Increíblemente, todo lo que había subido tenía que bajar.
En una neblina obscura alrededor del mundo, los vientos soplaron al revés y todo lo que la tormenta envió hacia arriba, vaciló al borde del horizonte y cayó otra vez sobre el continente de América.
En el norte de Illinois, las nubes de la tormenta se reunieron y comenzó a llover y llovieron almas y llovieron alas perdidas y llovieron lágrimas de gente que renunció a viajar y que volvió de Visita a Casa y que se sintió triste por ello en vez de contenta.
Por los cielos de Europa y por los cielos de América, lo que había sido una ocasión feliz era ahora la melancolía que nubes de opresión y prejuicio y descreimiento empujaron hacia atrás. Los invitados de la Visita a Casa volvieron al portal y se deslizaron dentro a través de las ventanas, los desvanes, los sótanos y se escondieron rápido para sorprender a la Familia que se preguntaba: «¿Cómo? ¿Otra Visita a Casa? ¿Estará por terminar el mundo?». Y sí, así era, al menos, el mundo de ellos. Esta lluvia de almas, esta tormenta de gente perdida, se apiñó en el techo, se amontonó en el sótano entre los recipientes de vino y esperó alguna clase de revelación, que entonces provocó que los miembros de la Familia decidieran reunirse en consejo y dar la bienvenida uno por uno a todos aquellos que necesitaran ocultarse del mundo.
Y la primera de esas raras almas perdidas estaba en un tren que iba al norte de Europa, hacia las brumas y las nieblas y hacia las lluvias finas y nutritivas…