En Guatemala, en plena dictadura militar, la hija de don Francisco fue capturada en la sierra de Chuacús. A la madrugada, un oficial del ejército la arrastró hasta la casa de su padre.
El oficial interrogó a don Francisco:
—¿Está mal lo que hacen los guerrilleros?
—Sí. Está mal.
—¿Y qué hay que hacer con ellos?
Don Francisco no contestó.
—¿Hay que matarlos? —preguntó el oficial.
Don Francisco seguía callado, mirando el suelo.
Su hija estaba de rodillas, encapuchada, maniatada, con una pistola clavada en la cabeza.
—¿Hay que matarlos? —insistió el oficial. Y otra vez. Y don Francisco no decía nada.
Antes de que la bala volara la cabeza de la muchacha, ella lloró. Bajo la capucha, lloró.
—Lloró por él —cuenta Carlos Beristain.