El célebre gallo de Morón no era heraldo ni símbolo del nuevo día.
Era, dicen que era, juez, o recaudador de tributos, o enviado del rey. Se llamaba Gallo, de apellido, y pisando pueblo decía:
—Donde este gallo canta, los demás callan.
Adulón y humillador, hacia arriba lamía y hacia abajo escupía.
Durante años callaron los callados, hasta que un buen día asaltaron el palacete donde se ejercía el abuso, atraparon al abusón, le arrancaron las ropas y desnudo lo corrieron, a pedradas, por las calles.
Ocurrió, dicen que ocurrió, hace cosa de cinco siglos, en Morón de la Frontera, pero cualquiera que visite la ciudad puede ver a ese gallo desplumado, esculpido en bronce, corriendo todavía. Es una advertencia: para que te cuides, tú, mareado por el poder o el poderito, que te vas a quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, en la mejor ocasión.