Así como había una sola Araña en la Casa, tenía que haber…
Un Ratón singular.
Habiendo pasado de la vida a la muerte, el pequeño roedor fantasma pudo finalmente escapar de una tumba de la primera dinastía egipcia, cuando los curiosos soldados de Bonaparte rompieron el sello del faraón y dejaron salir grandes ventarrones de aire bacteriano que mató a las tropas y confundió a París, mucho tiempo después de que Napoleón partiera y de que la Esfinge prevaleciera, con agujeros de balas francesas en el rostro y con el Hado en sus pies.
El Ratón fantasma, así desalojado de la obscuridad, llegó al puerto y se hizo a la mar con los gatos, pero no junto a ellos, hacia Marsella y Londres y Massachusetts, y un siglo después llegó a la escalera de la Casa justo cuando el bebé Timothy lloraba a las puertas de la Familia. El Ratón golpeteó bajo el umbral, y fue recibido por una cosa de ocho patas con múltiples rodillas que se le movían alrededor de la venenosa cabeza. Asombrado, el Ratón se quedó paralizado y sabiamente no se movió durante varias horas. Entonces, cuando el anillo papal arácnido se cansó de vigilar con su presencia y partió en busca de moscas para el desayuno, el Ratón desapareció tras las paredes de madera, y golpeteando y rascando a través de paneles secretos llegó hasta el cuarto de los niños. Allí, Timothy el bebé, necesitado de más compañeros no importa lo pequeños o insólitos que fueran, le dio la bienvenida bajo la manta para cuidar de él y ser su amigo para toda la vida.
Así fue como Timothy, el no santo, creció y, como cualquier niño «humano», tuvo su torta de cumpleaños con diez velitas.
Y la Casa y el árbol y la Familia, y Gran Abuela y Cecy en sus arenas del altillo, y Timothy con Arach en el oído y el Ratón en el hombro y Anuba en las rodillas, esperaron la llegada más grande de…