamos llegar…

Un leve carraspeo me dijo que papá desaprobaba mi categórica y subjetiva exageración, e incluso Einar me censuró sacudiendo la cabeza.

—¿Sabes qué? La verdad es que siempre he pensado que Yngve era un hombre bastante elegante. Además, está forrado de dinero. Su padre, que fundó su negocio aquí en el pueblo, le dejó una fortuna, y desde luego Yngve ha sabido mantenerla. Tiene fama de ser un excelente hombre de negocios, eficaz y ágil, y seguramente, a la hora de la verdad, implacable.

En una muestra de benevolencia me abstuve de señalar que era precisamente esa expresión de brutalidad que había aparecido en su rostro lo que me había molestado y contra lo que me había rebelado. En su lugar, pregunté:

—¿Quién de los esposos Mattson mintió acerca de la coartada de anoche? ¿Se fueron a la cama juntos a las once o él no volvió a casa hasta las dos y media?

—No entiendo qué podría ganar Lou mintiendo en este punto —contestó Eje lentamente—. A fin de cuentas, la información que ella misma dio, según la cual volvió a casa a eso de la una y estuvo sola hasta las dos y media, la deja en una situación desfavorable. Además debería de ser bastante sencillo comprobar en qué momento abandonó la fiesta de aniversario de su amiga. Pero por otro lado… Si dice la verdad, ¿por qué pareció tan desesperada cuando Yngve inició su declaración? Como si ya de antemano supiera que él daría otra versión.

—La cabeza empieza a darme vueltas —dije quejumbrosa—. Cuanto más pienso en todo este asunto de Lou, más vago y estrambótico me parece todo. A lo mejor sencillamente somos nosotros quienes vamos un poco acelerados y somos demasiado suspicaces. A lo mejor estamos exagerando las cosas y en realidad todo es mucho más inocente de lo que creemos.

Llegados a este punto de nuestro errátil diálogo papá bajó a una Tutmosis ronroneante de su regazo y nos comunicó inesperadamente su parecer.

—¡Ah, no! Yo no creo que sea del todo inocente. Al menos en tres aspectos creo que la señora Mattson ha actuado de manera bastante desconcertante. En primer lugar, negó que se hubiera enterado de la llegada del joven Holt al pueblo, a pesar de que Einar asegura que todo habitante de Skoga, salvo tal vez los más allegados, debió de estar al tanto del asunto. Es así, ¿verdad?

Einar asintió con la cabeza.

—Es así. Su criada estaba fuera, es cierto, pero Lou no es de las que viven una vida de ermitaña, y me juego mi anillo de doctor[2] que tiene al menos diez amigos, de ambos sexos, que se ocuparon de que se enterara de una noticia tan llamativa mientras todavía era relativamente fresca.

—En segundo lugar, estuvo buscando nerviosa un objeto perdido en el lugar de los hechos, y cuando Puck le brindó la oportunidad de dar una explicación plausible a este pequeño incidente reaccionó desmayándose. En tercer y cuarto lugar, durante todo el almuerzo tuvo miedo de hablar del asesinato con Puck, y más tarde, cuando su director y esposo apareció aquí, entró prácticamente en pánico.

En ese momento levantó la voz ligeramente, como solía hacer desde su cátedra cuando llegaba a las conclusiones finales de alguna concatenación de ideas considerablemente más intrincada.

—El hecho de que haya que interpretar estas cuatro circunstancias como claros indicios de desasosiego y mala conciencia me parece del todo ineludible y en realidad indiscutible. En cambio, sí podemos especular todo lo que queramos acerca de los motivos de esta mala conciencia. Y tendréis que disculparme, pero sigo considerando que es un asunto de la policía, tanto el de ocuparse de estas especulaciones como el de investigar hasta qué punto son ciertas.

Su estrecho e inteligente rostro se iluminó esperanzado cuando añadió:

—Además, ya veréis cómo hace ya un rato que el fiscal ha resuelto los enigmas. Al fin y al cabo ahora mismo está en casa de los Mattson.

Pronto, sin embargo, la optimista confianza que papá había puesto en el talento de Anders Löving se vería atrozmente traicionada. Unas horas más tarde el fiscal pasó rápidamente por casa para despedirse.

—Me voy a Örebro, pero me tendréis aquí de vuelta mañana por la mañana. Muchas gracias por toda la ayuda y la hospitalidad que me habéis brindado. ¿Que qué les he sacado a los señores Mattson? Nada, absolutamente nada. Ella se hizo la aturdida después del desvanecimiento y se limitó a repetir obstinadamente que había dicho la verdad, y él mantuvo su versión e intentó insinuar que su esposa no estaba en pleno uso de sus facultades. Y mientras tanto yo me preguntaba si realmente lo está cualquiera de los dos. Y ella no quiso siquiera reconocer su visita al escenario del crimen. ¡Sencillamente no entendía a qué se refería la señora Bure! Creo que les enviaré a Leo Berggren, él los conoce mejor que yo y tal vez también sepa manejarlos con más habilidad.

