Tierra que arde

En la madrugada del 13 de febrero de 1991, dos bombas inteligentes reventaron una base militar subterránea en un barrio de Bagdad.

Pero la base militar no era una base militar. Era un refugio, lleno de gente que dormía. En pocos segundos, se convirtió en una gran hoguera. Cuatrocientos ocho civiles murieron carbonizados. Entre ellos, cincuenta y dos niños y doce bebés.

Todo el cuerpo de Khaled Mohamed era una llaga ardiente. Creyó que estaba muerto, pero no. Abriéndose paso, a tientas, consiguió salir. Él no veía. El fuego le había pegado los párpados.

Tampoco el mundo veía. La televisión estaba ocupada exhibiendo los nuevos modelos de las máquinas de matar que esta guerra estaba lanzando al mercado.