En el cine y en la literatura, este monstruo artero y sanguinario navega por los mares del mundo, con sus fauces siempre abiertas y su dentadura de mil puñales: piensa en nosotros y se relame.
Fuera del cine y de la literatura, el tiburón no muestra el menor interés en la carne humana. Rara vez nos ataca, como no sea en defensa propia o por error. Cuando algún tiburón muy miope nos confunde con un delfín o un lobo marino, pega un mordisco y escupe con asco: somos de mucho hueso y poca carne, y nuestra poca carne tiene un sabor horrible.
Los peligrosos somos nosotros, y bien lo saben los tiburones; pero ellos no hacen películas, ni escriben novelas.