Parecía abatido y apurado cuando rechazó amablemente la cena y desapareció con el aroma de las albóndigas de Hulda en la nariz en dirección al coche que lo esperaba.

Nosotros nos sentamos a la mesa en el anticuado comedor del porche y seguimos discutiendo el caso de Tomas Holt. Es decir, que Einar y yo hablamos mientras mi querido padre disfrutaba de las albóndigas y escuchaba, aunque lo primero con bastante más entusiasmo que lo segundo.

Me aproveché vivamente del rico conocimiento que Einar tenía del Valle y de sus habitantes. Lo poco que yo había visto de nuestros vecinos me llevó a creer a pies juntillas en sus teorías, según las cuales había que buscar la solución del enigma entre estas personas.

—Por lo tanto, lo que por encima de todo queremos saber es adónde fue Tommy cuando «pasó a la clandestinidad» el domingo por la noche. ¿No crees, después de todo, que su intención era visitar a sus padres? A lo mejor quería pedirles perdón.

—Yo me inclinaría más por pensar que les quería pedir dinero —dijo Einar con aspereza—. Pero sea por uno o por otro motivo, no creo que le invitaran a quedarse a pasar la noche. No, pues una vez que Wilhelm Holt le cierra la puerta a alguien no se la vuelve a abrir. Es un hombre de ideas claras e inamovibles. Y las dos mujeres no pintan gran cosa. De haber sido de otro modo es posible que un corazón femenino se hubiera ablandado al ver a Tommy.

Apareció un vislumbre al tiempo reflexivo y burlón en los ojos pardos de Eje cuando prosiguió:

—Por cierto, ¿alguien ha pensado cuántas mujeres del vecindario estaban solas en casa aquella noche? En primer lugar, tenemos a las chicas Petrén en su castillo de madera, que parece hecho especialmente para esconder a invitados turbios y misteriosos. Luego está Hulda, aquí, en La Ribera. A ver, no digo que crea que Hulda le abriera nuestra casa y sus brazos al hijo pródigo, lo único que señalo es el hecho de que estaba sola. Luego tenemos a Lou Mattson, libre tanto de criada como de marido, y finalmente Elisabet Mattson. ¡Menudos caladeros para un atractivo y encantador aunque también un poco insoportable joven con gran ascendiente entre muchachas y señoras!

Sin embargo, el intento de Einar de desarrollar esta tentadora idea fue recibido con total indiferencia, no solo por parte de mi padre, sino también por la mía. Yo había descubierto que había otra cosa que deseaba saber, algo que hacía tiempo que quería preguntar y que las palabras de Einar de pronto habían activado en mi conciencia.

—Amor mío, haz el favor de darte cuenta de que ahora mismo ninguno de los dos tiene demasiadas ganas de escuchar tus seductoras hipótesis. ¡En cambio sí quiero saber algo más acerca de Elisabet Mattson! Me parece que no la he llegado a conocer, ¿o tal vez sí? ¿Quién es?

—Elisabet Mattson —dijo mi esposo solemnemente, y echó cantidades ingentes de espesa nata sobre los fresones de su plato—. Antes de la llegada de Johannes, Elisabet Mattson era la única persona realmente célebre en el Valle, y llegar a conocerla es un gran honor para el que todavía no estás preparada. Es casi tan famosa fuera de nuestras fronteras como aquí, sus libros llevan casi veinte años siendo superventas, sus ediciones superan las de Pär Lagerkvist y de Olle Hedberg.

—¿Sus libros? ¿Te burlas de mí?

—Nunca había dicho nada tan en serio. Pero comprendo que debe resultar embarazoso para una historiadora de la literatura dejar al descubierto tal ignorancia.

—¡Elisabet Mattson! —bufé irritada—. Nunca había oído hablar de ella.

—No, es muy probable que no. —Eje sonrió con la boca llena de fresones—. Pero tal vez sí hayas oído hablar de una tal Elsbet Matts…

La historiadora de literatura Puck Bure contestó con una mirada atontada, aunque la parte sencilla de mi yo acudió a mi rescate tras un par de segundos de búsqueda.

—¡Dios mío! ¿Elsbet Matts? ¿La de las novelas rosa que devoré con tanta devoción cuando era niña?

Einar soltó la cuchara y miró a mi padre con severidad.

