Tiene pánico a la invasión el país que nadie invade y que tiene la costumbre de invadir a los demás.
En los años ochenta, el peligro se llamaba Nicaragua. El presidente Ronald Reagan fumigaba a la opinión pública con los gases del miedo. Mientras él hablaba por televisión denunciando la amenaza, el mapa se iba tiñendo de rojo a sus espaldas. El torrente de sangre y comunismo avanzaba por América Central, subía por México y entraba vía Texas a los Estados Unidos.
La teleaudiencia no tenía la menor idea de dónde quedaba Nicaragua. Y tampoco sabía que ese país descalzo había sido arrasado por una dictadura de medio siglo, fabricada en Washington, y por un terremoto que borró del mapa media ciudad de Managua.
La fuente del terror tenía, en total, cinco ascensores y una escalera mecánica, que no funcionaba.