Irak era un peligro para la humanidad. Por culpa de Saddam Hussein habían caído las torres, y en cualquier momento este tirano terrorista iba a arrojar una bomba atómica en la esquina de tu casa.
Eso dijeron. Después, se supo. Las únicas armas de destrucción masiva resultaron ser los discursos que inventaron su existencia.
Mintieron esos discursos, mintieron la televisión, los diarios y las radios.
No mintieron, en cambio, las bombas inteligentes, que tan burras parecen. Destripando civiles desarmados, que volaron en pedazos en los campos y en las calles del país invadido, las bombas inteligentes dijeron la verdad de esta guerra.