En las montañas más altas de Cajamarca, las que más demoraron en despertar y levantarse cuando el mundo nació, hay muchas figuras pintadas por artistas sin nombre.
Esos tatuajes de colores han sobrevivido en las laderas de piedra, desde hace miles de años, a pesar de los golpes de la intemperie.
Las pinturas son y no son, según la hora. Algunas se encienden cuando se abre el día y al mediodía se apagan. Otras van cambiando de forma y de color todo a lo largo del camino del sol, desde el alba hacia la noche. Y otras sólo se dejan ver cuando el crepúsculo llega.
Las pinturas han nacido de la mano humana, pero también son obra de la luz, la luz que el tiempo envía, día tras día; y están a su mandar. Ella, la luz, la otra artista, reina y señora, las esconde y las muestra como quiere y cuando quiere.