—No me lo puedo creer, Johannes. Dime una cosa, ¿cómo no vigilaste la educación de tu hija? Los ardientes relatos de amor primitivo y desgraciado realmente no son una lectura apropiada para una niña.

Los juveniles ojos azules certificaban que ni durante mi infancia ni posteriormente supo de la existencia de tal escritora, y seguramente no le sirvió de nada el empeño de Einar en caracterizarla como «un cruce entre Courths-Mahler y Sigge Stark, posiblemente con un toque de Freud y El amante de Lady Chatterley». Pero por entonces yo me había sumido en los felices recuerdos de mi adolescencia.

Largas y oscuras noches de invierno en las que, con las mejillas encendidas y el corazón desbocado, recibí la primera introducción al mundo insondable de los adultos, y empecé a presentir hasta la fascinación sus complicados juegos amatorios; años más tarde, solitarios y lluviosos días de verano en los que Elsbet Matts todavía nutría mis sueños románticos, cuando rechacé, desdeñosa, el tímido homenaje que me dispensó Karl-Erik, el hijo de largas piernas del vecino, porque no se parecía, ni por asomo, al héroe rompecorazones e infiel de su novela Despedida. Naturalmente, ni este ni ningún otro de sus libros rápidamente confeccionados pertenecían a la literatura con mayúsculas, y hacía tiempo que había dejado de interesarme por sus nuevas obras. Pero en aquel instante de rememoración me di cuenta de lo mucho que, a pesar de todo, había significado Elsbet Matts en la formación de mis gustos literarios, e indignada puse fin a la exposición burlona de las lecturas de las mujeres y del romanticismo barato:

—Tampoco exageres. De hecho Elsbet Matts es, en su género, una autora muy buena. Por cierto, ¿sabes de lo que estás hablando? ¿Alguna vez has leído algo de ella?

—Desde luego. Sobre todo recuerdo una de sus novelas que se titulaba Su último verano. Era sobre una chica joven, inocente y conmovedoramente ingenua que al son del tintineo de las campánulas y envuelta en el aroma de la hierba se abandonaba al fuerte, experimentado y, ¡oh!, tan atractivo hombre, pero que una vez segado el heno y marchitas las flores se quedaba sola con su hijo, su ingenuidad y sus lágrimas.

—Debe de ganar mucho dinero —me apresuré a decir—. ¿Por qué vive en un rincón tan apartado como Skoga?

—Gana un montón de dinero. Y vive en Skoga y en el Valle porque nació aquí, y porque quiere estar tranquila cuando trabaja.

—¡Tranquila! —masculló papá, dejando vislumbrar un diminuto deje irónico.

Pero Einar siguió explicando:

—Como tal vez has podido comprender, es la hermana de Yngve Mattson, aunque es bastante mayor que él. Por cierto, creo que cumplirá los cincuenta este mismo otoño. Se ha construido una casa frente a la antigua finca de los Mattson, sobre un terreno que estaba sin edificar, y allí ha conseguido aislarse de manera incluso más eficaz que el coronel y su familia. De hecho, creo que cuando está escribiendo nadie salvo Lou se atreve a molestarla.

—¿Cómo es? —pregunté, llena de malos presagios después de las anteriores maldades de Einar—. Elsbet Matts. La hermana de Yngve Mattson.

—Es encantadora. —La mirada marrón de Einar se había vuelto seria—. Pues sí, no me gustan sus libros, pero no me equivoco si digo que Elisabet Mattson es una de las personas más bondadosas y elegantes que he tenido la suerte y el honor de conocer.

Y luego añadió humildemente:

—Creo que Johannes y ella harían una buena pareja.

Para entonces ya sabía que tenía que llegar a conocerla de alguna manera. Si hay que resolver complicados asesinatos lo más importante es conocer a todos los implicados y posibles sospechosos. Los repasé a todos en mi cabeza. ¿Hacia qué jardín dirigía Tomas Holt sus pasos aquella fatídica noche de domingo? ¿Quién le abrió la verja y lo recibió, más o menos voluntariamente?

De pronto exclamé estupefacta:

—¡Pero si falta una! Hay una casa que nadie ha mencionado con una sola palabra. ¿Quién vive en ella?

Y al ver que ni Einar ni Hulda, que había entrado para servirnos el café, parecían entender a qué me refería les expliqué con creciente impaciencia:

—Yo misma he visto que hay seis verjas y seis casas en el Valle, tres a cada lado de la calle. Dan al riachuelo la de los Mattson, luego la nuestra y finalmente la de las Petrén. Y al otro lado de la calle tenemos a Elisabet Mattson, la más apartada, luego a la familia Holt, ¿y la última? La casa enfrente de la de las Petrén, ¿de quién es?

