Durante largo tiempo, muchos días y luego semanas, el lugar quedó vacío sobre el pueblo. En algunas ocasiones, cuando llegaban las lluvias y caían los rayos, la mínima pluma de humo se alzaba de las maderas calcinadas, hundidas dentro del sótano con las cubas rotas, y también de las vigas del altillo, caídas sobre sí mismas que, como esqueletos negros, cubrían los vinos enterrados. Cuando ya no hubo más humo, hubo ceniza que se levantó en velos y nubes, en cuyas imágenes, recuerdos de la Casa, vibró y se desvaneció como un repentino comienzo de sueño, y luego éste, también, cesó.
Y con el paso del tiempo, un joven vino por el camino, como quien sale de un sueño o de la tranquila marea de un mar silencioso, para encontrarse en un paisaje extraño, mirando hacia la Casa abandonada, como si supiera, pero como si no supiera, lo que en un tiempo ella había contenido.
El viento se trasladó a los árboles vacíos, interrogando.
El joven escuchó atentamente y contestó:
—Tom —dijo—. Soy Tom. ¿Me conoces? ¿Recuerdas?
Las ramas del árbol temblaron con recuerdos.
—¿Estás aquí ahora? —preguntó él.
—Casi —le llegó el susurro de una respuesta—. Sí. No.
Las sombras se movieron.
La puerta de adelante de la Casa chirrió y se abrió lentamente con el viento. El joven fue hasta el primer escalón que llevaba hacia arriba.
El tubo de la chimenea del centro de la Casa exhaló un aliento de clima templado.
—¿Si entro y espero, luego qué? —se dijo, observando el gran frente de la Casa silenciosa, para obtener una respuesta.
La puerta de adelante se balanceó en las bisagras. Las hojas de las ventanas que quedaban se sacudieron suavemente en los marcos, reflejando las primeras estrellas del anochecer.
Él oyó, pero no escuchó la confidencia en sus oídos.
—Entra. Espera.
Puso el pie en el primer escalón y vaciló.
Las maderas de la Casa en un envión se desplazaron hacia atrás como si tiraran de él para acercarlo.
Dio otro paso.
—No sé. ¿Qué? ¿A quién busco?
Silencio. La Casa esperaba. El viento esperaba en los árboles.
—¿Ann? ¿Es eso quién? Pero no. Ella hace mucho tiempo que se ha ido. Pero había otra. Casi sé su nombre. ¿Qué…?
Las maderas de la Casa gimieron con impaciencia. Subió el tercer escalón y luego hizo el camino hasta arriba, donde se detuvo, mareado a causa de la gran puerta abierta, por donde el clima lanzaba su aliento, como para atraerlo hacia adentro. Pero se quedó muy quieto, con los ojos cerrados, tratando de ver un rostro en la sombra, detrás de los párpados.
Casi sé el nombre, pensó.
—Entra. Entra.
Dio un paso y cruzó la puerta.
Casi instantáneamente, la Casa se hundió apenas medio centímetro, como si la noche se hubiera posado en ella o una nube hubiera venido a descansar su peso en el alto techo del altillo.
En los altos del altillo había un sueño dentro de un sueño dentro de un cuerpo.
—¿Quién está allí? —preguntó él suavemente—. ¿Dónde estás?
La ceniza del altillo se elevó y un movimiento de sombra entró.
—Oh, sí, sí —dijo al fin—. Ahora lo sé. Tu nombre bendito.
Caminó hasta el primer escalón de la escalera que con la luz de la Luna llevaba al expectante altillo de la Casa.
Tomó aliento.
—Cecy —dijo al fin.
La Casa tembló.
La luz de la Luna brilló en la escalera.
Subió los escalones.
La puerta de adelante lenta, muy lentamente se movió y luego se corrió y luego silenciosamente se cerró.