En 1991, los Estados Unidos, que venían de invadir Panamá, invadieron Irak porque Irak había invadido Kuwait. Timothy McVeigh fue diseñado para matar, y programado para esa guerra. En los cuarteles lo instruyeron. Los manuales mandaban gritar:
—¡La sangre hace crecer la hierba!
Con ese propósito ecologista, el mapa de Irak fue regado de sangre. Los aviones arrojaron bombas como en cinco hiroshimas, y luego los tanques enterraron vivos a los heridos. El sargento McVeigh machacó a unos cuantos en aquellas arenas. Enemigos con uniforme, enemigos sin:
—Son daños colaterales —le dijeron que dijera. Y lo condecoraron con la Estrella de Bronce.
Al regreso, no fue desenchufado. En Oklahoma, liquidó a 168. Entre sus víctimas, había mujeres y niños:
—Son daños colaterales —dijo.
Pero no le pusieron otra medalla en el pecho. Le pusieron una inyección en el brazo. Y fue desactivado.