—¡Ah, ya! Te refieres a la casucha de Börje Sundin. Yo apenas la llamaría casa, pero de todos modos… ¿Quién es Börje Sundin? Lo es todo y lo hace todo en el Valle. Vive solo en su cabaña, y la tiene tan bien puesta como una casa de muñecas. Por cierto, es el jardinero y el mozo de las demás cinco fincas. Enciende la caldera de los Holt y de Elisabet, coloca las contraventanas de las Petrén y corta el césped de los Mattson, y en general es un fenómeno, tanto por lo que se refiere a maña como a cabezonería. ¿No es cierto, Hulda?

—Sundin está bien —contestó Hulda secamente—. Nunca habla innecesariamente. Y siempre está a mano cuando se le necesita.

Y dicho esto se llevó la cafetera.

—Me imagino —dije soñadora cuando poco después nos levantamos de la mesa— que Börje Sundin debe de ser una mina de oro a la hora de averiguar lo que pasa en casa de nuestros vecinos. Mis dos mayores deseos ahora mismo son conocer a ese excelente mozo y a la gran autora Elisabet Mattson.

El destino quiso que pronto se cumpliera al menos uno de estos deseos. Acababa de retirar la última taza de café cuando Eje apareció en la puerta y me comunicó:

—Tu tan esperado señor Sundin está a las puertas. ¡Solo tienes que salir al jardín!

Cogí a Einar de la mano y lo arrastré conmigo hasta el porche. Allí empezaba a refrescar y la temperatura resultaba muy agradable, y el silencio era tan profundo que de hecho se podían oír los pasos del hombre acercándose por el césped. Dobló la esquina de la casa y se acercó a nosotros, algo titubeante.

Por alguna razón, que probablemente tenía que ver con mi imaginación demasiado viva, me había figurado que el jardinero y manitas del Valle era un hombre de edad avanzada, y me sorprendió muchísimo descubrir que todavía no había superado la treintena. Era grande y tosco y tenía el pelo rubio; su rostro, con aquella boca ancha y aquella nariz voluminosa, estaba lejos de ser bello. Aun así parecía de alguna manera grandioso y digno de confianza. Einar lo animó a acercarse para saludar, y mi mano desapareció en la suya, grande y bronceada.

—Pensé en pasar por aquí para ver si había algo que necesitaban que regara —dijo en su dialecto cantarín de Bergslag—. ¿O es que no puedo hacerlo en este jardín sin el permiso de la policía?

Sus ojos eran de un azul muy claro, que contrastaban con la piel tostada por el sol y revelaban tanto curiosidad como timidez.

Einar se había sentado en la barandilla del porche.

—Las fuerzas del orden no me han dado instrucciones al respecto, ni tampoco me han prohibido nada. Pero tal vez será mejor que pospongamos lo del agua hasta mañana. Bueno, Sundin, ¿y a usted ya lo ha interrogado la policía?

El hombre tosco asintió malhumorado con la cabeza.

—Leo Berggren entró para hablar un rato conmigo por la tarde. Pero no creo que le haya sido de demasiada utilidad.

La conversación amenazaba con trabarse y decidí rápidamente atacar con una pregunta:

—Y usted, señor Sundin, ¿sabía que Tommy Holt había vuelto a Skoga?

El hombre cambió su peso del pie izquierdo al derecho, y me di cuenta de que estaba sudando.

—Es evidente que lo sabía. Era el tema de conversación de todo el pueblo. Ya lo supe el domingo, cuando me lo contó un muchacho que lo había visto en la estación.

—¿También sabe dónde pasó las noches?

Esta vez fue Einar quien preguntó, bruscamente y en un tono que me pareció algo cortante.

—N… no.

—¿Usted no lo vio?

Manifiestamente turbado, el jardinero lo negó con una muda sacudida de cabeza.

—Es curioso. —Einar parecía dispuesto a sacarle a Börje Sundin todos los secretos del fondo de su alma—. Porque resulta que Tommy estuvo todo el tiempo aquí, en el Valle.

De pronto se hizo evidente que el tosco hombre que teníamos delante estaba realmente preocupado. Unas gotitas de sudor se abrieron camino a lo largo del nacimiento de su pelo rubio y se quedó abriendo y cerrando la boca un rato sin pronunciar palabra, hasta que finalmente pareció decidirse:

—Yo… supongo que debería habérselo dicho al jefe de policía. Pero no acababa de encontrar el momento para hacerlo. Por lo demás es cierto que lo vi, me refiero a Tommy Holt, claro, anoche, a eso de las nueve.

Vio nuestros semblantes inquisitivos y se secó la frente con el dorso de su enorme mano.

—Resulta que lo vi sentado en la cocina de las señoritas Petrén, cenando.