Encuentros

Llevaba poco tiempo en la fábrica, cuando una máquina le mordió la mano. Se le había escapado un hilo: queriendo atraparlo, Héctor fue atrapado.

Y no escarmentó. Héctor Rodríguez se pasó la vida buscando hilos perdidos, fundando sindicatos, juntando a los dispersos y arriesgando la mano y todo lo demás en el oficio de tejer lo que el miedo destejía.

Creciéndose en el castigo, atravesó los años de las listas negras y los años de la cárcel y todo lo demás. Cuando llegó el último de sus días, muchos fuimos a esperarlo a las puertas del cementerio. Héctor iba a ser enterrado en la colina que se alza sobre la playa del Buceo. Llevábamos allí un largo rato, aquel mediodía gris y de mucho viento, cuando unos obreros del cementerio llegaron trayendo a pulso un ataúd sin flores ni dolientes. Y tras ese ataúd entraron, en cortejo, algunos de los que estaban esperando a Héctor.

¿Por error? ¿Se equivocaron de ataúd? Quien sabe. Era muy de Héctor eso de ofrecer sus amigos al muerto que estaba solo.