El peso del tiempo

Hace cuatro siglos y medio, Miguel Servet fue quemado vivo, con leña verde, en Ginebra. Había llegado allí huyendo de la Inquisición, pero Calvino lo mandó a la hoguera.

Servet creía que nadie debía ser bautizado antes de llegar a la edad adulta, tenía sus dudas sobre el misterio de la Santísima Trinidad y era tan cabeza dura que insistía en enseñar, en sus clases de medicina, que la sangre pasa por el corazón y se purifica en los pulmones.

Sus herejías lo habían condenado a una vida gitana. Antes de que lo atraparan, había cambiado muchas veces de país, de casa, de oficio y de nombre.

Servet ardió, en lento suplicio, junto a los libros que había escrito. En la tapa de uno de esos libros, un grabado mostraba a Sansón cargando, a la espalda, una muy pesada puerta. Debajo, se leía: Llevo mi libertad conmigo.