El arquero

Al mediodía, frente a los muelles de Hamburgo, dos hombres bebían y charlaban en una cervecería. Uno era Philip Agee, que había sido jefe de la CIA en el Uruguay. El otro era yo.

El sol, no muy frecuente en aquellas latitudes, bañaba de luz la mesa.

Entre cerveza y cerveza, pregunté por el incendio. Algunos años antes, el diario donde yo trabajaba, Época, había ardido en llamas. Yo quería saber si aquella había sido una gentileza de la CIA.

No, me dijo Agee. El incendio había sido un regalo de la Divina Providencia. Y me contó:

—Recibimos una tinta estupenda para achicharrar rotativas, pero no pudimos utilizarla.

La CIA no había conseguido meter a ningún agente en el taller del diario, ni había podido reclutar a ninguno de nuestros obreros gráficos. Nuestro jefe de taller no dejaba pasar una. Era un gran arquero, reconoció Agee. A great goalkeeper.

Sí, le dije. Era.

Gerardo Gatti, con esa cara de bondad crónica y sin remedio, era un gran arquero. Y también sabía jugar al ataque.

Cuando nos encontramos en Hamburgo, Agee había roto con la CIA, una dictadura militar gobernaba el Uruguay y Gerardo había sido secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido.